Woke, los sueños de la vigilia

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Fernando Muñoz

Hay una manera natural de soñar que pasa por estar dormido, pero hay también quien sueña despierto. Tan antinaturales soñadores de vigilia, que comienzan a ser legión, se hacen llamar hoy los despiertos y nos exigen que despertemos (woke). Naturalmente sus sueños lo son por analogía con la forma natural de soñar. Sucede que podemos hablar de sueños para nombrar a esos ideales que perseguimos a través de nuestra acción. Ideales que no son reales, pero que tratarían de realizarse. Curiosamente sólo estaría despierto el que soñara esos sueños que son hoy los ideales de la corrección política: inclusividad, diversidad, igualdad…

Los despiertos (awake) se empeñan en olvidar que en nombre de sus sueños se han ejecutado brutalidades que jamás hubiera justificado el simple realismo. Los sueños están cargados de futuro y a menudo de un horrible futuro. Siempre he creído que a ese futuro sombrío aludía la consigna expresa en el aguafuerte de Goya: el sueño de la razón produce monstruos. Una frase que los despiertos, ilustrados y amantes del progreso, quieren interpretar torcidamente, como si los monstruos procedieran de una razón dormida. Por eso nos empujan a despertar.

Cada vez que un despierto habla de sus sueños se anuncian atrocidades. Yo siempre que sueño lo hago dormido, durante el día trato de ser realista y dejar a un lado los sueños. Sin embargo, aunque el realismo es mejor consejero, hoy vivimos una vigilia falsa que se confunde con un mundo de fantasmas. Hoy alcanzan al pleno día los efectos más turbios de la fábrica de sueños. Aquella atmósfera onírica del viejo Hollywood, con sus grandes pantallas, se ha difundido a cada rincón de nuestra vida, virtualizada o desrealizada merced a las ubicuas pantallas de bolsillo, portadoras de fantasmas, en comunicación con los cuales agotamos nuestros días.

 

El día se nos va, en efecto, en rápidos contactos virtuales que encubren la densa soledad de nuestra fantasmagórica existencia. Es de una candidez asombrosa que alguien se reclame despierto y exija a los demás que despierten, mientras vive en el metaverso o en la impostura de una cotidianeidad de realidad menguante. Tales despiertos, esgrimen sus sueños como horizonte de una acción que se resume en una ininterrumpida emisión de preferencias a través de las pantallas. Ese paradójico despertar será completo cuando los fantasmas salgan del marco brillante que todavía los contiene y empiecen a plasmarse ante nuestros ojos: en el metaverso en que habitarán para siempre los siempre despiertos. El sueño casi realizado de un mundo virtual, como todos los sueños de vigilia de estos señores de la razón y críticos insobornables, producirá monstruos.

 

 

Sólo lo vemos los que todavía nos limitamos a soñar dormidos y no queremos despertar, porque sabemos que la salida del sueño nos conduce a una vigilia de pesadilla. Les rogaría a esos audaces críticos en vela que nos dejen soñar dormidos, que nos dejen descansar del terror de sus pesadillas, de la vigilia fantasmal de los que nunca duermen. Su razón, que no descansa y no les deja dormir, su razón siempre alerta, sólo puede conducir al delirio y la locura. El descanso, el sueño placentero del que duerme bien, es condición para una vigilia sana que permita la contemplación de la realidad.

Por el contrario, la agitación que trae la luz incesante de las pantallas nos desvela y nos conduce a una falsa vigilia de ensoñación fantástica: a los sueños aterradores de la razón. Creo que fue Unamuno el que, ante las críticas fastidiosas por sus muchas horas de descanso, acabó respondiendo: sí señor, pero cuando estoy despierto estoy mucho más despierto que Usted. Déjennos dormir todos esos cuyo despertar es un fantástico duermevela. Cuando despertemos veremos la realidad como ellos nunca podrían soñarla.

 

Esas gentes que no duermen, enervadas y agotadas por su incesante agitación crítica, quisieran cancelar la realidad para instituir la corrección que dicta su neurasténico sueño. El ser humano, a juicio de Aristóteles, se define por su capacidad de conocer la totalidad de la realidad: todas las cosas y tal como las cosas son. Es natural que estos “despiertos” empiecen por negar que haya naturaleza, ni realidad, ni verdad. En el espacio virtual en que sueñan despiertos no tiene cabida realidad alguna, porque significaría limitar sus delirantes desvelos.

 

Doctor en Filosofía y Sociología

Publicado originalmente en elimparcial.es