Carlos Díaz
En el límite, solo es posible vivir fenomenológicamente. Las cosas son conformes o disconformes con el ideal, pero no a la inversa, aunque entre los dos polos se dé una gran tensión, hacemos lo que no queremos, y no hacemos lo que queremos, no hay quien pueda arrojar una piedra contra esto. Quien dice vivir según valores, pero opta por las cosas se convierte en cosa: quien con infantes se acuesta meado amanece, lo cual hace sufrir mucho ya que, al margen del criterio de verdad, la mentira es muy dura de aceptar por uno mismo y por los demás.
Sin embargo, con esto no se pierde la ética, sino que la convertimos en egótica. Aun así, estamos “condenados” a dar buenas razones de esa axiología de penultimidad, sea la que fuere. Incluso las personas axiológicamente conservadoras que deploran el caos axiológico actual olvidan que siempre los hay, lo que ocurre es que ahora imperan los de signo contrario a los suyos, a los que deben tratar de rebatir en lugar de adherirse a la cultura de la queja. Desafortunadamente, lo que a los unos se les antoja una indecencia a los otros les ratifica y alienta a seguir adelante al precio negacionista que sea.
Ahora bien, no todos los valores están al alcance de los más fervorosamente embrutecidos, pues se limitan a posibilitar una relación sensual inmediata e igualitaria con personas, animales y cosas, llegando al extremo de no percibir las diferencias ni las jerarquías entre esos reinos: axiología plana, sin relieves. Es entonces llegado el momento en que los valores degeneran en ideologías (axiologías deformadas) y ese falseamiento de la realidad conceptual conlleva todas las formas pensables de desamor. La ideología convierte en pollito de corral al nacido para águila. Se acabó toda inteligencia empática. Cuando ésta falta, el individuo deviene, si no un licántropo, al menos un misántropo, y desde luego un cínico, en un hipócrita que minusvalora a las personas concretas aunque diga ser un personalista comunitario. De este modo se introduce mucho mal y no poco sufrimiento en el mundo. Todo lo cual, pese a su evidencia, resulta dificilísimo de procesar, porque cada ser humano tiende a la vez a desear lo alto y a endurecerse y encallecerse.
Las personas no son convidados de piedra ante los valores, los cuales no son fines en sí mismos caídos de un árbol maduro, sino referentes por los que arriesgamos en-hacia; ellos no pertenecen a un cosmos eidético sobre una nube, ni se guardan en un reservorio que se abre sólo y exclusivamente con una llave que yo tengo, pues entonces merecería el reproche de Max Scheler: el de monedero falso.
Uno puede llegar tan lejos que ni siquiera imaginó que podía; sin ese reconocimiento, se deprime sin esperanza. El resentido no sólo va contra los ideales que él mismo defendió antes, sino que va contra lo que él mismo no sabe resolver, es decir, contra sí mismo. El blasfemo escupe sobre sí mismo cuando dirige su baba contra lo alto. En todo insatisfecho, en todo incompetente, en cada persona vulgar hay un blasfemo, que en griego significa falseador de la verdad. En eso consiste la inteligencia disociativa.