La oposición y los juegos del hambre

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Los sinsajos tienen cierto simbolismo en Panem -lugar ficticio en donde suceden acontecimientos del libro y la película “Los juegos del hambre”-. Usar un prendedor con el símbolo del sinsajo es señal de rebelión contra el Capitolio, en este caso, el status quo establecido. Incluso si quien lo usa no presenta ninguna amenaza, el portarlo lo convierte en un aliado del movimiento. El sinsajo como símbolo de justicia se une al tema de la rebelión. En la historia de la película un grupo de ideólogos, con mente inteligente, visión publicitaria y necesidad de darle cuerpo a la oposición, convierten en sinsajo a una chica que participa en los famosos juegos, Katniss Everdeen. La chica tarda mucho en darse cuenta que es un objeto propagandístico de la rebelión, ella sólo quiere salvar su vida, la de su familia y la de su joven enamorado. En general, la propaganda la convierte en una suerte de fetiche de la rebelión, le sacan videos, tomas posadas que la muestran peleando por la causa, ella accede al juego no sin antes darse cuenta que sólo es la imagen de algo más grande. El sinsajo en esta historia es pues, una idea propagandística, un concepto idealizado e idealizante para sumar voluntades en contra del status quo, pero es también una imagen desechable, si deja de cautivar, evocar, o si ésta ya no representa ni simboliza lo que los activadores de la misma creen.

En el México del 2022 el status quo se llama 4T, sus mayorías parlamentarias, sus gobiernos locales ganados democráticamente, su presidente omnipresente y “hacedor de la vida nacional” -según su visión setentera del poder y del hiper presidencialismo mexicano- así como su intento por ocupar la vida nacional con un proyecto y una visión unidimensional de la política, son hasta el momento la coalición dominante en el poder. No se debe olvidar, que lo son, porque las mayorías así lo han decidido, no se debe olvidar que aún siendo lo que son, si existiera un entendimiento democrático deberían tolerar las diferencias y el pensamiento divergente. A veces se les olvida. Sin embargo, este orden establecido para muchos amenaza, no sólo en el presente, sino en el futuro, a la democracia, a los valores que encarna y a los bienes públicos que ésta trae. Esa supuesta, y no siempre comprobada amenaza a la democracia, ha hecho que muchas voces críticas se manifiesten, muestren sus desacuerdos, cuestionen y corrijan el actuar del presidente, su proyecto y a los suyos. Y es lo correcto, no sólo porque siempre se debe recrear un espacio divergente y abierto a la pluralidad de las ideas, sino porque la esencia de la democracia es el disenso, no el consenso.

En los contornos de la política y, con intereses de grupo bien constituidos, distintas asociaciones, que rivalizan por posiciones políticas y económicas han emergido como factores opositores al gobierno actual. Si bien, el presidente y los suyos quieren proscribirlos, señalarlos como corruptos, o que persiguen intereses no legítimos, lo cierto es que el escenario se perfila confuso, cerrado, como si aquellos que estuvieran en contra del gobierno tuvieran que actuar bajo parámetros oscuros, conspiracionistas, de rebelión, a escondidas. Para no actuar confrontativamente, para no ser visibles, para no estar a la vista del presidente que todo lo descalifica y lo mete en el mismo costal de “malos versus buenos”, dichos grupos se amalgaman de formas subterfugias para la vida democrática, oscureciendo la política y la capacidad para establecer disenso de manera abierta como debiera ser en los sistemas democráticos.

Ante esta situación, la conspiración de intereses es orillada por el poder presidencial con pulsiones autoritarias a convertirse en una disidencia desleal, al sistema y a los valores democráticos. Busca sinsajos que puedan ser la insignia de sus revueltas, de sus rebeliones, de oposiciones veladas, que no nos muestran los verdaderos intereses que están atrás, sino sola la causa visible que por el momento han decidido apoyar. Hoy, en el escenario mexicano, el INE y la defensa de la democracia son en gran parte un sinsajo. No hay duda alguna que quienes defienden al INE, como lo son su presidente y algunos de las consejeras y consejeros lo hacen de manera auténtica, preocupados por el asedio que vive la institución. Sin embargo, a veces no se dan cuenta, o no se quieran dar cuenta, que atrás de ellos, o al lado, existen grupos constituídos que toman esa defensa como la suya, y agitan las banderas belicosas en contra del presidente y su proyecto a través de las causas que legítimamente defienden los funcionarios electorales. En un clima polarizado y cerrado a la divergencia, lo menos importante es el INE o la democracia que los consejeros se dicen defender, sino lo relevante es agitar el clima de crispación, y sobre ello lograr un posicionamiento político que alimente las intrigas palaciegas de otros grupos que no muestran su cara completamente.

La conversación pública se halla inserta en esta lucha de confrontaciones, donde se mezclan defensas legítimas, con aquellas que tienen un carácter menos visible o explícito. Lo preocupante es encapsularse en un vórtice confrontativo sin darse cuenta que una lucha auténtica puede estar siendo tomada como un sinsajo para una batalla desleal que enmascara intereses de derecha. Hoy el INE, y principalmente su presidente, son un pretexto para que una coalición de intereses se amalgamen ahí, con él, tomándolo como bandera e inflando una candidatura presidencial falsa, a cambio de tener municiones para una guerra opositora que esconden los más rancios conservadurismos, las agendas más retrógradas respecto a los logros democráticos conseguidos en los últimos 40 años y supuestamente amenazados por la nueva lógica del poder. Entender las rutas y las intencionalidades que conforman el polarizante escenario político es una cuestión difícil, pero toca en la medida de lo posible, esclarecer la arena pública, entender los bandos, sus contradicciones, sus agendas, pero sobre todo, distinguir las causas. No todas por ser opositoras al gobierno limitado, arrogante y disfuncional, como es el actual, son, por decir lo menos, causas que de ser visibles en contextos democráticos, gozarían de adeptos.

El feminismo, por ejemplo, es una oposición fuerte, beligerante, activa, legítimamente constituída, no sólo por el tipo de demandas que persigue, la capacidad de movilización y confrontación que ha construído, sino porque no es ni será un sinsajo el cual pueda ser objetivizado y fetichizado por otros intereses retrógradas con el fin de convertirlo en un estandarte político desechable en contra del actual gobierno. Este movimiento sí marca un límite y una barrera, casi por antonomasia de esas “mentes maestras” que ven en cualquier oposición, un “posible cruzado” en contra del actual proyecto político. No es fácil ocupar este movimiento ni sus causas, no hay candidatura presidencial ficticia que se le pueda ofrecer, ni déficits democráticos que inflar con tal de colonizarlo, este movimiento parte de la idea de que no hay un piso mínimo que perder, ya que todo lo han perdido, así que el cuento de que sí no se le hace caso está en riesgo todo, no es una ruta política caminable.

Toca pensar en que el problema no es solamente en torno a la construcción artificial de sinsajos, ni de quienes los utilizan con fines propagandísticos para crear un clima ficticio opositor, sino de quien, en los últimos tres años, no ha permitido una sola oportunidad política para que la divergencia aparezca y se muestre, sino que ha querido ocupar todo el espacio público con una verdad hegemónica, una visión sobre el poder, la política y lo que se debe y no hacer en política.

El autor es doctor en ciencia política y profesor en el Centro de Estudios Políticos de la Universidad Nacional Autónoma de México -UNAM-.