Gerardo De la Concha
¿Quién diría hay República cuando todos están oprimidos
por la crueldad de uno solo y no hay sujeción
a un mismo derecho ni existe la unidad social del pueblo?
Cicerón
En tiempos caóticos prevalece la confusión. Se le encuentra en la política, la vida cotidiana, el ánimo colectivo. Esta confusión dominante es obra de un gobierno corrompido y corruptor. En una democracia primero se corrompe, desde el poder, a la palabra. Esto se llama demagogia y la demagogia requiere de la mentira, la distorsión y el autoritarismo. Y funda dictaduras o falsas Repúblicas.
Los tiempos caóticos son así tiempos confusos. Se instala en la vida pública la contradicción. Un gobierno sin reglas, ni ley, habla de moral. Un presidente de la República prefiere vivir en un Palacio en lugar de la residencia oficial y a eso le llama “austeridad”. El presidente se rodea de corruptos notorios, los protege cuando se hacen públicas sus tropelías y su principal tema es, supuestamente, luchar contra la corrupción.
Se predica oficialmente la pobreza -“comer arroz y frijoles y solo tener un par de zapatos”- y estalla la ira presidencial porque denuncian la inopinada riqueza y vida de lujos del hijo -quien nunca ha tenido oficio ni beneficio-, y de la nuera, a la que quisieron disfrazar de millonaria para justificar los excesos, cuando ella tenía dificultades para pagar su departamento antes de casarse con el hijo presidencial.
Vivimos el intento de una restauración política de la peor especie. Y se nos machaca que es una “transformación”, cuando se quiere remontar a toda una sociedad a un pasado imposible de regresar, porque el mundo entero cambió desde la caída del Muro de Berlín.
Masas aborregadas, opositores debilitados todavía -quienes nunca han hecho una autocrítica-, ciudadanos descontentos y abandonados, un presidente que tiene como instrumento para su desgobierno, un show colectivo. Guy Deboard, del mayo 68 parisino, decía que los gobiernos con burocracias más corruptas se instalaban siempre en la sociedad del espectáculo. Parece que hubiera descrito al régimen obradorista que padecemos.
Es un gobierno tragicómico. Fusilan a 17 personas en Michoacán, hay grabaciones y sangre en el lugar, pero como no aparecen los cuerpos, se quiere dudar si el hecho existió; como un ejemplo de la descomposición social, hay violencia extrema en un juego de futbol en el Estadio Corregidora y el presidente responsabiliza a los neoliberales del pasado, aunque el dueño de los Gallos Blancos del Querétaro es miembro de Morena. Hay investigaciones para saber si existen ligas con el crimen organizado en esta tragedia.
Lo cómico es también cotidiano. Quien funge como secretario de Gobernación elogia al presidente, su compadre tabasqueño: “Hay presidente de sobra, que no quepa duda”. O sea, “sobra el presidente”. O en una mañanera, López Obrador se queja que Armando Narcia titule un artículo: “El imbécil de Palacio Nacional”. Se pone el saco y se desatan las legiones de trolls para linchar al periodista por insultar al presidente. Y resulta que en realidad se refería al encargado de protección civil de Palacio, quien no permitió que los reporteros se resguardaran en el reciente temblor.
Cuando un poeta alemán del siglo XVIII, Friedrich Hölderlin, quiso denunciar a los poderosos de su tiempo, escribió un verso: “Ya no hay palabras nobles en sus labios”. Hoy reinan en un Palacio los insultos, las mentiras, las denigraciones, los calificativos, los enconos, ataca a los ciudadanos quien vive de los impuestos de los ciudadanos, se descalifica a la técnica, el conocimiento, las instituciones y lo hace quien debería basarse en todo ello para hacer un buen gobierno. ´
Lo peor y más confusión provoca, es que el presidente menos empático goce de popularidad, si bien en declive, el hecho es que las cientos de muertes evitables de la pandemia y el desabasto de medicamentos, la renuncia a usar las fuerzas de seguridad para proteger a la población, las políticas perjudiciales hacia la gente pobre, la indiferencia a mujeres y niños vulnerables en la crisis, etcétera, no mellan el fanatismo de muchos de sus partidarios y sólo los escándalos de sus hijos lo han mellado.
La próxima presidenta o presidente surgirán de un liderazgo que aclare la confusión en la que está sumida actualmente nuestra sociedad; será porque, en la expresión de Cicerón, busque “la unidad social del pueblo”. No será alguien de Morena, porque su presidente y gobierno se esfuerzan, quizás confundidos, en irse pronto al basurero de la Historia.