En Francia gana la abstención

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Han sido unas presidenciales en las que el miedo a la ultraderecha ha ido perdiéndose en la medida que la situación socioeconómica empeora y se culpa de ello a la globalización, a la inmigración y a la Unión Europea (UE). En Francia, ha ganado la abstención ubicada –en datos preliminares– en el 28.2%, la mayor de los últimos cincuenta años.

Emmanuel Macron obstinado por seguir mostrándose como una opción centrista renovada seguirá gobernando otros cinco años, pero lo hará teniendo a su costado, el acecho de los nacionalistas (con su visión más rancia y rupturista) y sus pretensiones de derribar las columnas de la mundialización para volver al proteccionismo.

Los primeros datos de esta gesta electoral, de segunda vuelta, son elocuentes y reveladores del estado de ánimo de la población que no se sienten representados ni por Macron, ni por su contrincante en las urnas: la ultraconservadora Marine Le Pen.

Hay una indiferencia preocupante entre el electorado. Casi un 30% del mismo ha decidido –peligrosamente– quedarse en casa, no ejercer su derecho máximo de elección democrática porque simplemente ha pasado de Macron  y de Le Pen. A ese grupo que se abstuvo, le daba exactamente lo mismo que los próximos cinco años lo gobernase un europeísta que una euroescéptica; le daba lo mismo, que lo gobernase una persona a favor de la globalización, que una conservadora y localista. Que alguien,  inclusive, pudiese seguir en determinado momento el mismo camino que Reino Unido con su Brexit.

El silencio de esa masa es doloroso y Macron que ha ganado con el 58.8% de los votos (datos escrutados cerca de las diez de la noche francesa) lo entiende. Así lo ha manifestado en su discurso tras  verse ganador; él ha prometido que esta reelección, para otro quinquenio, no será igual a su anterior gobierno.  Ha reiterado que está consciente de la cólera, la rabia y la ira de esas personas que no lo votaron y entre éstos muchos jóvenes.

Hay una indiferencia inquietante porque cada vez más personas no se sienten representadas, ni en los partidos tradicionales, ni por los nuevos partidos. A Macron le ha votado un elector que todavía le teme a Le Pen que ve en su discurso la apología del odio contra el diferente.

La candidata, por Agrupación Nacional, sabe que a pesar de haber obtenido el 41.2% de los votos y quedarse a una distancia de 17.6 puntos de Macron ha mejorado sus resultados en comparación con la segunda vuelta de 2017, también contra Macron y en la que quedó a una distancia de 30 puntos. Sabe que su discurso ha calado en más gente y que se ha visto beneficiada por la indiferencia de tan alto abstencionismo porque  entre un gobierno blanco o un gobierno negro, se optó por quedarse en casa.

Una victoria de Le Pen es lo peor que le hubiese podido suceder a Francia y a la UE en pleno momento de cohesión del bloque ante la invasión rusa de Ucrania en la que se discuten e imponen sanciones y se condena la ocupación bélica.

El triunfo de Macron, su reelección, proporciona un respiro a la UE que volverá a dormir tranquila tras conocerse los resultados, aunque ninguna democracia puede quedarse cruzada de brazos ante el acecho de la ultraderecha.

En los mecanismos de representación actual hay fallos. Macron es un candidato joven, de 44 años de edad, su visión  por ende debería estar más cercana a la generación de los millennial que sigue sintiéndose damnificada por la crisis de 2008; por la crisis desatada a raíz de la pandemia y ahora por el cisma en los mercados de las materias primas provocado por la invasión rusa a Ucrania.

La Francia de la libertad, la igualdad y la fraternidad es un termómetro social y político de lo que pasa en el espectro europeo, con una nación multicultural, en la que han llegado a estar en juego aspectos como vestir con la hiyab que Macron defiende como parte de la libertad de su nación amparada por la Constitución laica y republicana pero que Le Pen trae en la mira con un referendo para prohibirlo.

 

A COLACIÓN

Le Pen, de 53 años, también es joven y aspira tan ambiciosa como es a aglutinar a todos los colores de la derecha y seguirá trabajando con ahínco por conquistar a la Francia olvidada de las actuales políticas públicas que orbita en las campiñas y en los suburbios marginales. En su discurso, tras reconocer la victoria de Macron, dijo que el tiempo de los partidos tradicionales ha terminado.

Ella ha encontrado –y cada vez más– mayor eco en los territorios franceses de ultramar que se sienten muy lejos de las políticas del Elíseo, con una irritación que ha dado votos importantes en Guadalupe (Le Pen 69.6% y Macron 30.4%); Martinica y Guyana Francesa (ganó con el 61%); en San Bartolomé y San Martín (55.52%); en San Pedro y Miquelón (50.69%) y solo en la Polinesia francesa Macron salió vencedor (51.81%).

Hacía mucho que no se tenía un resultado tan malo en unas elecciones francesas, la democracia está sufriendo convulsiones no solo en Francia sino en muchos otros países y atravesamos tiempos volátiles, confusos y enrarecidos por la guerra, por la pandemia y por la destrucción de muchos valores que suman y unifican.

Macron se reelige, pero corre el riesgo de tener un gobierno débil: la fecha clave para saber el rumbo de la gobernabilidad de los próximos años serán las elecciones legislativas del próximo 12 de junio de 2022 y el panorama puede ser sumamente complicado si la République en Marche! no saca a la gente de sus casas. Macron ha ganado porque la indiferencia decidió quedarse dormida este domingo y porque de la izquierda, más o menos moderada, del partido Francia Insumisa que lidera Jean-Luc Mélenchon le votaron un 42% de sus correligionarios.

@claudialunapale