LEA: Entre la corrupción y la represión

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  • Echeverría Álvarez, ícono del autoritarismo
  • De la cooptación a la absoluta intolerancia

LEA (Luis Echeverría Álvarez). 1970-1976.

Su último acto criminal:

Usar la fuerza del Estado para que Nuestra Casa, Excélsior, quedara convertido en la sombra de sí mismo, como lo describió desde la redacción de France Press, Pepe Carreño Figueras, en la ocasión, aquel 8 de julio del año de la destrucción del periodismo verdadero: 1976. Hace 46 años.

El gran amigo, Alan Riding, corresponsal del New York Times, no lo podía creer. Siempre cerca del director. Y del grupo de reporteros y editorialistas en la diáspora.

Marlise Simons, a la sazón corresponsal del Washington Post, miraba desorbitada. Y no salía de su asombro.

Julio Scherer García, 7 de abril de 1926, el periodista que impulsó a los reporteros y editorialistas de Excélsior a crear el mejor periódico de América Latina de la época y uno de los más profesionales del mundo, parecía derrotado, caminando por la avenida Paseo de la Reforma desde el número 18, la puerta para ingresar a ese mundo maravilloso del periodismo, sin rumbo…

Había terminado una asamblea de cooperativistas de Excélsior penetrada por personas extrañas, tocadas de sombrero de palma, que votaron por el cese del director y el gerente, Julio Scherer García y Hero Rodríguez Toro, azuzados por oficiales de la Presidencia de la República.

No habría llegado el agua al río si Scherer García se doblega ante LEA. Éste quería tener bajo su control a todos los periódicos. El único que no se vendía, no se alquilaba, era Excélsior. No habría sido defenestrada la dirección de Excélsior, si el director despide a los editorialistas que, día con día, criticaban, cuestionaban al mandatario, una especie de Dr. Henry Jekyll y el misántropo Edward Hyde.

Pero LEA era absolutamente intolerante con la prensa y con los periodistas. Ay, de quien no se sometiera a la política casi dictatorial de un político que era una mezcolanza de ideas. De izquierda populista, pero de derecha conservadora como su antecesor, Gustavo Díaz Ordaz.

Al final del aciago día de la asamblea de cooperativistas, nació un nuevo periodismo, en los momentos en que Echeverría Álvarez, con el estigma de represor y asesino. era sustituido por José López Portillo, otro gran fariseo de la política de la corrupción y la impunidad.

Luis Echeverría Álvarez, sin embargo, no era un neófito de la represión. Fue cómplice de Gustavo Díaz Ordaz, su antecesor, en la represión contra el movimiento estudiantil popular de 1968. Como secretario de Gobernación, la cartera más poderosa del gabinete presidencial ejerció el poder represivo que animaba el inquilino de la residencia de Los Pinos, Gustavo Díaz Ordaz.

Miles de jóvenes, estudiantes, gente del pueblo, mujeres embarazadas, ancianos, entre otros fueron masacrados, principalmente en la icónica Plaza de Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968, Historia que ya muchos conocen.

Siendo ya presidente, LEA no se distinguió por su tolerancia. En el caso nuestro, el de la destrucción de Excélsior, no hubo muertos. Sin embargo, el Jueves de Corpus de 1971, fue arrasada y reprimida por un grupo de soldados vestidos de civil una manifestación de estudiantes. El escenario de esa matanza fue el Casco de Santo Tomas, donde se ubican instalaciones del Instituto Politécnico Nacional.

Los reporteros que cubríamos el acontecimiento no sabíamos si quedarnos agazapados detrás de la vegetación o los edificios académicos, o correr a campo abierto.

Sólo una pincelada de lo que caracterizó a un sátrapa como Luis Echeverría Álvarez.

Muchos de los actuales aspirantes a críticos no conocen lo que es la verdadera represión por razones políticas, no saben de las matanzas de estudiantes, ni mucho menos de la destrucción del periodismo. Y toda la perversidad en contra del pueblo sólo proveniente de gobernantes que, diciéndose revolucionarios, ordenaban la represión.

Pero el asesinato del periodismo verdadero, ordenado por Echeverría Álvarez, sería semilla de nuevos periódicos y periodistas. Gloriosos momentos del nacimiento del diario unomásuno, dirigido por Manuel Becerra Acosta, admirable y amigable, subdirector de Excélsior. Y la revista Proceso, dirigida por Julio Scherer García.

En ambos periódicos levantaron la bandera de la libertad de prensa periodistas de cepa que se formaron en Excélsior y fueron maestros de nuevas generaciones egresadas de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García y de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Se murió el sátrapa, después de un centenar de años. Fue un verdadero ícono del autoritarismo de la dictadura perfecta; intolerancia, corrupción, cinismo, simulación e impunidad.

El periodismo dio un salto profesional y deontológico, aunque navegando en un mar de corrupción de los empresarios dueños de los medios informativos. Y de veteranos amantes del chayote, del millonario chayote.

Desapareció el unomásuno, otrora casa de verdaderos profesionales del periodismo. Y la revista Proceso, con la muerte de Julio Scherer García, devino en lo “común y corriente” del periodismo mexicano. La mediocridad.