Misión: dañar

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Como ciudadanos nos preguntamos: ¿existiría la voluntad anticipada y alevosa de algún presidente por causar daños a la nación? Mi respuesta es sí. Y esto se desprende desde el momento en que piensan que el poder les permite la autoridad de apropiarse de la nación como patrimonio personal y sus decisiones se convierten en caprichos e imposiciones.

El poder absoluto abre posibilidades a la corrupción desde el nepotismo hasta el uso discrecional de los recursos e instituciones del país. Vienen entonces nacionalizaciones, expropiaciones, desaparición de programas o fundaciones y otras maniobras más que pretenden sellar la marca del gobierno vigente. Se pierden los equilibrios y el presidencialismo omnipotente busca dominar y doblegar a los otros poderes (judicial y legislativo). Peligra la nación cuando se gobierna con rencor, venganza o ante el fracaso de los programas se culpa al pasado para justiciar el presente equivocado.

Las crisis se profundizan y el daño se alimenta cuando inicia la negación de las equivocaciones y entonces impera la terquedad. Se provocan crisis y se vive bajo la impunidad de modificar leyes para evitar sanciones. Con presentar los Informes de gobierno amañados, dejar la glosa en manos de incondicionales y cerrar con un triunfalista discurso político los exoneran de todo mal.

Aceptar ser el Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas es tomar la responsabilidad de salvaguardar la soberanía, los símbolos patrios y seguridad de la patria, pero eso no pretende significar que a voluntad los soldados mexicanos sean empleados de albañilería o represores de migrantes. El quehacer moral y legal es adiestrarlos y proporcionarles todos los elementos para el cumplimiento muy específico constitucional y capacitarlos para el pronto auxilio a la población en casos de emergencia.

Más allá es violentar sus propósitos. Un presidente hace daño por omisiones o intenciones. Declarar “y no me vengan con que la ley es la ley” es aceptar que no habrá de aplicarse el Estado de Derecho y más aún cuando los extraños resortes jurídicos le permiten obsequiar lo mismo “bandos”, “memorandas” o “decretos” para, a nombre de la seguridad nacional ejercer decisiones y “reservar” la información a la sociedad. Mucho daño hace un presidente cuando nombra a funcionarios incompetentes, hostiles o inexpertos sólo por su cercanía y amistad además de incondicionalidad política.

Dañan cuando disfrazan su notable nepotismo, pero defienden que los familiares al estar ausentes en la nómina no son considerados como servidores públicos, aunque actúen como tal, exijan como tal y operen como tal. Escuché por varios años, al cambio de sexenios, que los perdedores electorales han manifestado “le vaya bien al presidente porque así le va bien al país”.

Falso, no lo creo porque su camarilla lo protege en sus ambiciones protagónicas y más en este sexenio debido a que el presidente sostiene una recesión simplemente porque asume que la pobreza debe ser un identificador de honradez y por tanto suponer que con un par de zapatos es suficiente, impulsar el desabasto de medicamentos, con el recorte de fideicomisos y con solicitar que nadie gane más que él la recomposición social será mejor, tan es así que se atreve a usar las aulas de instrucción pública como núcleo de adoctrinamiento político.

Un mandatario como el actual hace dañó cuando trabaja con mala fe, cuando cree que con él y sólo por él inicia la democracia y que él es la ley. Demagógicamente ataca a sus adversarios, descalifica a aquel que es más competente y abusa de la pobreza e ignorancia masiva para incrementar su ego y permanencia asociándose con populistas y dictadores con la máscara de benefactores progresistas. Daño hace un presidente cuando majaderamente “ofrece disculpas a todo tipo de víctimas” a nombre del Estado más no del gobierno.

Daño cuando obliga a nuestras Fuerzas Armadas a rendirle honores a tiranos, dictadores y asesinos usando el prestigio de México en fiestas cívicas nacionales y todavía les entrega las llaves de la ciudad como galardón a su complicidad criminal.

Gobernar es un acto legal y moral de alta responsabilidad, es someterse a la más exigente tarea para engrandecer a la población y dignificar a la patria, no se trata de una cantina abierta en donde a capricho se arrojan “corcholatas” a un circo burdo de engaños. Bien dice Porfiria Muñoz Ledo, “las corcholatas no se destapan, son las botellas”.

Contestando a destiempo a la afirmación de Peña Nieto “no creo que ningún presidente, perdón por la palabra, se levante todos los días con la intención de <joder> al país” mi respuesta es si, rotundamente si y más aún cuando se convierte el presidente en ministerio público para liberar a sicarios, defender los derechos de los criminales y procurar la liberación se secuestradores.

Conductor del programa VaEnSerio mexiquensetv canal 34.2 izzi 135 y mexiquense radio

@cramospadilla