La caballada flaca de los demócratas

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Uno de los viejos caciques mexicanos más representativos de la dictadura individualista de los políticos del PRI se refirió a los precandidatos presidenciales de su partido en 1975 con una frase muy ranchera: “la caballada está flaca”, refiriéndose aspirantes carecían de fuerza política propia.

El modelo de la caballada flaca se puede aplicar a la larga lista de precandidatos del Partido Demócrata a la candidatura presidencial de 2024 en Estados Unidos. Se trata de políticos como gentes muy individuales y ninguno de ellos con una formación de pensamiento estratégico, de estadista o de seguridad nacional.

El problema con la elección presidencial en Estados Unidos radica en que no se elige solo al administrador de los destinos cuatrianuales del pueblo americano, sino que también se determina –en el lenguaje pomposo del viejo imperio— al “líder del mundo libre”, una conceptualización heredada de la inexistente retórica de la guerra fría en la segunda mitad del siglo XX.

La elección de un presidente estadounidense no sería tan importante de no ser por el hecho de que Estados Unidos sigue siendo la potencia económica, política, internacional, estratégica y militar del planeta Tierra y todo lo que ocurra en ese proceso debería de tomar en cuenta los escenarios nacionales de países que serán afectados por las votaciones estadounidenses.

Lo malo del proceso electoral estadounidense es que los países y las regiones del mundo no tienen ni la más mínima posibilidad de participar o influir en sus tendencias y resultados, a pesar de quién resentirán los efectos de las decisiones de la Casa Blanca. En el 2008 el candidato presidencial demócrata Barack Obama hizo una gira electoral por Europa y pronunció en Berlín uno de los discursos pacifistas de mayor compromiso estadounidense, pero los resultados de su presidencia fueron en la misma lógica de la consolidación del dominio imperial americano sobre el mundo.

La lista de precandidatos presidenciales del Partido Demócrata está basada más bien en nombre de popularidades locales. El más conocido, obviamente, es el presidente Joseph Biden, quien durante muchos años lideró la comisión de Relaciones Exteriores del Senado, fue ocho años vicepresidente de Obama y lleva tres años de presidente en funciones; y le siguen conocimiento internacional la derrotada candidata presidencial en 2016, Hillary Clinton, que tuvo función política de Estado como esposa del presidente Bill Clinton durante ocho años y luego cuatro años como secretaria de Estado del gabinete de Obama.

Un caso aparte la vicepresidenta Kamala Harris, quien logró esa posición a partir de un criterio político de selección del candidato Biden al considerar que la exfiscal de California reunía cuando menos 2 características que le aportarán votos: su perfil femenino y su consideración afroamericana, aunque en su carrera política no se le conozca ni se le reconozca ninguna decisión que hubiera beneficiado a las mujeres o a los afroamericanos. La vicepresidenta Harris de modo natural es precandidata presidencial, pero con un perfil bajo en la administración Biden y por lo tanto sin una presencia nacional y menos internacional.

Los demás precandidatos tienen biografías locales, no todos ellos nacionales, y su posicionamiento tuvo que ver con los resultados electorales del pasado 8 de noviembre. el precandidato más famoso es el senador Bernie Sanders, pero más debido a su perfil autodenominado socialista en una etapa de la política norteamericana en el que cualquier cosa contraria a los republicanos es socialista. Sanders, con 81 años hoy, es muy seguido y estimulado por los jóvenes, a quienes han influido con su retórica de tipo social en la lucha contra la pobreza y contra los poderosos grupos económicos de poder en Estados Unidos.

Los dos factores dominantes de poder en el Partido Demócrata son el expresidente Barack Obama y el expresidente Bill Clinton, aunque los dos con resultados de sus gestiones que no los hacen demasiado recomendables. Y aunque no se quiera reconocer, el principal factor de poder dentro del Partido Demócrata es nada menos que el expresidente republicano Donald Trump, cuya figura demonizada ha determinado varias de las decisiones más importantes de los demócratas, incluyendo, por supuesto, la nominación de Joseph Biden en 2020 ante el deterioro de la figura de Hillary Clinton después de la derrota de 2016.

El presidente Biden tendrá 82 años en el 2024, con el dato significativo de que el presidente mas anciano fue Reagan al terminar sus dos periodos apenas con 77 años; Biden resiente ya el paso del tiempo y los medios críticos se solazan exhibiendo sus distracciones, dispersiones y movimientos de una persona más anciana de lo que representa. De Bush se burlaban por muchas de sus frases absurdas y los calificaron de bushismos; con Biden solo reproducen afirmaciones y gestos fuera de lugar.

El presidente Trump, con una complexión de un toro, tampoco es un joven: arribaría a las elecciones presidenciales del 2024 con 78 años, aunque con mayor dinamismo, movilidad y fuerza corporal que le permitió andar por todo el país apoyando candidatos republicanos, algunos dicen que impulsado por su dinamismo sexual que lo ha hecho muy famoso, para bien o para mal, en Estados Unidos.

El panorama electoral en Estados Unidos, pues, muestra una caballada flaca de políticos carentes de fuerza institucional y solo representando bloques o grupos de poder. Pero como las figuras políticas no se inventan de un día para otro en Estados Unidos, otra frase de rancho se puede aplicar: con este ganado tendremos que lidiar.

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