A menudo, encuentro pasajes literarios que me ayudan a entender mejor la política, sea por situaciones, metáforas o analogías. Una de ellas, que considero útil para este momento, viene de El castillo, de Franz Kafka. La trama: el agrimensor K, intenta medir los terrenos del castillo, y pasa toda la novela tratando de acceder a la autoridad que le permita cumplir sus funciones.
Uno de los personajes es Bernabé, quien se ostenta como el mensajero del castillo y, por ello, intermediario ante K. En algunos momentos, el protagonista se veía deslumbrado y esperanzado cuando el joven se acercaba a él, como ángel salvador.
Después de varios mensajes contradictorios, K descubre que el joven, junto con su familia, estaban repudiados porque una de sus dos hermanas rechazó los avances de un funcionario del castillo. Solo Bernabé, en su inocencia, pareciera ser la esperanza de redención también para su parentela, aunque no hay evidencia que sea funcionario del castillo. Incluso para obtener información, su otra hermana se ve obligada a acostarse con los sirvientes de los funcionarios.
Recuerdo el pasaje al ver cómo, en su desesperación, muchos críticos y opositores viven esperando que alguien los salve del presidente. O al menos, esperan que cualquier Bernabé logre convertirse en el líder de una oposición amorfa, desorientada y comodina.
Muchos de esos personajes provienen de un grupo conocido de notables, como en el siglo XIX. Hablamos de generaciones de políticos criados en un entorno cerrado y altamente endogámico, que se dedicó a administrar los cambios de partido en el gobierno en lugar de concretar instituciones planamente democráticas.
Cierto, los avances en democráticos que lograron a lo largo de 40 años fueron importantes si los comparamos con lo que había en los años setenta, pero siempre de acuerdo a sus intereses, y sin abrir realmente cauces de participación o fomentando esquemas eficaces de rendición de cuentas.
Como en otros países donde triunfan las opciones populistas, las fallas en el diseño democrático y el descontento sobre temas puntuales como corrupción, inequidad y seguridad, fueron explotados por un líder que se presentaba como representante del pueblo. El resultado: el viejo sistema colapsó. Es imposible volver al pasado: se necesita autocrítica para poder calibrar. De lo contrario, las emociones que mueve el líder pueden llevar a un rediseño de reglas al interés del gobernante.
Aunque el presidente se beneficia de un ambiente polarizado, pues le permite movilizar emociones que lo legitimen, también a los notables les conviene mantener la radicalización. La razón: han medrado de las expectativas de la ciudadanía por décadas, y les resulta más fácil jugar al Bernabé que a aceptar su derrota, apostar por la rotación generacional y retirarse a sus casas.
Vemos por ejemplo a un Cuauhtémoc Cárdenas, que niega estar relacionado con Morena, aunque el PRD sigue el mismo modelo que los guindas: una coalición inestable de grupos políticos que nada tenían en común, salvo impulsar las eternas ambiciones presidenciales de un tlatoani. Quizás no sea parte del partido en el poder, pero el ingeniero es padre y precursor de esa agrupación.
Otro Bernabé que se asoma a la distancia es Porfirio Muñoz Ledo. Indiscutiblemente, es difícil explicar las transformaciones políticas de los últimos años sin su participación. Sin embargo, su afán de verse como un hombre de Estado nos llevó a perder valioso tiempo para discutir reglas del juego democráticas, a nombre de grandes reformas, mientras un grupo de académicos presentaba excentricidades que solo generaban miedo al cambio. Su afán por mantenerse vigente lo ha llevado a dar tumbos por todo el espectro ideológico. Hoy, tan solo porque se opone al presidente, muchos lo ven como un líder para enfrentar la demagogia.
¿Y qué decir de Diego Fernández de Ceballos? Hábil operador palaciego y buen negociador, fue la primera víctima política del hoy presidente, pues no fue capaz de anticipar su retórica en un debate televisivo. En estos días, vuelve a salir a la luz para pedir venganza, cuando ya nada dice a nuevas generaciones y sus bravatas solo enardecen y reafirman a los extremos.
Estamos entrampados en fantasmas del pasado, mientras pretendemos ignorar que fracasaron. Como en las novelas de Kafka, estamos metidos en un laberinto, creado fundamentalmente por nuestras propias creencias y prejuicios. ¿Cómo superarlo?
Me viene otro pasaje de Kafka, esta vez de El proceso: el viajero que muere en el umbral de una puerta que se había creado solo para que él la atravesase. La única forma de superar a esas figuras que solo desean medrar de la tragedia es dejándolas atrás. Quizás los boomers y la generación x fracasamos cuando fue nuestra oportunidad para consolidar una democracia. Apostemos al hambre de hacer las cosas de las generaciones que nos siguen y abramos paso a nuevas ideas.
@FernandoDworak
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