Alemania desbarató un intento de golpe de Estado

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Hoy es Brasil, hace dos años el Capitolio en Estados Unidos. Mañana podría ser cualquier democracia ya no importa que esté más o menos consolidada,  hay un germen brotando al calor de las redes sociales e incubado por ideas rupturistas y radicales. El odio y el resentimiento sirven de abono.

Las imágenes de una turba violenta asaltando a como dé lugar el Congreso, el Tribunal Supremo y la sede de la Presidencia en Brasilia han dado la vuelta al mundo. Tan solo siete días antes, Luiz Inácio Lula da Silva, el eterno líder de izquierdas brasileño había celebrado su toma de posesión en el nuevo inicio de otro mandato presidencial.

El exlíder sindical ya había gobernado al país más extenso de América Latina, lo hizo en 2002 y en 2006; logra otro tercer mandato, tras varios años enfrentando problemas judiciales, acusado por corrupción y finalmente encarcelado –casi dos años– por aceptar sobornos millonarios.

A su investidura no asistió el mandatario saliente –como marcan los cánones presidenciales– porque el líder de la extrema derecha Jair Bolsonaro optó por abandonar Brasilia para refugiarse en Miami. Eso sí, no sin antes  agitar la discordia y la duda acerca de la veracidad del resultado electoral.

Ha sido la misma estrategia utilizada también por Donald Trump: primero, sembrar dudas acerca de la imparcialidad del sistema electoral; segundo, advertir a sus fieles seguidores de que muy probablemente perderá porque no le será reconocido el triunfo; tercero, consumar la inquina tras darse a conocer los resultados y acusar públicamente del desaseo en las elecciones y advertir de que le han “robado” votos y por, ende la victoria; cuarto, no reconocer el triunfo del adversario; y quinto, utilizar todo los espacios disponibles en sus redes sociales personales para hablar del fraude, del robo electoral, del no reconocimiento al triunfo del otro y llamar a las masas a la movilización para defender el voto robado y en todo caso, impedir la investidura del candidato ganador.

La fecha del 6 de enero de 2021 quedó ya recogida en los anales de la historia de la mayor democracia del mundo, que contempló azorada cómo una banda de seguidores trumpistas intentó impedir la investidura de Joe Biden que sería celebrada dos días después.

Esa horda con sus palos, sus machetes, sus armas de fuego, los cuernos en la cabeza y las cadenas en las manos, llegó hasta el Capitolio y destrozó sus puertas, ventanales, se metió a las oficinas de los legisladores y hasta destrozó documentos. En este hecho violento fallecieron cinco personas, tan solo unas horas antes Trump había volcado todo su odio en su cuenta personal de Twitter insistiendo en el robo y el fraude en su contra (llevaba jornadas remarcándolo) y prosiguió, inclusive, cuando la turba ya estaba haciendo de las suyas.

 

A COLACIÓN

En Alemania, a principios de agosto pasado, un grupo formado por dos centenares de fascistas –la mayoría identificados por la policía alemana–intentó dar un golpe de Estado haciéndose con el control del Parlamento. Todo comenzó con una macro marcha de protesta contra los controles sanitarios implementados por orden del  primer ministro germano, Olaf Scholz, por el tema de la pandemia.

Entre el enorme grueso de personas destacó un contingente que llevaba símbolos nazis, banderas alusivas a la época de Hitler, y que terminó dirigiéndose hacia el Reichstag para tomarlo a la fuerza.

Inicialmente corrió como la pólvora en redes sociales la intención de hacerse con el control del Parlamento y las fuerzas de seguridad procedieron a la detención de varias personas para desactivar la situación.

Recientemente, la Fiscalía alemana dio a conocer que un total de 25 personas identificadas como ultraderechistas, fascistas y una mayoría con formación militar seguían detenidas, tras investigarse que llevarían largos meses planeando un golpe de Estado. La propia Fiscalía en un informe publicado aborda a dicho grupo como una  “organización terrorista”  con la idea de derrocar al actual sistema para volver a la “Alemania de 1871” inspirado en tesis conspiranoicas.

De acuerdo con parte del informe oficial: “Los acusados están unidos por un profundo rechazo a las instituciones estatales y el orden democrático libre en Alemania”.

No era algo, ni aislado, ni repentino, ni mucho menos improvisado lo que se pretendía hacer con el Reichstag. También en Brasil, van fluyendo las investigaciones y se sabe que un grupo de seguidores de Bolsonaro podría haber sido financiado por empresarios contrarios a Lula e inclusive está por deslindarse las responsabilidades de varios mandos militares.

¿Qué está pasando con la salud en general de la democracia? Precisamente, un documento elaborado por los expertos del Centro de Información y Documentación Internacionales en Barcelona (CIDOB) ubican el riesgo de la involución democrática como una de las premisas a las que habrá que seguir poniendo atención a lo largo de 2023.  Y,  no son hechos aislados, empieza a tejerse una cierta línea conductual: hay gente deseosa de  imponer un invierno democrático y el poder de las redes sociales está uniendo a los interesados en llevarlo a cabo.

@claudialunapale