Luego de que por muchos años la relación de México con el gobierno castrista de Cuba fue una política de Estado y definió la política regional, la condecoración mexicana del Aguila Azteca –con referentes más culturales que políticos– al presidente cubano Miguel Díaz-Canel provocó un conflicto político de altas magnitudes por una carta firmada, entre otros, por algunos intelectuales excomunistas que contribuyeron en el pasado al apoyo ideológico a la revolución cubana y que hoy la tachan de dictatorial, militar y criminal.
La relación de los intelectuales de izquierda –no necesariamente socialistas o comunistas, sino más bien progresistas del viejo PRI populista– fue una pieza clave en la geopolítica exterior de México, convirtiendo la defensa del Gobierno de La Habana en un punto de autonomía ideológica frente a Estados Unidos. En 1962, el gobierno del presidente López Mateos se negó a cumplir con la consigna de Washington de que todos los países de la Organización de Estados Americanos (OEA) rompieran relaciones diplomáticas con Cuba por su definición marxista-leninista y sus decisiones expropiatorias de riquezas empresariales.
La definición ideológica del Gobierno mexicano en esos tiempos venía del viejo cardenismo revolucionario. A mediados de los años sesenta, México se partió en defensores de la Cuba revolucionaria y una derecha religiosa que gritaba en las calles “cristianismo sí, comunismo no”. La facción dominante de la izquierda en México en esas fechas era la considerada progresista del PRI, con una muy disminuida izquierda del Partido Comunista Mexicano en la semiclandestinidad. Cuba, en pocas palabras, le dio cuerpo ideológico a una izquierda institucional mexicana que resistía a las presiones de los gobiernos estadounidenses en plena guerra fría, aunque con expresiones de endurecimiento policíaco del Gobierno contra los militantes comunistas.
La izquierda marxista mexicana rompió con Fidel Castro en 1968 cuando el líder cubano apoyó la impunidad de los tanques soviéticos en Praga para aplastar la experiencia democrática socialista de Dubcek, y a partir de entonces los gobiernos priistas –progresistas, autoritarios o neoliberales– siguieron patrocinando a Fidel como una carta de negociación contra la estrategia de seguridad nacional de la Casa Blanca.
La izquierda priista recibió una bofetada de Fidel Castro en diciembre de 1988, cuando el líder cubano estuvo presente en la ceremonia de toma de posesión del presidente Carlos Salinas de Gortari –hoy exiliado en España– luego de un fraude electoral nada menos que contra Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, hijo del general Cárdenas que siempre apoyó a la revolución cubana. Pero a pesar de ese acto de traición ideológica, el gobierno perredista-cardenista en el entonces Distrito Federal, bajo la titularidad de Rosario Robles Berlanga como sustituta de Cuauhtémoc, recibió a Fidel Castro en el Palacio Municipal y le entregó las simbólicas llaves de la ciudad, a pesar del apoyo cubano al gobierno de Salinas.
La estrella fulgurante de Fidel Castro en México se apagó con el fin del PRI en la presidencia. En una reunión iberoamericana en México, el presidente Vicente Fox –de filiación panista conservadora– le pidió a Fidel Castro que estuviera en la ceremonia, pero que se regresará a La Habana de inmediato; la frase usada se convirtió en un referente a la pérdida de influencia ideológica de Fidel en México: “comes y te vas”, y Fidel comió y se regresó humillado a La Habana.
En diciembre de 1977, los jefes de los dos más importantes formaciones intelectuales mexicanas –Octavio Paz. en el lado liberal, y Carlos Monsiváis, en el bloque progresista-priista– se enfrascaron en una polémica histórica donde el detonador había sido Fidel Castro: Paz criticó con severidad a la dictadura cubana y Monsiváis defendió a Cuba con el argumento de que el simbolismo socialista debiera de perdonar acciones represivas. En 1979, un año después de la muerte del poeta, Monsiváis escribió un texto en una revista Letras Libres para reconocer que la historia del deterioro de la dictadura cubana le había dado una razón histórica a los planteamientos críticos de Paz.
El incidente –por llamarle de algún modo– de la condecoración de López Obrador al cubano Díaz-Canel mostró a los viejos intelectuales que apoyaron a Fidel Castro ahora vestidos de críticos, firmando cartas junto a personeros de la derecha elitista mexicana, mientras los priístas herederos del nacionalismo revolucionario guardaron penoso silencio para que no les reclamara los antiguos apoyos del PRI a Fidel Castro y su dictadura.
Lo único que quedó claro fue el hecho de que la revolución cubana de los Castro es vista hoy en México como una dictadura militar represiva, cuando a finales del siglo pasado era un ejemplo ideológico de la izquierda latinoamericana.
EPILOGO DE POLITICA FICCION: Apenas aterrizó en el aeropuerto de La Habana, el presidente Miguel Díaz-Canel fue convocado al Palacio de la Revolución para una reunión con el comité central del Partido Comunista, todavía controlado por el comandante general Raúl Castro Ruz. El jefe del gobierno fue sentado en el banquillo de los acusados y toda la élite revolucionaria le reclamó haber aceptado una condecoración del Estado mexicano que en estos días está siendo juzgado por narcoestado en un tribunal de Nueva York, en medio de acusaciones de estar representado por gobiernos mexicanos corruptos, presidentes de la República en el exilio en España, decenas de miles de muertos al año, la presencia de los cárteles del narcotráfico en el Estado y las instituciones…, entre otras quejas. Castro fue muy claro en decir que la revolución cubana no podía prestarse a juegos de relaciones públicas de gobiernos en descomposición capitalista. Al salir de la reunión, el presidente Díaz-Canel se quitó la condecoración del Aguila Azteca, la guardó en su cajita y de manera discreta la envío a la embajada de México en Cuba con las disculpas del caso.
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