Tomar la calle

0
337

Cuando los ministros del gabinete de Porfirio Díaz se empezaron a parecer a los monigotes que quemaba el Jockey Club en la Ciudad de México, el gobierno decidió que la ceremonia debía moverse al interior del edificio del club, lo que sin duda quemaría el edificio, el mensaje para la posteridad es que el dueño de la calle es el gobierno, aunque la sociedad la pueda usar bajo condiciones gubernamentales.

Hoy prevalece una partición contenciosa, el gobierno decide quién, cuándo, por qué y para qué quiere la calle. Está permitido y hasta animado que la gente salga a la calle a apoyar al gobierno, suceso que normalmente no es espontáneo y a veces involuntario, por el contrario está prohibido o debe permitirse salir a protestar. La sociedad se lanza a la calle para abrir oídos que se niegan a escuchar.

La defensa de la calle por el gobierno usualmente se realiza con violencia y dependiendo de la intolerancia gubernamental o del coraje societario, el grado de violencia puede ser muy alto. El gobierno golpista de Perú en enero demandaba la compra urgente de 230,000 granadas lacrimógenas. Ya no sorprende ver vehículos militares entregados a las policías en las calles de Estados Unidos para frenar a los que protestan por la brutalidad policiaca. Se han vuelto frecuentes los cañones de agua y las filas de policías armados para la batalla enfrentándose a los que protestan en Paris o a los contrarios a la globalización agredidos en las cumbres de políticos que promueven agendas que agravan la pobreza.

Conviene explorar dos problemas:

¿Por qué la sociedad tiene que salir a la calle para protestar contra decisiones o promover políticas alternativas?

¿Qué falta en los mecanismos de comunicación entre sociedad y Estado que propicia protestas en Teherán, Israel, Francia y por qué no obstante que cientos de miles de personas salen a las calles para protestar contra decisiones y acciones, los gobiernos se enconchan, ignoran la protesta y van adelante con las decisiones que son recibidas con molestia. En Irán las mujeres salieron a la calle por el asesinato de una mujer por la policía que las vigila para que cumplan con normas extremistas; en Francia la sociedad se moviliza en contra de la extensión de la edad de jubilación, pero el gobierno sigue a pie juntillas las fórmulas neoliberales; en Israel van 10 semanas de protestas callejeras cada día más concurridas en contra del pisoteo del poder judicial y el intento de terminar con un contrapeso al poder del gobierno, que por cierto, pretende aprobar una ley que proteja al corrupto primer ministro.

El segundo problema que no es menor, es ¿por qué los gobiernos prestan oídos sordos a las protestas sociales?

Algunos dicen que al haber ganado el gobierno y tener una mayoría, el gobierno adquiere carta blanca para tomar decisiones, aunque éstas afecten a la verdadera mayoría.

Macron ganó con 58% de los votos frente a la opción de ultraderecha. En Francia la derecha se enfrentó a la derecha y por eso cree tener la opción de afectar a los trabajadores que son la verdadera mayoría del país.

El presidente iraní ganó con el 51% de abstención electoral, y sigue dominando la teocracia.

El gobierno israelí tiene mayoría después de haber armado un gobierno de coalición que cedió grandes concesiones a partidos minoritarios que sienten tienen la legitimidad para darle forma a nuevas instancias de convivencia, en Jerusalén circuló la versión de que mujeres y hombres debían abordar el transporte público por puertas distintas y sentarse separados.

El caso de Perú es ilustrativo. Después de una maniobra para destituir y encarcelar al presidente legítimo, el gobierno combate a sangre y fuego literalmente las voces que se oponen al atropello del sistema electoral, más otras demandas sociales, económicas y políticas.

Los gobernantes sienten que al ocupar las oficinas administrativas adquieren un poder que se pone por encima de la gente. Hubiera sido interesante e importante que los partidos políticos hicieran campaña mostrando sus agendas de intolerancia y pisoteo de derechos civiles y hasta humanos. A ver cuánta gente votaba a favor de que la policía de la moral iraní pueda matar mujeres por no llevar bien puesto el hijab.

La sociedad posiblemente siente que el voto no conduce a posibilidades de influencia y por eso la calle es el bastión del enfrentamiento entre la sociedad y el poder político, pero es un terreno con el piso disparejo y llega a convertirse en espacio de batallas campales en las que la sociedad usualmente pierde.

La batalla callejera es una señal de la debilidad de la política y su solución tiene impactos futuros, muchos desagradables y muy costosos, entre otros que los políticos buscan victorias de corto plazo, porque para ellos como decía Keynes, a futuro todos estaremos muertos.