La disputa sin reglas por el liderazgo del partido Morena no parece preocupar a nadie, y menos a su fundador. La razón radica en el hecho de que esa organización creada sólo para impulsar la candidatura presidencial de Andrés Manuel López Obrador nunca fue pensada como un partido tradicional, sino como un partido-movimiento o agrupación de organizaciones sociales, experredistas y expriístas dirigidas por un líder.
Para entender la crisis actual de Morena hay que encontrar una explicación formal desde la ciencia política: Morena, como en su tiempo el PRI, no encuentra acomodo en la teoría dominante de los partidos de Maurice Duverger en los cincuenta, pero sí en el catálogo de nuevas formas de partido de Angelo Panebianco de los ochenta.
En este sentido, Morena se explica desde las ciencias sociales como un Partido Carismático o dependiente del carisma de su líder, no de sus propuestas políticas, ni de ideas aglutinadoras vía proyectos de gobierno. En su clásico Modelos de Partido, Panebianco encuentra sólo dos características de los Partidos Carismáticos: su “fundación se debe a la acción de un único líder” y se “configura como un instrumento de expresión política” de ese líder.
Como ejemplo analítico del partido carismático, Panebianco refiere dos casos: el muy conocido del partido nacional-socialista alemán de Hitler y el partido gaullista de Charles de Gaulle; el primero derivó en una dictadura criminal que se puede reproducir en función de este elemento dictatorial y el segundo como parte del carisma del general De Gaulle después de la segunda guerra, dando lugar a un modelo: “una total compenetración entre el líder y la identidad organizativa del partido es la conditio sine qua non del poder carismático”.
El problema estalla como crisis cuando el partido nace del seno del líder carismático y depende de él, pero no puede entrar en un proceso de institucionalización porque no fue creado para ser partido propiamente dicho, sino que se agota como base de movilización social y electoral del líder. Ahí justamente se localiza el Partido Morena en estos momentos; al final de cuentas, la centralización del líder no puede competir con los militantes.
Morena nació del útero del PRD y éste fue un clon del PRI, cuando el PRI había perdido base militante e identidad propia; el PRD quiso restaurar al viejo PRI cardenista y Morena sólo fue una estructura electoral para la candidatura presidencial de López Obrador. El dilema de Morena radica en dar el salto cualitativo a un partido de militantes sin pasar por un proceso de consolidación de los seguidores en propiamente militantes o ser vencido por la personalidad única del líder y sus decisiones personales que no necesitan de la estructura del partido para expandirse en la sociedad.
A partir del modelo Panebianco de partido carismático, Morena debería quedarse con Mario Delgado sólo como administrador y oficialía de partes de los seguidores de López Obrador; la opción sería entrarle a un proceso de institucionalización de la militancia y sus intereses, aunque con desviación tradicional de todos los partidos hacia grupos de poder internos, tribus o corrientes que de modo natural le disputarían influencia al líder en las decisiones.
En este sentido, todo indica que Morena tomará el primer camino de partido carismático.
@carlosramirezh