Claudia y los compromisos de la sucesión: el fantasma de Colosio

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El debate lo abrió el columnista Federico Arreola: a la precandidata oficial le están imponiendo posiciones que responden más a los compromisos del presidente saliente que al juego político de la candidata, poniendo como ejemplo el caso de Luis Donaldo Colosio, aunque existieron en aquellas sucesiones en las que el presidente saliente no pudo aguantar las ganas de transexenalizar a su grupo de poder.

Aunque el reparto de posiciones a aspirantes perdedores estaba cantado en el mecanismo denominación del candidato o candidata e inclusive –como Echeverría en 1975– se darían a los precandidatos derrotados posiciones concretas importantes de poder que le redujeran margen de maniobra al candidato o candidata y extendiera al grupo saliente más allá del sexenio regular.

El caso de José López Portillo fue uno de ellos: derrotado en la candidatura presidencial, Porfirio Muñoz Ledo fue impuesto por Echeverría en el PRI para manejarle la campaña del candidato, el líder cenecista Augusto Gómez Villanueva cerró el candado en la Secretaría General del partido y el burócrata Hugo Cervantes del Río se colocó en el PRI del DF y en una senaduría, atenazando el margen de maniobra priista del candidato presidencial. Al arribar al poder, López Portillo dio cuenta de los tres y anuló la intención del presidente saliente de inmiscuirse en el nuevo gobierno.

El modelo era de sobra conocido: no lo inventó, pero lo magnificó Plutarco Elías Calles cuando concentró el poder presidencial la figura de jefe máximo de la Revolución y tuvo el control para imponerles candidatos y gabinetes a Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio, Abelardo Rodríguez y hasta Lázaro Cárdenas, aunque este último tuvo la fuerza y la autoridad para ponerle un hasta aquí al expresidente, arrestarlo en su casa de Cuernavaca, subirlo a un avión y exiliarlo a Los Angeles, California, cortando de tajo el presidencialismo transexenal.

Arreola recuerda en su columna en SDP que el candidato Colosio quería poner a su jefe de su campaña (José Luis Soberanes o Carlos Rojas Gutiérrez), pero Salinas de Gortari y Joseph-Marie Córdoba Montoya le impusieron como cuñas a Ernesto Zedillo y a Liébano Sainz como vocero. Queda para la recuperación histórica de lo ocurrido en el caso Colosio, que antes de su viaje a Lomas Taurinas Colosio había decidido cambiar a Zedillo y mandarlo al gobierno del DF y deshacerse de Liébano para poner un vocero propio, pero fue asesinado antes de la ruptura del cordón umbilical con el agobiado presidente Salinas de Gortari.

Cuando Salinas fue destapado como candidato, el presidente De la Madrid mantuvo en Gobernación al candidato perdedor Manuel Bartlett Díaz, quien se dedicó a bloquear y ensuciar la campaña presidencial y a enredar el conteo de votos. Antes, el presidente Díaz Ordaz destapó a Luis Echeverría y le dejó a buena parte del bloque diazordacista de poder, aunque Echeverría ya como presidente fue deshaciéndose de ellos uno a uno, los calificó de “emisarios del pasado” y humilló, entre otros, a Alfonso Martínez Domínguez al despedirlo de la Jefatura de Gobierno del DF con la sospecha de haber sido el responsable del halconazo del 10 de junio de 1971.

López Portillo aguantó a un Muñoz Ledo que se creía, como secretario de Educación Pública, una especie de vicepresidente, y al terminar el primer año lo envió al servicio diplomático a rumiar sus rencores. Elías Calles, Alemán, Echeverría y Salinas quisieron ser expresidentes todopoderosos y las propias reglas del sistema dieron cuenta de sus ambiciones, con los casos extremos de los exilios forzados de Elías Calles en Los Angeles, el repudio a Echeverría y el dramático exilio de Salinas de Gortari por la sombra de sospecha que el gobierno de Zedillo lo marcó en el contexto del caso Colosio.

Obligada por Palacio Nacional, Sheinbaum ya le cedió espacios clave de la campaña a los candidatos derrotados Adam Augusto López Hernández y Ricardo Monreal Avila y podría darse el caso de que por negociación del presidente López Obrador se le entregue una senaduría y el control del Senado a un resentido Marcelo Ebrard Casaubón que no sólo perdió el proceso electoral interno de Morena, sino que amenazó con judicializar la victoria de Sheinbaum para quitarle la candidatura de la 4T.

El recordatorio que hace Arreola sólo en el caso Colosio debiera de encender los focos de alarma en el escenario de Sheinbaum porque podrían ser indicios transexenales incómodos, para decir lo menos.

 

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