En la revisión de la corriente literaria latinoamericana del boom de los años sesenta que ha reactivado el libro Las cartas del boom (Alfaguara) se habló aquí de la sociedad política en modo de sociedad de lectura que se cruzó con esas obras novedades creativas. Ahora se pasa una revisión a los autores de sobra conocidos, pero en un esfuerzo de interpretar perfiles personales con funciones sociales.
Los cuatro principales autores del boom no pertenecieron a ninguna generación formal por año de nacimiento, ni por localización geográfica, ni por grupo literario. Se fueron encontrando por referencias que el libro registra en sus cartas y paulatinamente desarrollar una amistad consistente. Julio Cortázar nació en 1914 en Bélgica, creció en Buenos Aires y se desarrolló en París. Gabriel García Márquez nació en 1927 en la pequeña ciudad Aracataca, Colombia, y su vida transcurrió en ese mismo escenario colombiano y latinoamericano. Carlos Fuentes nació en Panamá de familia diplomática, su centro de crecimiento personal fue México, pero vivió en el mundo diplomático de consulados y embajadas, luego cursos en Estados Unidos y estancias en Londres. Y Mario Vargas Llosa, el más joven de ellos, vio la primera luz en la ciudad de Arequipa, Perú, creció en Lima, se movió en su centro creativo de París y aprovechó el espacio cultural de Madrid y Barcelona.
Cada uno tuvo circunstancias muy específicas que motivaron su propuesta estilística creadora: Cortázar en lo que podríamos llamar el mundo de la otredad o lo que pudiera estar detrás del espejo cotidiano, García Márquez se desarrolló en las historias de la tradición oral de su familia, Fuentes fue el más mundano de los cuatro y Vargas Llosa definió su estilo a partir de las experiencias de su entorno peruano. La Rayuela de Cortázar transcurre en el París argentinizado, el mundo maravilloso de García Márquez fue provinciano y familiar, Fuentes redescubrió a la gran ciudad de México como un mundo en construcción y Vargas Llosa redujo su universo a la escuela militar Leoncio Prado, la zona rural peruana y la vida política bajo la dictadura de Odría.
Cuba se le atravesó a los cuatro en circunstancias particulares: Cortázar como invitado por Casa de las Américas para meterlo en la dinámica de la solidaridad, pero él desde París. García Márquez comenzó firmando cartas y luego con una relación personal con el comandante Fidel Castro. Fuentes quedó deslumbrado con la política educativa de la revolución cubana e inclusive llegó a decir –como lo recuerdó José Donoso– que se retiraría de la literatura para dedicarse al ensayo político. Y Vargas Llosa llegó el tema cubano por su militancia política comunista en su juventud y su entusiasmo por una experiencia socialista.
De militancia política hay pocas huellas en ellos: Cortázar nunca participó de manera activa sino hasta después de la crisis del caso Padilla y su involucramiento se agotó una mayor promoción de la revolución cubana y más tarde su adhesión acrítica y romántica a la revolución sandinista nicaragüense en modo de sentimentalismo popular. A pesar de tener conocimiento de la política práctica, siempre se mantuvo alejado de la militancia, nunca ocultó su fobia antipopulista por Perón y de alguna manera el espíritu de la ONU le ayudó a resolver contradicciones, cuando menos la más superficiales.
García Márquez atravesaba la política y la militancia por el ojo de la aguja de su sentido del humor muy displicente y tropical, fue periodista político por razones de circunstancias y luego desarrolló esa especialidad, ya en la fase procubana, para promover textos favorables a algunos de los asociados la geopolítica de Fidel Castro y la Cuba revolucionaria. Su amistad con Fidel fue, en realidad, sentimental y generosa, llegó a decir que entendía o sabía de los abusos autoritarios, pero que su tarea estaba en aprovechar la cercanía al comandante para liberar a escritores cubanos presos y ayudarlos a salir de la isla. El colombiano nunca fue un racionalista político.
Carlos Fuentes aparece como un político sistémico, a diferencia del opositor Vargas Llosa. En sus escritos políticos revela Fuentes su simpatía por la línea social de la Revolución Mexicana, toda vez que la línea ideológica se fue deslavando a lo largo de la historia del siglo XX. Fuentes fijó su ancla con la figura del general Lázaro Cárdenas, un socialista utópico, más progresista que revolucionario y constructor del régimen corporativo del PRI con la organización oficial de las clases productivas que luchaban contra la burguesía. Fuentes quedó ubicado en el espacio muy pantanoso del nacionalismo revolucionario, una definición que usó el PRI para decir que era de izquierda, pero en realidad no iba más allá del populismo asistencialista. Fuentes apoyó a Díaz Ordaz, luego lo criticó por el 68 y renuncio a la embajada en Francia por la designación de Díaz Ordaz en 1977 como embajador en España. Asimismo, comprometió parte de su prestigio personal apoyando al presidente Echeverría –ministro de Gobernación en el movimiento estudiantil del 68–, lo defendió de la izquierda y de las complejidades ideológicas del presidente, y murió añorando un liderazgo cardenista que nunca existió, quedando muy ubicado en lo que José Revueltas, escritor comunista, resumió con precisión: el cardenismo es una iglesia sin Papa.
Vargas Llosa arranca de su militancia –hoy se sabe inexplicable, aún por él mismo– en el Partido Comunista de Perú, luego fue uno de los más entusiastas apoyadores de la revolución cubana, rompió de manera estridente con Fidel Castro por el caso Padilla en 1971 y luego descubrió las bondades del mercado y el neoliberalismo y en 1990 lanzó la candidatura a la presidencia de Perú que tuvo un impacto contradictorio: ganó la primera vuelta con 32.6% de los votos contra 29.1% de Alberto Fujimori, pero en la segunda vuelta Fujimori lo rebasó por la derecha con 62.3% y Vargas Llosa apenas con 37.7%. Luego de esa experiencia política militante, el peruano se quedó anclado en un espacio ideológico conservador y finalmente abrazó el liberalismo en modo del neoliberalismo de mercado con su indagación de las fuentes ideológicas de su derecha en La llamada de la tribu en 2018.
Ninguno de los cuatro escritores del boom salió de la política ni se metió de lleno a ella, salvo por la experiencia como candidato de Vargas Llosa y en el entendido de que sus ensayos sobre el liberalismo han sido más de cultura política que de militancia partidista.
En este contexto, la interpretación que se sigue haciendo de la relación del boom literario con el boom político de la revolución cubana en el periodo 1959-1971 a veces los analistas pecan de exceso de exigencias respecto a la presunta inclinación política/ideológica de los autores. Cortázar hizo un experimento para relacionar la ideología con la literatura en 1973 con su novela Libro de Manuel, pero él mismo se sintió frustrado por los resultados desiguales: no pudo fusionar la ideología política con su modelo estilístico de revolución literaria, algo que ya había experimentado en 1966 con su cuento Reunión que transcurre en la guerrilla castrista de Sierra maestra y con aires guevaristas.
Esta vertiente de revisión de la vida personal/política de los cuatro autores del boom debe seguir bajo investigación.
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