Las dinastías políticas no necesariamente son favorables. Son una manifestación de detentar el poder sin ganas de soltarlo. ¿Legítimas? Esta columna tiene sus dudas. El poder no es cualquier otra profesión que encumbra dinastías, como las artísticas o las deportivas. Es otra cosa. Pase lo que pase. Las políticas son, a su vez, una muestra, un pronunciamiento de un determinado grupo político y, acaso, ni eso. Son la constatación de una idea muy personalizada de aspirar a conservar el poder pase lo que pase y así detentarlo. No hay que darle demasiadas vueltas.
Durante el último año tuvimos claro que el priista Enrique de la Madrid, hijo de expresidente y con cierta trayectoria política de bajo perfil –reconózcase que no fue brillante como secretario de Turismo y quedó muy opacado en ese cargo por Torruco en el pasado gobierno morenista– pretendía ser presidente de México. Y sí, aunque ha tratado de hacer su propia carrera política, mucho ha tenido que ver su apellido y mucho el impulso desde el cual partió. No partió de cero. No lo pidió, pero sí lo aprovechó. No es delito, pero es ventaja sobrada sobre tantos, tantos otros.
Su calidad de hijo de expresidente lo descalificaba para buscar la presidencia, porque hacerlo es perpetuar estirpes en el cargo. Es demostrar no hartarse del poder. Da igual si eres o no, priista. Da igual.
Para el caso concreto de De la Madrid ya lo priista, desde luego que no le ayudaba y así lo demostraron las encuestas que organizaron sus adeptos, en las cuales perdía, no gustaba. No era un tipo que considerásemos popular entre los ciudadanos y pesa en su contra el sexenio priista gris y fracasado de su padre. De tal no tenía la culpa, pero ello no borra lo gris y fracasado del sexenio priista de Miguel de la Madrid.
Lo importante es que en las encuestas siempre salía mal librado. Por eso no fue candidato. Era más su necedad que la realidad, la que impulsaba sus aspiraciones, pese a que la realidad, terca cual es, se empeñaba en demostrarle que no era aceptado y no lo era por ser hijo de expresidente y priista para más burla, un mandatario de triste memoria.
¿Qué no hay punto de comparación y no son lo mismo, un hijo del expresidente De la Madrid y un hijo del expresidente López Obrador? para fines de ser hijos de expresidentes que aspiran a la máxima magistratura de este país, son exactamente lo mismo. Y lo que puede ser reprobable en uno, lo es para el otro, por elemental equidad y circunstancia buscando el poder a partir de esa condición, aunque lo minimicen o nieguen.
El poder debe de fluir y no quedarse en las mismas manos, aun arguyendo legitimidad democrática. Colosio hijo es otra cosa, porque su padre no fue presidente y jamás sabremos cómo hubiera sido. Nunca se sabrá, aunque le sigan quemando copal sus adeptos, inventándose maravillas de presidente que jamás lo fue. Viven su posverdad.
Ahora bien, un hijo del expresidente López Obrador se ha colado en Morena para dirigir la Secretaría de organización. Andrés. Y el hermano, José Ramón, ha dicho que no descarta seguir en la política. La pregunta es ¿cuándo la abandonó y cuándo la ejerció? Según su padre, no andaban en ella y el sujeto dijo que era muy consciente de que ser hijo de quien es y eso, añadamos, le conlleva a crear su propia trayectoria. Sí, no ha de ser fácil ser hijo de expresidente y, sobre todo, porque por tal condición hay un rechazo nato a sus personas.
Pero el principio es el mismo: se es hijo de expresidente y nunca partirá de cero, aunque los aludidos lo nieguen. Y pesará el apellido y quién fue su progenitor. Los López Beltrán ya podrían haber aprendido de De la Madrid Cordero.
Acaso, los analistas exageran al decir que Andrés es el segundo del partido y lo dejaron cuidando el changarro, con el cargo en Morena para que regrese López y gobierne por sí o interpósita persona. Tendrían que suceder muchas cosas para que sea presidente y una de ellas sería que el sujeto sea popular y ser hijo de López Obrador no basta per se, para ser popular. Que lo entienda quien pueda. Y que si pretende ser candidato usando la estructura morenista, puede, pero falta algo: los electores. Nadie parece considerarlos. Para variar. ¿Por qué habría que votar por un hijo de López Obrador? Uno cuyos méritos ¿son? Que se mire en el espejo de Cuauhtémoc Cárdenas. A él como a los hijos de López Obrador, México nada les debe. Y México no da el cargo a hijos de expresidentes, además.
¿Qué no es Andrés, sino José Ramón el que aspire a presidente? da igual. Los hijos de López Obrador son pesados, antipáticos, no gozan de buena fama, hay señalamientos de corrupción puntuales y, lo más importante, acciones en pro de la gente no se les conoce, Sheinbaum es la presidenta, tendrá su propia idea de quién deberá de sucederla y los puestos para hacer lucir al Estado por vía de su gobierno es que no los detenta de momento, los hijos de López Obrador. Y falta lo que haga la oposición en 2030. Y lo que digan los electores. ¿Qué mejor no pelearse con el partido desde el gobierno Sheinbaum o que ella acate lo que López disponga? Bueno si quieren ganar en 2030, entonces mejor no necear con los López Beltrán, pues no sea que hundan el proyecto que no es caudillista ni de un solo hombre (López Obrador dixit). Ese producto que dicen los morenistas es Morena, no solo es y en exclusiva de López Obrador, porque López Obrador no es un caudillo, afirmó. Y siempre quedarán los electores, que en las urnas decidan. Y que nadie rete a los electores. En 2018 y 2024 demostraron su fuerza. Hasta Morena debe de tomar nota de ellos.
Pues bien, los López Beltrán a la sombra todo un sexenio, ¿no construyeron puentes para estar en la palestra? que sí lo hicieron ¿entonces se mintió diciendo que eran ajenos a la política? Seamos sensatos: no se ve bien a hijos de expresidentes buscando la presidencia. No se ve bien, sean priistas, morenistas o de cualquier partido. Así se trate de un López y su padre sea López Obrador. El poder en una república ha de fluir. Ya es bastante los Cárdenas, que parece no haber manera de sacudírselos. ¿Hace falta el clan López Obrador? esta claro que no ni las otras dinastías aludidas.