En este Día Internacional de la Mujer del año 2021, en el que uno se pregunta cuántas formas de feminismo y de machismo hay, en que de nuevo el gobierno no trata la raíz del problema, en el que sólo son mujeres las que exigen acabar con “el pacto” que, más que “patriarcal”, es un “pacto machista”, he recordado a José, el esposo de María, de la mujer que concibió un hijo sin haber convivido con su esposo.
José, cuando supo que María estaba encinta, no quiso denunciarla públicamente (Biblia Vaticana) o ponerla en evidencia (Biblia de Jerusalén) y decidió abandonarla (BV) o repudiarla (BJ) en secreto; el repudio podía hacerse por la vía legal, y tenía consecuencias para la adúltera. En el caso de María, el proceso hubiera sido muy difícil por múltiples razones; como una de tantas posibles elucubraciones, de haberse dado el juicio y si José lo hubiera ganado, habría tenido el derecho de cometer lo que después se llamó uxoricidio, una de las “durezas del corazón” de la ley judía que Jesús denunció por ser un crimen que se cometía “en justicia”.
Estos pensamientos desconsolaron a José pues amaba a María. Su conciencia estaba tan abrumada, que en sueños supo lo que tenía que hacer: aceptarla, cuidarla, protegerla, apoyarla, respetarla, defenderla. Esto era lo que en el fondo quería.
Como familia perseguida por el poder, se convirtieron en migrantes. En esta difícil situación, los regalos de los sabios de Oriente —incienso, mirra y oro—, además de su significado ritual, les han de haber permitido vivir un tiempo.
Al principio, José tuvo dudas en aceptar que María iba a tener un hijo del que él no era el padre, dudas de que se despojó gracias a su ser racional. Llegó a entender que la paternidad no es carnal sino mental (espiritual). José, como hombre, superó la animalidad. Comprendió que un padre no es el que pone una semilla ni el que sólo provee alimentos para el crío —lo que también hacen los animales irracionales—, sino que ser padre es el que educa, forma, da amor y comprensión a la compañera y a los hijos. La madre carnal de Jesús, a su vez, no sólo lo alimentó; también le dio amor, lo educó, le enseñó muchas cosas. Una madre no sólo es la que lleva en su vientre a un hijo. Ser madre y padre es más que un vínculo carnal.
El vínculo de María y José supera lo sexual. Es un vínculo mental, un compromiso amoroso y razonado. Juan Pablo II, en su Exhortación Apostólica Redemptoris Custos, con base en San Agustín, expone que el vínculo matrimonial de María y José es mental: “El hijo de María es también hijo de José en virtud del vínculo matrimonial que les une: «A raíz de aquel matrimonio fiel ambos merecieron ser llamados padres de Cristo; no sólo aquella madre, sino también aquel padre, del mismo modo que era esposo de su madre, ambos por medio de la mente, no de la carne».” (En algunas traducciones, en lugar de “mente” dice “espíritu”; en latín, Agustín escribió: “…utrumque mente, non carne”. Vide: De nuptiis et concupiscentia, I, 12.)
Las dudas de José se resolvieron cuando comprendió que la procreación de la especie humana es igual que la de los animales, que la auténtica paternidad es humana cuando supera ideas machistas, que el vínculo de amor y unión es mental, y que, incluso, puede superar la condición humana cuando la conciencia asume valores mayores a los éticos, como la entrega total por y con lo que es el auténtico amor.
José, en tanto pater putativus (padre supuesto) de Jesús, le dio su apellido, lo que significa que no sólo lo reconoció legalmente, sino que lo asumió, con y por amor (caritas significa amor), como hijo plenamente suyo, lo que es más que una adopción.
José es el varón que muestra cómo un ser humano masculino puede llegar a amar, cómo un varón sin cucarachas en la cabeza puede ser auténticamente un humano, cómo un ser humano puede evolucionar mentalmente, yendo desde razonamientos básicos hasta niveles espirituales.
José es el antimacho. El macho se avergüenza de la ternura, se niega a la compasión, reprime su llanto; el macho cree que la lealtad justifica su infidelidad. El macho se cree superior, porque es lo contrario: es como un animal y, a veces, como un monstruo maligno. El macho actúa con base en la “química”, o en “su química”, porque es incapaz de pensar y de pensar correctamente; es decir, por tener la mente retorcida, sus juicios son equivocados y pueden ser hasta malvados. El macho no conoce la bondad, por mucho dinero que tenga y regale: desconoce lo que es el bien. El macho es egoísta: fantasea con que es irresistible a las mujeres, al menos a alguna; y cuando comprueba que no es irresistible, que las mujeres prefieren separarse de él, descartarlo, entonces, incapaz de enfrentar su pequeñez, recurre a la violencia. El macho se convierte en animal frustrado que recurre a la agresión porque no soporta los espejos, las mujeres (y otros varones completos), que le muestran toda su insignificancia. Necesitamos terminar con el complejo de los machos ante mujeres inteligentes, trabajadoras, preparadas —más o menos—, para lo cual es necesario que ellos se preparen, crezcan, evolucionen. Cuando el macho reconozca y acepte su miseria, podrá comenzar a volverse humano. La misma palabra lo dice: macho es el animal.
José, por el contrario, es el varón que conoce las diferencias entre la animalidad y la humanidad. Es el varón, el humano, que sabe ser racional, fiel, leal, amoroso, solidario, respetuoso, entregado, responsable, tierno.
José no es el padre autoritario ni déspota, formas que llegan a confundir el amar con el comprar cariño; no es como aquellos que creen que el amor sólo es un sentimiento o, si son más animales que humanos, que una emoción es amor. José es el varón que supo que el amor es una actitud que engloba razón y sentimientos, que amar es una decisión racional.
José supo dar amor con ternura, sin chantajes ni condiciones ni venganzas, sin violencia, formas terribles de debilidad. Sí, los machos tienen una humanidad incipiente y débil porque no han dejado, no han sabido dejar la animalidad. Se podrían hacer grados de machismo: entre más macho, menos humano y más animal se es; entre más macho, más emotivo e instintivo y menos racional se es.
El Papa Francisco aconseja que “debemos aprender a aceptar nuestra debilidad con intensa ternura. El Maligno nos hace mirar nuestra fragilidad con un juicio negativo, mientras que el Espíritu la saca a la luz con ternura. La ternura es el mejor modo para tocar lo que es frágil en nosotros” (Patris Corde). Para comenzar, el macho necesitará pasar por un periodo de sufrimiento, que implica remordimientos, para luego concientizar y aceptar sus errores y delitos; llegará el momento en que pueda mirarse a sí mismo con compasión. Si desea curarse, comenzará a aprender, guiado, a pensar correctamente; luego, logrará vaciarse de su machismo, para después llenarse de humanismo y hasta de espiritualidad. Entonces podrá mirarse y mirar a los demás, sin cursilerías, con la ternura que surge del auténtico amor.
Algunos machos llegan apenas a “pensar” que José fue un tonto por haberse casado con una mujer encinta. Se equivocan. Incluso habrá machos que digan que José no fue un cornudo porque, finalmente, María iba a dar a luz al Hijo de Dios.
La decisión que tomó José fue fruto de su más profunda conciencia, surgió de lo más profundo de su corazón, que se expresó en forma de sueños en los que Dios, que habita muy dentro de la conciencia, se reveló. Si despiertos escuchamos la voz de la conciencia (si estamos sanos mentalmente y si no la tenemos retorcida), también la escuchamos en sueños (de lo contrario, supongo, han de ser horribles pesadillas).
Con la seguridad que da saber que se está haciendo lo correcto, José fue libre para amar, con lo que es realmente el amor (caritas). El Papa Francisco, en su Carta Apostólica Patris Corde, nos dice que “José acogió a María sin poner condiciones previas. Confió en las palabras del ángel. «La nobleza de su corazón le hace supeditar a la caridad lo aprendido por ley (…)»”. Es decir, por amor y convicción, José rompió lo que en ese entonces era el pacto masculino: no siguió las leyes ni las tradiciones patriarcales.
Hemos visto que las leyes son insuficientes para terminar con el machismo, con la violencia en todas sus formas en contra de las mujeres de todas las edades, con la desigualdad. Si a esto se suma que desde hace más de dos décadas no hay enseñanza cívica ni formación ética en las escuelas, y que ha disminuido la cantidad de personas que recibían esa formación ética en las clases de catecismo, podemos comenzar a comprender por qué la mentalidad machista se ha exacerbado y la cantidad de machos ha aumentado. Sin formación —diferente a educarse e instruirse—, la tendencia a lo negativo impera. Se ve en muchas cosas: obesidad, porque las personas no tienen elementos de criterio para distinguir entre comida sana y chatarra: no bastan algunos datos sobre grasas y calorías; violencia, porque el contenido de la mayoría de películas en la televisión enseñan violencia; corrupción, porque ésta se difunde en todas sus formas, lo que se imita por falta de formación. Abundan los ejemplos.
Sería erróneo pensar que José se sometió a María. El Papa Francisco denuncia y expone que, “en este mundo donde la violencia psicológica, verbal y física sobre la mujer es patente, José se presenta como figura de varón respetuoso, delicado que, aun no teniendo toda la información, se decide por la fama, dignidad y vida de María. Y, en su duda de cómo hacer lo mejor, Dios lo ayudó a optar iluminando su juicio»” (Patris Corde). José es ejemplo de varón discreto que no está acomplejado por una mujer; al contrario, no se sintió menos al ir comprendiendo que María jugaba un papel fundamental en la historia del bien. Y con ella, y en equipo, José es el ejemplo del varón evolucionado y del bien, en su expresión masculina.
Romper el “pacto machista” es el primer paso: Se comienza con romperlo en la cadena de mando mediante el respeto a la igualdad ante la ley y la reforma a leyes que aún impliquen desigualdad e injusticias. Este rompimiento lo deben exigir y hacer las mujeres y los varones, auténticamente humanos evolucionados, en y desde el poder, en la política, en lo social y educativo, en la familia, en todos los ámbitos: de lo contrario, se prueba que son “conservadores”, que lo quieren conservar. Tenemos que revisar qué tanto la teoría de género condiciona los comportamientos, pues siendo una ideología, sus intereses son control de conciencias para dominar y explotar sociedades que, aunque promovió cierta igualdad, no quiso solucionar el machismo desde su raíz; la educación, que se ha centrado en difundir la paridad de “género”, debería incluir crítica, análisis y soluciones del y al machismo (y del “género”). Los resultados de esta manipulación son visibles. Es muy cómodo para muchos excluir de sus vidas a las mujeres; esto no durará por razones naturales. Como algo urgente, los legisladores deben modificar las leyes para que los delitos en contra de las mujeres tengan castigos drásticos y ejemplares, y revisar códigos y reglamentos para que se deje de torcer la “justicia” en favor del machismo.
Aunque difícil de tomar la decisión, las mujeres también debemos romper el “pacto machista”. Muchas son las que con su silencio aceptan el machismo; muchas han sido las que lo han fomentado y promovido. Y muchas son las que sufren sus consecuencias más graves, como agresiones físicas y psicológicas, violaciones y feminicidios, mujeres que no tienen o la conciencia o la fuerza para denunciar estos delitos o para separarse del agresor.
No basta con hacer manifestaciones públicas ni, en lo privado, agredir a los machos o a los varones. De nada sirve que, por provocadores infiltrados o no, se hagan pintas, se rompan vidrios: esto sólo hace reír a los machos y previene a las autoridades: prefieren que las mujeres “se desahoguen” a cambiar la ley y sus costumbres. Esta mañana el presidente (no hay nada que comentar sobre las pobres palabras de la secretaria de Gobernación) dijo que antes de su gobierno no había protestas masivas de mujeres; olvidó qué nos hizo gritar: la perversidad en contra de niñas y el aumento de feminicidios, la exigencia de justicia que, por cuestiones de “procedimiento”, aunque haya pruebas y confesiones, está en entredicho.
Necesitamos encontrar las formas para fomentar una cultura antimachista, por ejemplo, prohibiendo que se produzcan y transmitan comerciales, telenovelas, programas, películas que rebajen o denigren a las personas, que fomenten en las mujeres la frivolidad que las lleva a buscar un marido que las mantenga y complazca en lo superficial, exigiendo que inculquen en varones y mujeres verdaderos valores, para que los machos dejen de andar fantaseando; esto no es violar la libertad de expresión sino ejercerla con los límites que, por ser un derecho, conlleva.
Las mujeres que sufren violencia pueden separarse, divorciarse y, si están casadas por la Iglesia, tramitar la nulidad. El Papa Francisco promovió, en 2015, que los procesos de nulidad fueran más ágiles. Hay miles de matrimonios infelices porque la decisión de casarse estuvo basada más en el instinto sexual que en la razón, que son inválidos (lo que significa que el sacramento del matrimonio no existió) por no haberse tomado con base en razones correctas, de forma libre y consciente. Para los católicos, el matrimonio implica “un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole” (Catecismo 1601). Decidirse a casarse sólo por “química” lleva al hartazgo, porque no se pensó —y si se creyó que se pensó, no se asumió— en buscar el bien del otro, de ambos y, si los hay mediante una decisión compartida (y no “por accidente”), de los hijos.
En la actualidad, muchos sacerdotes no aceptan celebrar un matrimonio porque “ella se embarazó”, y no lo aceptan porque esto es coacción, porque el consentimiento matrimonial “debe ser un acto de la voluntad de cada uno de los contrayentes, libre de violencia o de temor grave externo. Ningún poder humano puede reemplazar este consentimiento. Si esta libertad falta, el matrimonio es inválido. Por esta razón (o por otras razones que hacen nulo e inválido el matrimonio), la Iglesia, tras examinar la situación por el tribunal eclesiástico competente, puede declarar ‘la nulidad del matrimonio’, es decir, que el matrimonio no ha existido. En este caso, los contrayentes quedan libres para casarse, aunque deben cumplir las obligaciones naturales nacidas de una unión precedente anterior” (Catecismo, 1628 y 1629). Por varias razones, el matrimonio, como sacramento, puede ser inválido; es decir, si no existieron las condiciones para que se diera en tanto sacramento, no hubo matrimonio.
José, por supuesto, buscó el bien de María. Por eso la respetó, apoyó, protegió, cuidó, proveyó, fue su amigo. Y María, a su vez, fue su amiga, lo cuidó, lo respetó, lo apoyó y lo protegió. Ambos colaboraron para tener una vida digna y ambos compartieron; ambos formaron, educaron, enseñaron a su hijo. Ni él se aprovechó de ella, ni ella de él.
José es el varón que no juzga, que no agrede, que no violenta; es el hombre evolucionado, de sexo masculino, que comprende, acepta y respeta. José de Nazaret es lo opuesto al macho.