Manual para cuentistas: los escritores a punto de dejar de serlo

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Diego Medrano

Juan Casamayor es el rey del relato en España: pequeño como un acertijo, con su manchas blancas en la barba de estudiante, sus cuidadas ediciones, Páginas de Espuma como editorial montada con las sobras de grandes, que siempre rechazaron por vanidad el cuento y relato corto, homenajeado en la Feria Internacional de Guadalajara, querido en Latinoamérica por su atrevimiento y entusiasmo, duende absoluto del bosque eterno de las letras con americana de piel un poco grande, talla infantil, majada calentita en la Plaza Luna madrileña, ya sin yonquis fuera y con fuego en la chimenea de la ilusión. Su alianza con ese oasis hidráulico que es la Escuela de Escritores da como fruto estas páginas valiosas que son toda una carrera universitaria, la mejor enciclopedia, máster-class a granel, el antidepresivo feroz para cuantos bohemios letraheridos abrevan por las tabernas sin tratos con el bolígrafo: Escribir cuento: Manuel para cuentistas (Páginas de Espuma). Un infarto.

¿Se puede aprender a escribir? Por supuesto. El talento tiene que venir de casa pero la técnica se aprende, se perfecciona, se le saca brillo. Anson quiso que el Periodismo fuese una facultad no como tal (antigua Escuela Oficial) sino de Ciencias de la Información. La noticia, su persecución y captura, debería ser algo similar a la Arquitectura: una ciencia (composición y estructura de materiales, etc) pero también un Arte (belleza de la palabra). Igual la Literatura. Copiemos las palabras liminares de Javier Sagarna: “En una calleja de los Austrias hay un viejo edificio en cuya fachada se puede leer una placa que dice lo siguiente: Aquí estuvo en el siglo XVI el Estudio Público de Humanidades de la Villa de Madrid, que regentaba el maestro Juan López de Hoyos, y al que asistía como discípulo Miguel de Cervantes Saavedra”. El firmante envía la placa por redes sociales, a menudo, a quienes dicen que aprender a escribir no es posible, recua peluda de acémilas habitual, mundo graso.

Cervantes fue a clases para unir una palabra con otra, sí, para juntar dos palabras que jamás hubiesen estado juntas, como prescribían Valle y Carrere que debía brillar el arte literario, y de ahí hasta la fecha, todo han sido codos y estudio. Escribir cuento: Manual para cuentistas es una obra inagotable: el relato como gran prueba para futuros escritores, la fábrica entera de conseguir buenos diálogos, el escritor como personaje en conflicto con su medio, aprender a escribir escribiendo, sin la menor contradicción, sólidos cimientos para levantar una esmerada arquitectura de ficción, diálogo y siniestro con la tradición de la que se mama, todo acerca del deseo. “Quien desea convoca un destino”, dijo Jung. “Escribo para saber lo que escribiría si escribiese”, dijo la Duras. La importancia de visualizar personajes y cocinar tramas creíbles. ¿Qué se necesita para escribir? Ganas. Muchas.

El deseo lo es todo. Manual para cuentistas evita, en obra coral y pirotécnica, que los escritores dejen de serlo o se suiciden. Escribe Zapata: “Cuando A quiere X puede ocurrir: a) que lo consiga, b) que no lo consiga, c) que lo consiga en parte, y en parte no lo consiga y d) que suceda algo imprevisto, que deje de importar si lo consigue o no”. A César González-Ruano, rey del articulismo español junto con Umbral y Pemán, se lo preguntaron muchas veces, qué era necesario para escribir, y Ruano no pudo ser más explícito: “No espere usted la visita de la inspiración. Llame usted a su puerta. Las palabras tiran unas de otras. Son “algos” que, de manera fatal, formarán un “todo”. Empiece usted a escribir la primera línea. Por ejemplo: Carlos estaba aquella mañana furioso. Ya seguirá después Carlos, no se preocupe”. Ganas, fuerza, deseo. Me gusta la fórmula de Zapata: “Una historia es la secuencia de acontecimientos que tiene lugar cuando alguien quiere algo”. Sujeto, objeto, deseo.

Una escritura de viento, ajena a mundo hermético o solipsismo, fluida como la vida, al aire puro, donde el sujeto persigue un objeto, sí, pero también cuenta con alianzas a nivel de ayudantes y obstáculos como oponentes. Sigue Zapata: “No se desea en el vacío. No deseamos completamente a solas. Deseamos con otros, e incluso contra el deseo de otros algunas veces; deseamos, en suma, inmersos en una situación… Y en este sentido, todos sabemos por propia experiencia que hay quien apoya y estimula nuestro deseo”. Toda la cocina literaria posible e imposible, real e imaginaria, arde en este bello tocho de cuatros páginas, joven como un beso fugitivo.

Conflicto, cambio, tensión… lo que es una escritura nerviosa sobre el agua. Combate, lucha, pelea, según Isabel Calvo, en solo tres ejes permanentes: 1) Yo quiero pero no debo, 2) Yo debo pero no quiero y 3) Yo debo pero no puedo. Sigue Calvo: “La fatalidad es la incapacidad del personaje por escapar a su propio destino”. Pone una vela Calvo al corrector interior de Julio Cortázar y me uno a su fuego: “ (…) el corrector interior, esa voz que critica todo lo que escribimos, que no nos deja en paz y que, sin embargo es tan necesaria para perfilar y redondear nuestros textos. Julio Cortázar convierte a ese tirano interno, invisible, en un personaje antagonista al que llama con ironía mi fiel secretaria”. En definitiva, autoexigencia, acicalar las palabras cada día para su lustre junto al estante. Prescribe Gardner: “Las mejores historias suelen ser aquellas en las que la tensión dramática se establece frente al conflicto en el interior del personaje”. Un libro letal (Escribir cuento: Manual para cuentistas) del que es imposible salir ileso, infeliz o insatisfecho. Nadie puso nunca tanto sueño en su vida.

Escritor español.

Publicado originalmente en elimparcial.es