Los problemas en el Tribunal Electoral, el INE, la Corte, el congreso y muchas otras instituciones están revelando que el viejo régimen de la transición de 1988 llegó a su fin con las decisiones del presidente López Obrador. Lo malo, sin embargo, es que no se ve la propuesta formal y estructurada de un nuevo régimen.
Ya echado del poder, Gorbachov se quejaba que su error había sido eliminar el viejo régimen comunista con su perestroika (reestructuración productiva) y glasnost (libertad informativa), sin tener planeada la instauración de un nuevo régimen. La transición soviética entró en zona de caos y derivó en la restauración del viejo comunismo con Putin, aunque sin los objetivos sociales.
El viejo régimen priísta se reformó en 1988 por las elecciones de Salinas de Gortari y sus resultados que a nadie convencieron, pero de manera urgente y a lomo del Tratado de Comercio Libre con Estados Unidos y Canadá hubo de darse una batería de reformas sociales, políticas y económicas que liquidaron el régimen priísta del desarrollo estabilizador y del populismo echeverrista.
Nacieron instituciones controladas a trasmano por el gobierno, se perdieron las mayorías estables y se dieron reformas políticas y sociales a partir de la nueva correlación de fuerzas productivas determinadas por la apertura e integración comercial.
El régimen neoliberal salinista del Tratado duró casi cuarenta años. Pero llegó el presidente López Obrador y su programa social que se ha centrado en la restauración de la preponderancia del Estado, pero en medio de la estructura privatizadora de las globalización.
Cada líder tiene derecho de realizar las reformas por las que fue electo, pero a condición de tener sensibilidad para fijar tiempos, profundidades y horizontes.
El gobierno morenista ha estado desmontando el viejo régimen, pero sin tener uno de recambio. Por eso vemos entrar al país en una zona de incertidumbre y tensiones sociales.
@carlosramirezh