¿Es malo ser priísta, panista, perredista, morenista y demás filiaciones?

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Uno de los rasgos de la política que tenemos, es el hecho de que la militancia partidista se utiliza como elemento de descalificación. Activistas de algún candidato usan este elemento para evadir la discusión o tratar de cerrar un supuesto debate, aunque parece que a muchos les importa poco la credencial de partido que tengan los demás.

 

Diálogo cero

Al menos en teoría, la política necesita del diálogo, ya sea para construir acuerdos o para alcanzar un objetivo en común para beneficio de la mayoría.

Pero desde hace tiempo hemos visto cómo el diálogo se cancela debido a una estrategia que es utilizada por seguidores de algunos candidatos. La escena se repite en muchos ámbitos. Si alguien emite un comentario crítico o una pregunta incómoda para algún candidato, uno de sus seguidores cancelará la posibilidad de un intercambio de puntos de vista con el señalamiento de que quien fórmula tan expresión es (coloque aquí la etiqueta partidista que guste).

Así, lo de “prianista” o simplemente panista, priísta o morenista es suficiente para quitarle la razón a alguien que señala algún error o cuestiona un aspecto que merece la pena ser revisado.

Sin variación en el guión, tal respuesta es utilizada como el recurso para poner en su lugar a críticos, pensando que si se les etiqueta de dicha manera se ganará la discusión.

Es claro que, en esta concepción, se equipara la militancia con algo negativo, por lo que quien pertenece a cierto partido emite sus críticas no porque tenga razón, sino porque se le indicó hacerlo.

Esta forma de encarar a los seguidores de otros candidatos o partidos, sólo ha hecho que la arena pública se convierta en un espacio en el que los gritos sustituyen a los argumentos.

Ahora bien, para revisar este tema hay que contestar la pregunta de si tiene algo de malo pertenecer a un partido político.

Desde luego que como organizaciones legales y de interés público, en tanto no exista un mecanismo que obligue a la afiliación, cualquier ciudadano tiene la libertad de afiliarse o simpatizar con un partido político o candidato.

El problema viene con el desprestigio y con la desconfianza que despiertan los partidos entre la ciudadanía, agravada esta situación con los continuos escándalos de corrupción de nuestra clase política, que se han mantenido a pesar de la llegada de otros grupos al poder luego de las elecciones.

El rechazo que viven los partidos es evidente, sin mencionar la imagen negativa que tienen entre los votantes.

Pero lo curioso del asunto es que muchos de los que cierran el diálogo con el pretexto de que su interlocutor es (vuelva a colocar la etiqueta que guste aquí), también son militantes o simpatizantes de un partido o candidato, cuando no contratados para llevar la práctica este tipo de estrategias, sin mencionar que muchos de los que ahora reniegan de la militancia de los ahora contrarios fueron parte de esos partidos que ahora critican.

En realidad, militar en un partido o simpatizar con la causa de un candidato no tiene nada de malo, el problema es cuando se ve a cierta militancia como algo negativo y a la de uno hasta como motivo de orgullo.

Ser militantes o defender a algún candidato no es negativo por sí mismo, el problema viene cuando se asumen actitudes que cierran el diálogo o cuando se piensa que se ganó el debate al calificar al adversario del momento como (coloque una vez más la etiqueta que prefiera aquí).

Moverse con la idea, en terrenos políticos, de que el otro no tiene razón sólo porque es priísta, panista o morenista, no es sólo algo contrario a la inteligencia, sino una muestra de que no se quiere tomar en cuenta la opinión de los demás, algo que se tendrá que hacer forzosamente si se llega al gobierno.

No se puede gobernar solamente con los leales o los adeptos –ya lo intentó Felipe Calderón y ya ven cómo nos fue y ahora lo intenta López Obrador–, por lo que los propios líderes partidistas y candidatos deberían enseñar con el ejemplo –de manera especial ya saben quién– de que es necesario no sólo escuchar y dialogar, sino que la descalificación que hacen por la militancia es algo que se puede revertir, pues la desconfianza ciudadana es para todos los partidos, no para unos en particular.

Esto nos lleva a otra consideración. Se utiliza la pertenencia a un partido o la simple etiqueta que termina con “ista” para calificar a alguien, sin pensar que puede haber excepciones. Esto significa que –por poner ejemplos extremos– no todos los priistas son corruptos, ni todos lo morenistas son defensores hasta la ignominia de su líder o simplemente fanáticos.

Reconocer que en los partidos hay militantes buenos y malos, gente pensante y valiosa lo mismo que extremistas, es reconocer que nuestra sociedad es variada y lo mismo alberga a extraordinarios estudiantes que a asesinos sin piedad. Eso sí, nos enojamos cuando Trump dijo que los migrantes mexicanos son delincuentes, pero imitamos esta actitud al calificar a nuestros rivales en temas partidistas.

Esto explica, en parte, porque estamos como estamos.

@AReyesVigueras