Los comicios de este año, representan un problema para los electores en cuanto a que las posibilidades a elegir no representan buenas opciones, pero hay que votar para tratar de corregir una situación que a todos tiene mal. Las dos grandes alianzas que están pidiendo el voto en las actuales campañas, tienen el problema que son derivaciones de la misma clase política que genera rechazo entre los votantes, pero que si usa unas siglas es aceptada y si usa otras es cuestionada.
Difícil elección
Votar en 2021 es una cuestión bastante complicada. Y no lo es por la pandemia, sino porque si el elector se toma la molestia de analizar las opciones que actualmente compiten por los cargos de elección, encontrará que no hay muchos motivos para depositar su voto a favor de alguna de ellas, pero también se dará cuenta que no votar representa dejar la puerta abierta para que otros problemas entren al país y se acumulen con los que tenemos.
Las crisis que actualmente están presentes –en salud, seguridad, economía y algunos temas más–, en buena medida son producto de la falta de consenso que existe, pues para el actual grupo en el poder no hay que dialogar, sino imponer, además de una visión que privilegia una ideología por encima de las necesidades del país.
A esto hay que agregar las continuas pugnas por cualquier pretexto, que esconden tanto las acciones positivas de este gobierno federal, como sus numerosos errores, lo que se refleja en distintos espacios públicos en polémicas que no llevan a ningún lado, pero que permiten desviar la atención de lo verdaderamente importante.
Así, la elección de este año representa una difícil coyuntura para los ciudadanos mexicanos.
De un lado, tenemos a los partidos tradicionales. Aquellos que consolidaron un modelo inequitativo y que permitió que las desigualdades se mantuvieran, y que hicieron de la corrupción una de las actividades preferidas de dicha clase política.
Se trata de partidos que mantenían el control en la selección de candidatos, favoreciendo a los grupos que dominan las estructuras de los institutos políticos que han sido rechazados en 2018.
El voto en contra que han tenido en la pasada elección presidencial, mostró el hartazgo de los ciudadanos por dichas opciones, pues prefirieron a un movimiento de reciente creación que a partidos con décadas a cuestas.
El poco avance que se ha tenido en algunos rubros no fue presumido por estos partidos, ni la ciudadanía la tomó en cuenta a la hora de evaluar la posibilidad de votar por ellos.
Pero del otro lado tenemos un movimiento que se guía por las palabras de su caudillo, que recicla candidatos provenientes de otros partidos, lo que no impide que critiquen un pasado en el que, según ellos, todo se hizo pésimo y generó un gran mal que ahora se busca corregir –pero del que fueron parte–, aunque el método elegido haya sido la demolición de todo lo que consideran negativo y sin la construcción de los reemplazos necesarios.
A pesar de los avances que han logrado en ciertos temas, esto es poco conocido debido a que el presidente, como único vocero y estratega, prefiere discutir con sus críticos e improvisar durante sus conferencias mañaneras, que es el principal instrumento de gobierno.
Con una visión más cercana al autoritarismo, y con una clase política reciclada y que reproduce prácticas que originaron el rechazo a los partidos tradicionales, este gobierno aspira a que la ciudadanía refrende en las urnas lo hecho en 2018, cuando le entregaron mediante sus votos la presidencia y la mayoría en las cámaras de Diputados y Senadores.
El hecho de que se trate de un presidente que no dialogue con ningún otro sector social y que rechace a todo aquel que no comulga con sus ideas, y que se erige como el único poder al frente de su movimiento, muestra que se trata de una opción que, de ser apoyada en los comicios de este año, sólo impondría una serie de decisiones de gobierno que no auguran nada bueno para el país.
Pero hay que elegir, porque esos argumentos de que por ciertos principios se abstendrán de votar, sólo ayudan a mantener la acción de las estructuras partidistas y su acarreo de votantes, con todo el financiamiento que mantienen por debajo de la mesa.
Hay que elegir, para evitar que se sigan desperdiciando oportunidades de crecimiento por la imposición de ciertas ideologías que han demostrado su ineficacia en donde han sido puestas en práctica, o por conductas alejadas de la ética en la función pública.
También hay que elegir para evitar que los partidos, aunque se disfracen de movimientos, sean los únicos que determinen el destino del país, sin escuchar a todos los mexicanos y hacerlo de común acuerdo.
Además, hay que hacerlo para mandar un mensaje a la clase política –tanto la que se encuentra en la oposición como la que ahora está en el poder, que en realidad es la misma–, acerca de que no son los amos de la nación.
Si bien es una coyuntura complicada, la participación de cada uno de nosotros como electores, podrá hacer la diferencia, aunque si bien hay que elegir entre dos males, hay que considerar que se necesitan contrapesos y equilibrios, y no un líder iluminado que dice tener todas las respuestas, aunque ofrezca todos los pretextos.