–Mi padre quiere verte – dijo Marco Vinicio.
Sin pensarlo le dije que sí. Quedamos, los dos, de ir el sábado a visitarlo al Campo Militar Número Uno.
Día de visita familiar. Comimos carne asada preparada por Leticia, su mujer y compañera de toda la vida. Al despedirnos nos tomamos una foto abrazados por los hombros. La imagen se publicó en el semanario Zeta de Tijuana. Por ese simple hecho el general José Francisco Gallardo Rodríguez fue castigado.
Transcurrían los primeros días de 1994. Meses atrás Gallardo había sido puesto en prisión en tanto se le instruía un Consejo de Guerra por haber publicado en la revista Forum un adelanto de su tesis La necesidad de un ombudsman militar en México. Durante casi diez años estuvo preso y marginado de sus derechos, de manera arbitraria se le despojo de su rango militar, que tiempos después recuperó. Fue hasta 2006 que obtuvo su grado de maestría en administración pública por la UNAM con la tesis que originó un escándalo sin precedentes hacia el interior de las fuerzas armadas. Las organizaciones internacionales defensoras de los derechos humanos asumieron la defensa del general Gallardo al que consideraron como un “prisionero de conciencia”.
Como en los tiempos de la Inquisición, el general fue echado al caldero. Cinco siglos atrás Shakespeare había escrito La tragedia de Macbeth donde desnuda los daños físicos y psicológicos de quienes ambicionan el poder. Gallardo desnudaba a un ejército que ya había perdido su honor y su prestigio, unas fuerzas armadas que se traicionaban a sí mismas al actuar en favor de grupos de poder ajenos a las fuerzas castrenses, desde políticos ambiciosos y militares de alto rango involucrados con el narcotráfico hasta capos de los cárteles coludidos con el poder político. Una institución intocable que pisoteaba los derechos humanos de sus soldados.
Visité alguna vez el modesto departamento de la familia del general Gallardo en las instalaciones colindantes a la caseta de cobro de la carretera a Cuernavaca. En varias ocasiones Gallardo frecuentó mi casa para convivir con amigos mutuos. Nos deleitábamos el paladar con caballitos de tequila.
Conocí al general por conducto de mi colega y amigo Eduardo Ibarra –un veterano periodista al que conocí a mediados de la pasada década de los setenta–, entonces Ibarra y Gallardo eran indiciados por la justicia militar. Ibarra libró con dificultades el someterse a las leyes marciales como lo establece la Constitución. Pero Gallardo recibió un castigo demoledor: se le imputaron 27 delitos en nueve causas penales y fue sentenciado por un Consejo de Guerra a 28 años de prisión.
La presión internacional impidió que prosiguiera el maltrato al general Gallardo. La intervención de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos fue decisiva para la liberación del militar. El presidente Vicente Fox se vio obligado a emitir un decreto para la liberación de Gallardo.
El proceso contra Gallardo fue una infamia.
Mi visita a la prisión militar a petición de Gallardo fue para solicitarme que estuviera al pendiente de los consejos de guerra en su contra ante los abusos y el trato humillante en su contra.
Pocos en realidad se comprometieron con la defensa mediática de Gallardo. Nadie mejor que Eduardo Ibarra quien dio testimonio del caso Gallardo en su libro Ejército, medios y libertad de expresión.
Así como Jacobo Zabludovsky se valió de dos medios hermanos de Cuauhtémoc Cárdenas para difamar al caudillo del Frente Democrático Nacional tras su ruptura con el PRI. Antes las cámaras de la televisión los medios hermanos acusaron a Cuauhtémoc lo acusaron de “violento” y de buscar “desestabilizar al país”.
La guerra sucia de los medios al servicio del poder. Televisa y sus campañas negras contra la llamada izquierda.
El general Gallardo también fue sometido al tribunal mediático por órdenes del poder.
Cuando el general Gallardo cumplía cuatro en prisión recibió un golpe demoledor de la fiscalía militar.
En 1997 durante una de las sesiones del Consejo de Guerra, el fiscal Ramiro Lucero Garay acusó a Gallardo de “enriquecimiento inexplicable”. Presentó una supuesta carta de Enrique, hermano del general Gallardo, quien según, el alto mando militar, había enviado el 23 de septiembre de 1993 al entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, con copia a las autoridades a la Sedena y a la Procuraduría General de Justicia Militar, en la que decía: “a fines del año de 1988, mi hermano se presentó en mi domicilio particular para manifestarme que si alguna autoridad, y concretamente la Secretaría de la Defensa Nacional, me preguntaran que si él tenía participación en mis negocios, les dijera que sí, porque estaba manejando dinero que no podía justificar con los honorarios que recibía como militar, a lo que le contesté que yo no me podía prestar a ello porque también podría tener problemas en mi . Por la familia tuve conocimiento que mi hermano tenía ocultos alrededor de 400 millones de viejos pesos en efectivo y una gran cantidad de dólares en una caja de seguridad de un banco”.
Todo resultó falso. La calumnia, la difamación como instrumentos de castigo.
Antes de partir, Gallardo cuestionó el poder insólito que el presidente Obrador estaba entregando a las fuerzas armadas. Una política de sometimiento mediante la seducción del dinero y cuotas de poder.
Gallardo fue un hombre íntegro. Un ser humano excepcional. Un militar que luchó desde adentro y desde la academia por devolver la dignidad a una institución devorada por el poder político.
Desde aquí envío un abrazo fraterno y solidario a Leticia, esposa y mujer ejemplar, y a sus hijos José Francisco, Marco Vinicio, Alejandro Enrique y Jessica Leticia.