Hay una crítica que la 4T no ha podido evadir. Esto tiene que ver con lo mucho que presumen que se trata de una transformación de un país con un régimen corrupto e instituciones que no servían para los fines que fueron creadas, por lo que había que arrasar con ellas y poner las bases de la revolución que enarbolan.
Sólo que hay un pequeño detalle: este diagnóstico se basó en una monumental mentira.
Mentía, mentía, mentía (canción de Odiseo)
Así como el avión presidencial no es más caro que el que usa el presidente de Estados Unidos, ni es el más lujoso o uno de los más lujosos del mundo y hubiera podido servir para repatriar compatriotas en el extranjero o traer desde China insumos médicos, así también el régimen no era totalmente corrupto y la mayoría de las instituciones criticadas –como los organismos autónomos– no eran inservibles y prestaban un servicio a la sociedad mexicana.
Lo mismo los fideicomisos, estancias infantiles, refugios para mujeres, pero se decidió eliminarlos porque había una transformación en marcha.
Para la 4T, en especial su líder, las instituciones que existían en México antes de 2018 no servían sino para robar o para simular. Con este argumento –y sin pruebas que respaldaran sus dichos–, emprendió la tarea de destruir muchas de esas instituciones que para él eran inservibles.
Empezó atacando a la Comisión Reguladora de Energía y así ha seguido con otros organismos autónomos, la mayoría de los cuales surgieron no como una graciosa concesión del presidente en turno, sino como parte de una demanda social para que hubiera un equilibrio y a toma de decisiones dejara de ser parte de las facultades del ejecutivo federal únicamente.
De esta manera surgieron, entre otras, la CNDH, el IFAI, el IFT, que han ayudado a desarrollar sus sectores sin militancias políticas o sin que sean parte de un grupo que busca aprovecharse del ejercicio del poder.
Que eran perfectibles, sin lugar a dudas, por lo que llama la atención que en lugar de hacer una revisión y corregir los errores existentes el presidente se embarque en la tarea de destruirlas.
La destrucción de instituciones, organismo o fideicomisos ha sido una constante de la 4T, no su mejora, perfeccionamiento o limpieza, por lo que se ha utilizado la metáfora de que, en lugar de cambiar el agua sucia, la tiran con todo y niño.
Pero es algo que sirve para los fines de la narrativa que han elaborado para su público –o voto duro–, quienes han comprado esta idea y la repiten sin reflexionar.
Quitar fideicomisos que apoyaban las tareas de investigación científica, es una muestra de esto, acusando que hay corrupción que no se ha probado, pero que ha servido para apoyar esta narrativa en donde todo estaba mal y el candidato ganador llegaba como el reformador de la nación.
Por eso se entiende que no quieran limpiar o perfeccionar lo que tocan –incluido el país–, pues todo se basa en la propaganda que dibuja un país destrozado por la corrupción, en el cual nada servía y tenía que ser destruido para acabar con todo lo negativo, pero sin tener a los sustitutos que realicen el trabajo que necesita el país.
El problema es que mucha gente ha aceptado esta narrativa, incluso personas de todos los estratos sociales y escolaridad, quienes creen que todo lo que había en nuestro país en el pasado reciente estaba mal –aunque a ellos les haya ido bien, tanto social como económicamente– y hoy están dispuestos a defender a la 4T.
Por supuesto, niegan que los muertos de la pandemia, el desempleo, la inflación o lo sucedido en la Línea 12 del Metro sea responsabilidad –ya no hablemos de culpa– del actual gobierno, pero siguen culpando a Calderón por los muertos de la Guerra contra el Narcotráfico o a Peña Nieto por la Casa Blanca o el socavón del Paso Express de Cuernavaca.
Es curiosa esta actitud, pues incluso se hacen los ciegos ante señalamientos de corrupción, como los que hizo Jaime Cárdenas en su renuncia al INDEP, y repiten los mismos argumentos que se dictan desde Palacio Nacional, incluso ante las protestas de familiares de niños con cáncer afectados por el desabasto de medicinas, dicen que es un complot para atacar a su presidente.
Así, lo que tenemos es una transformación con pies de barro, en la cual se partió de un diagnóstico equivocado y de una premisa falsa: que todo en México estaba mal y había que acabar con eso.
Sin considerar la posibilidad –enorme, pero desperdiciada– de hacer en verdad una transformación que demostrara que son capaces de transformar instituciones imperfectas y con muchas deficiencias en unas totalmente útiles a la sociedad mexicana, además de sumar nuevas que se conviertan en el mejor legado que nos pudiera dejar el presidente actual, lo que en realidad tenemos es una destrucción que no deja nada como sustituto y si un daño enorme al país.
Si lo sumamos a la contratación de personajes que son 90% honestos y 10% capaces –según dice el presidente–, lo que se ha visto es que en verdad tenemos instituciones y servidores públicos que tienen sólo el 10% de capacidad –y con la duda de si en verdad son honestos, por no reconocer sus fallas para empezar– y eso se nota en la calidad de gobierno que tenemos.