Jesús Romero-Trillo
En junio de 2002 el politólogo Robert Kagan escribió el artículo “El poder y la debilidad” influido por los ataques del 11 de septiembre de 2001 y el posterior ataque a Afganistán con la campaña denominada “libertad duradera”. La tesis de Kagan es que resulta una falacia considerar que la política internacional de Europa y Estados Unidos persigue los mismos objetivos. Mientras que Estados Unidos cree que el único modo de navegar por el mar violento de la historia es mediante el uso de la amenaza y la fuerza, Europa considera que el objetivo de la política internacional es conseguir el ideal kantiano de la “paz perpetua” mediante la cooperación y la firma de acuerdos de paz.
Transcurridos veinte años desde los ataques a las Torres Gemelas y el Pentágono, y la caída del cuarto avión utilizado por Al-Qaeda en Shanksville (Pensilvania), el presidente Biden ha ordenado la retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán antes del 11 de septiembre de 2021. Salir de Afganistán es una de las pocas decisiones que comparten Biden y Trump ante la duración de la campaña militar, la más longeva del país, y la imposibilidad de aplacar la violencia que siguen provocando los Talibanes.
Estados Unidos no ha dejado de atacar el país incluso con gestos simbólicos, como el lanzamiento en 2017 de la llamada “madre de todas las bombas” sobre la aldea de Asadkhel, un artefacto con casi 10.000 kg de peso valorado en 170.000 dólares. El coste de la guerra según el estudio de abril 2021 de la Universidad de Brown en Estados Unidos se sitúa en 2,26 billones de dólares. Hasta abril de 2021 han perdido la vida 2.442 militares estadounidenses y al menos 233.819 afganos: 71.314 civiles, 78.314 militares y 84.191 pertenecientes a las milicias opositoras. Obviamente, a estas cifras habría que añadir las víctimas de la carestía de alimentos y medicinas.
El resultado de este enorme coste humano es que los Talibanes no han desaparecido y que siguen activos en el país y condicionan su estabilidad futura. Aunque toda la población que vive en las zonas que controlan los extremistas padece la interpretación radical de la “Sharía” (la ley islámica), sin duda quienes más la sufren son las mujeres y especialmente las jóvenes que no pueden ir al colegio a partir de los 12 años y que cuando asisten ponen en riesgo sus vidas. Uno de los últimos dramáticos episodios de esta intolerancia tuvo lugar el pasado 8 de mayo cuando las explosiones en una escuela de Kabul se cobraron la vida de 90 personas, en su mayoría niñas.
La violencia en Afganistán dura ya varias décadas. La población está exhausta y sólo ve con moderado optimismo las negociaciones que están en marcha desde hace algún tiempo, y que se vieron refrendadas con el sorprendente acuerdo entre Estados Unidos y los Talibanes en febrero de 2020. Sin embargo, el reciente rechazo de los Talibanes a participar en las negociaciones de paz pone en duda la estrategia de Estados Unidos tras 20 años de presencia militar y de ataques al país.
Rusia, Turquía y especialmente Qatar son los países que han estado involucrados en las diferentes rondas de negociaciones para intentar encontrar una solución dialogada al conflicto. Tras años de fuerza militar Estados Unidos quiere salir dignamente del país y por ello se esfuerza en convencer a los Talibanes para que participen en los diálogos de paz.
Parece que las teorías sobre el poder y la debilidad de Kagan no se ven del todo confirmadas en 20 aniversario del 11-S, pues la presunta debilidad atribuida a Europa por intentar resolver los conflictos con el diálogo demuestra ser la única salida. Sin embargo, en Afganistán, como en otros escenarios internacionales, se echa de menos a Europa. ¿Dónde está Europa?