El próximo domingo se despejará la duda sobre el futuro inmediato del país. Al menos en materia política sabremos a qué atenernos. En realidad no sabemos qué rumbo vamos a tomar. El país está tan dividido y polarizado que parece un acertijo tratar de interpretar nuestra realidad política.
Hay confusión. En ello han abonado las encuestas. No hay claridad. Sin embargo, se puede intuir un hartazgo contra el gobierno de la “cuarta transformación”, cualquier cosa que signifique esa cosa. El escenario cambia a partir de los regionalismos. En el norte del país, por ejemplo, Chihuahua, es abiertamente anti-Obrador. Sonora, en cambio, está entre azul y buenas noches, pese a la mala imagen y fama del candidato de Morena, Alfonso Durazo. Baja California tiene también su propio matiz. En las pasadas elecciones sorprendió el viraje político de esa entidad, al pasar del panismo al obradorismo.
El sur y el centro del país ha sido otra cosa. Tampoco es mucho el territorio que abarca Morena que gobierna en siete estados del país. Por ejemplo, Morelos y Puebla están bajo su dominio pero con pésimos gobiernos. En el caso de la Ciudad de México se infiere un hartazgo en contra de todo lo que significa la “cuarta transformación”. Habrá que ver, porque en las zonas marginadas de la capital, como en una buena parte de Iztapalapa o Xochimilco, lo mismo en otras de las 16 alcaldías, Morena tiene un mercado cautivo de electores gracias a las dádivas que otorga el gobierno con el propósito de mantener un control político en esas zonas marginales, donde la compra de votos es pan de cada elección.
Tlaxcala es otra cosa. En esa entidad se ha dado la alternancia. Han gobernado lo mismo priistas que panistas y perredistas. Esta vez todo parece indicar que la alianza que suma a esas fuerzas que han gobernado a esa pequeña entidad, se van a imponer a Morena, partido severamente dividido y con una de las candidatas con peor fama e imagen.
La alianza “Unidos por Tlaxcala” tuvo el acierto de postular a una candidata que supo aglutinar a todas las corrientes políticas, incluso a muchos líderes y miembros de Morena, que desertaron del barco obradorista para sumarse a la coalición encabezada por Anabell Ávalos.
El cierre de su campaña fue una prueba palpable de su liderazgo que contrastó con el circo y el acarreo de Morena –la renta de más de 300 autobuses tan solo a una línea local de camiones con gente traída de Veracruz, Puebla e Hidalgo– para “llenar” un pequeño estadio.
Lo cierto es que a lo largo y ancho del país, en el cierre de las campañas, el “acarreo” de la gente demostró el propio descontento de las “fuerzas vivas” del obradorismo.
La misma gente que durante generaciones ha vivido con la promesa de la esperanza. Gente que piensa con el estómago y que cada elección recibe como “compensación” una pequeña despensa a cambio de su voto.
Esa gente es a la que está enfocada el presidente Obrador. Ahí está el secreto del clientelismo electoral. La gente a la que se puede engañar y prometer el sueño de los justos. La muchedumbre, el populacho, con el que Obrador ha lucrado toda su vida como un falso mesías.
Gente, como el tristemente célebre “Juanito”, fácil de convencer y manipular con promesas y trampas y más cuando se trata de políticos sin escrúpulos como Obrador que con el más vil de los cinismos lucra con los más pobres y desposeídos.
El mismo Obrador que no sabe distinguir entre un enemigo y un adversario. Quienquiera, para él, todos son iguales. Así de pequeña es su mente. Quien vote contra Morena, es un traidor a la patria, según su pequeña mente.
Todo este tiempo de campañas, Obrador estuvo machacando con su discurso embaucador en sus mañaneras, rompió las reglas electorales por tratar de intervenir en los comicios, de descalificar a la máxima autoridad electoral y de asumirse él como el “guardián” de las elecciones.
Su afán protagónico contamina todo. Su comportamiento tóxico ha dañado a su propio partido y a su propio equipo de trabajo.
El tabasqueño se ha convertido en un lastre para su partido, aunque sabemos que el peor lastre para el país. En las pasadas elecciones locales de 2019, Morena fue el gran ganador (Puebla, Baja California, Aguascalientes, Durango, Quintana Roo y Tamaulipas), sin embargo, su victoria tuvo matices, al perder millón y medio de votos en esos estados, respecto a los resultados de un año anterior.
Después vino la derrota de Obrador en Coahuila e Hidalgo en 2020. Morena quedó en segundo lugar, pero el tabasqueño se obstinó en desconocer los resultados preliminares y llegó a denunciar fraude durante sus mañaneras.
A unos días de la cita con las urnas, las autoridades electorales se han comprometido dar los resultados preliminares de inmediato para despejar dudas. En la confusión que priva entre millones de electorales sobre el futuro inmediato del país en materia política, quizás los que sí tienen una certeza de a dónde van, son los tlaxcaltecas. El mitin de cierra de campaña de Anabel Ávalos fue clarificador.