A estas alturas, la esperanza del proceso electoral 2021, como una oportunidad de poner a debate la condición de las mujeres, se eclipsó. La participación de mujeres en la contienda no desplegó el discurso esperado. Ni hondura ni debate han podido ser.
El examen de dónde estamos, por qué se dan los fenómenos de la violencia feminicida, la trata de niñas y mujeres, los equívocos en políticas públicas y las enormes carencias de comida, educación y abrigo, se olvidaron.
Por el contrario, se nombra a las mujeres en agregados en discursos vacíos, promesas de campaña tanto de hombres como de mujeres es superficial y oportunista. Estamos viviendo la banalidad del discurso.
Se dirá, lo que parece cierto, que el ambiente crispado y polarizante, incluso de violencia electoral, no permite abordar con seriedad casi nada. Las campañas, utilizando las redes sociales, son repetidas por comentaristas. Están centradas en el debate puesto en la mesa por el presidente de la República: los que están con su proyecto y los que quieren destruirlo. Se diluye entre las manos la pluralidad.
A la opacidad de la problemática de las mujeres —mitad de la población y mitad en las candidaturas— se suma un espíritu de revancha y una peligrosa andanada de denuncias judiciales que no da lugar a la política y también pone en peligro la democracia.
Es muy probable que haya este 2021, al menos, cinco mujeres en los gobiernos estatales. Pero dos de ellas no han recibido violencia en razón de género, sino procesos judiciales por presuntas conductas de corrupción. Esos son los casos de Maru Campos, en Chihuahua, y de Layla Sansores, en Campeche.
Lupita Jones está sometida a trascender el trato de ex Miss Universo. A otras candidatas se les juzga por sus antiguas militanticas. El ruido inmenso de una confrontación opaca cualquier propuesta. Por ello, no sabemos qué piensan y si les interesaría gobernar para resolver la enorme brecha de desigualdad entre hombres y mujeres.
De cara a la pandemia, son escasos y casi inexistentes los discursos sobre la grave situación de las niñas, de 25 mil que resultarán embarazadas por el confinamiento, y a nadie le importa que la mayoría de las muertes maternas haya crecido hasta 39 por ciento; nadie analiza el impacto laboral de al menos un millón 200 mil puestos de trabajo femenino, perdidos.
Nada de ello está a debate. En cambio, la violencia de género, sobre la que no hay hondura, ni real preocupación, está en la boca de todas y todos los candidatos. En la “estrategia” de las agrupaciones que apuntalan a las mujeres quedan como simples actos oportunistas. Y qué decir de las imágenes que ridiculizan o desdeñan ejercicios de publicidad electoral, como la triste y repetida de Paquita la del Barrio.
La participación de más de 70 mil mujeres en campaña no es, no ha podido ser, la oportunidad para reflexionar sobre asuntos tan trascendentes, para conocer cómo se van enfrentar, desde los nuevos puestos de toma de decisiones, asuntos como la violencia generalizada y la inseguridad de todas y todos o la crisis de salud para los cánceres femeninos.
El panorama político, no solamente electoral, es realmente preocupante. La reyerta sistemática parece el signo. Y los datos de la violencia, el secuestro, los atentados a candidatos y candidatas nos ha dejado perplejas. El 6 de junio lo veremos. Luego el miedo a una larga fase poselectoral ya cimbra nuestra cordura. Veremos.
Periodista, directora del portal informativo SemMéxico.mx