Desamordazando al personal

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David Felipe Arranz

Fiesta en el bulevar de las libertades, a lo que parece: las leyes que sancionan a veces no son idóneas y suponen multas exorbitadas, de manera que si se suprimen, igual los españoles no solo viviríamos más tranquilos, sino que viviríamos mejor, en definitiva. El trato del españolito con las leyes ignora el equilibrio y pendula, violentamente, del incumplimiento a la injusticia, en el libro de todos los códigos y todos los castigos. Basta con dejar constancia de que en los extremos se ve a las gentes salir de la cárcel por la puerta grande, con sus pajes, palafrenes y cocheros, o, por el contrario, rematando sus días acogotados a la sombra porque no se tiene parné para fianzas ni para nada. Y que esto de los ricos y los pobres frente a la justicia no va a cambiar, por más vueltas que uno le dé, hasta que haya otra Revolución francesa. Por lo menos. Porque la obediencia al poder es algo que se nos va acoplando imperceptiblemente, hasta que va un gobernante y dice que lo que antes valía, ahora ya no. Y sin transgresión, no hay pasión; igual, si nos “desamordazan” ahora, ya se nos ha olvidado protestar.

Esto viene a cuento de que el Gobierno anda ultimando la reforma de la Ley de Seguridad Ciudadana –la “ley mordaza”–, desde que la aprobó el PP por mayoría absoluta en 2015. Adiós, pues, al millón de multas por falta grave por burlar las restricciones de movilidad y las 9.000 detenciones del primer estado de alarma. Aunque no va a tocar el punto relativo a las devoluciones “en caliente” de los inmigrantes indocumentados en la misma frontera con Ceuta y Melilla y sin asistencia jurídica, porque en esto Sánchez es tan conservador como Rajoy. De manera que al tener noticia de esto, Podemos ha puesto el grito en el cielo, porque considera –con toda la razón– que así, de esta manera impertinente y abusiva, no se contempla la dignidad de la persona ni de sus derechos humanos. A los socios de Sánchez, el ministro del Interior les parece un adusto y un carpetovetónico por mantener una ley que dice que los extranjeros que traten de “cruzar irregularmente la frontera podrán ser rechazados”. La norma en los límites –la de la línea fronteriza o la de los derechos y libertades de cada cual– se vuelve tirante y hasta asfixiante a veces.

En febrero de 2020 el Tribunal Europeo de Derechos Humanos se refirió a que “los Estados pueden rechazar la entrada en su territorio de los extranjeros (…) que han buscado cruzar la frontera por lugares distintos a los habilitados”, salvo en el caso de niños, mujeres embarazadas, mayores y otros colectivos vulnerables. Este año que subsiguió además a la batalla contra el coronavirus ha cabreado a la sociedad civil, que pide se reformen urgentemente los artículos que castigan el decretazo del estado de alarma y otros, como los referidos al cacheo y desnudamiento del “retenido”, la persecución de reuniones y manifestantes, y la de la libertad de expresión e información. La Covid-19 permitió la alucinación fogosa del Estado represor, la fiesta de las sanciones, y ahora viene la reflexión. Al final, se había convertido una necesaria regulación en una regulación de las libertades necesarias. Cosas como el tiempo de retención de una persona para su identificación, la sanción por grabar a un policía con fines informativos, más los mil y un multazos que acarrea todo este calor reconfortante de la norma, suenan a tiempos pretéritos, qué quieren que les diga. Uno se siente español y ciudadano del mundo: otros se sienten nativos de su pueblo y poco más.

Podemos pide que los inmigrantes puedan formalizar una solicitud de protección internacional y acceder a los instrumentos legales necesarios, algo que parece que el ministro no va a aprobar. Los trasterrados que llegan a nuestras fronteras, acosados por el hambre, la amenaza y la muerte, merecen una atención que no reciben. Pero esto no es un problema únicamente de España, sino de todo Occidente, que no calculó que los desheredados de la tierra un día podrían cruzar el mar a nado para buscar un mundo mejor, más libre, como creen que es el nuestro. Mas si en España aún nos tienen que “desamordazar” y andan a la gresca viendo qué bozal nos quitan y cuál nos dejan, igual en esto de las represiones individuales a manos del Estado no estamos tan lejos de algunos regímenes africanos y de Oriente Medio. Porque una especie de estupidez congénita y doméstica nos hace creernos sociedades más libres que las demás y mirar con desdén burgués a quienes, en pleno arrebato de desesperación, una vez se atrevieron a saltar de amanecida el muro de lo prohibido. Por ejemplo.

Filólogo y periodista.

Publicado originalmente en elimparcial.es