La peor jefa de gobierno que ha tenido la Ciudad de México en las últimas décadas se llama Claudia Sheinbaum Pardo. Todos quienes han pasado por el Antiguo Palacio del Ayuntamiento se han comportado como virreyes y en su ambición de poder han soñado en convertirse en presidentes de la república. El único que lo logró fue Obrador. Realmente fue una hazaña la manera en que lo hizo pero ha resultado el peor de los presidentes de los últimos tiempos.
Desde los tiempos de Manuel Camacho Solís hasta los de Sheimbaum pasando por Marcelo Ebrard, la capital del país, la forma de gobierno fue vulgar, el manejo político se volvió sectario. La falsa izquierda la convirtió en un botín político peor que en los tiempos del viejo PRI.
De la docena de políticos que han ocupado dichas oficinas nadie como el profesor Hank. Sí, ya lo sabemos, el Profesor fue un símbolo del poder y la corrupción, pero era un hombre seductor que sabía moverse en las aguas sucias de la política. Hank por razones constitucionales se vio impedido para postularse como candidato presidencial. “Los políticos –decía Hank– deben aprender a tragar sapos sin hacer gestos”. Un día en una de las juntas de la revista Proceso, Julio Scherer le pidió a Carlos Monsiváis entrevistar al Profesor para que escribiera una semblanza. Monsiváis le dijo que no. ¿Por qué no? Le reviró Scherer. “Es que si voy con Hank voy a terminar convencido”, justificó Monsiváis. Cierto. Hank tenía en su cartera a los más conspicuos intelectuales, nadie escapaba a sus encantos. El único que rechazó un obsequió de Hank (una canasta con cientos de Centenarios) fue el periodista Manuel Buendía. Fernando Benítez, el legendario escritor auto-proclamado como jefe de la Mafia, como se conocía al grupo de intelectuales y escritores que colaboraban con él, era el mayor promotor del Profesor. Benítez vivió más de tres años en la mansión de Hank en su rancho de Santiago Tianguistenco, ahí escribió su famoso libro Viaje al Centro de México, después el Profesor le encargó escribir su biografía (Relato de una vida) a cambio de unos cuantos millones de pesos.
Benítez era un corruptazo. El magnate Carlos Slim me platico cómo conoció a Benítez por intermedio del historiador José Iturriaga y se hicieron amigos. Al poco tiempo Slim les regaló a ambos (Benítez e Iturriaga) una fuerte cantidad de dinero para que resolvieran los problemas de su existencia.
A mediados de la pasada década de los noventas cuando yo investigaba a Slim para escribir su biografía me encontré a Benítez acompañado de Carlos Fuentes en la antesala del magnate. Les pregunté por qué Slim los mandaba a llamar a su oficina. Fuentes me respondió: “él no nos busca, nosotros lo buscamos porque él (Slim) es un hombre que nos ilumina”. Muerto fuentes, su esposa Silvia Lemus recurrió a Slim para solicitarle su apoyo, el Ingeniero se negó a recibirla, pero Jorge Castañeda quien despachaba como canciller en el gobierno de Fox, intervino y la petición de la viuda de Fuentes fue atendida. Yo fui testigo de los entresijos de ese episodio.
Fuentes confió sobre algunos apuntes de su relación con Benítez. “Ser amigo de Benítez era una aventura, a veces procurada por él mismo. La revista Siempre! nos pagaba cada sábado doscientos pesos por colaboración, doscientos pesos en billetes de un peso. Esto provocaba indignación y risa en Benítez. Los doscientos pesos de a peso demandaban ser gastados cuanto antes. Benítez, conduciendo su BMW, arrancaba a 200 kilómetros por hora. Lo perseguía la Policía motorizada. Lo detenían. Fernando tomaba un puñado de billetes y los arrojaba a la calle. Los ‘mordelones’, a su vez, se arrojaban sobre la billetiza olvidando a Benítez. Este arrancaba, exclamando: –¡miserables! – y repetía la provocación hasta que se acababan los billetes. Manejaba a altas velocidades ese BMW que hacía apenas una hora para llegar a Tonantzintla, donde Fernando se encerraba a escribir sus libros en un ambiente conventual donde la única distracción era mirar de noche a las estrellas en el observatorio dirigido por Guillermo Haro. Allí escribí buena parte de La muerte de Artemio Cruz. De vez en cuando, caían visitas –Agustín Yáñez, Pablo González Casanova, Víctor Flores Olea– pero Tonantzintla era centro de trabajo, disciplina y silencio”.
Después del profesor Hank pasaron a ocupar el cargo varios priistas sin luz ni brillo Ramón Aguirre, Manuel Aguilera y Óscar Espinoza Villarreal, todos metidos en líos de corrupción. Después llegó Cuauhtémoc Cárdenas a quien se le hacía poca cosa la jefatura de gobierno y dejó esa responsabilidad en manos de Rosario Robles quien finalmente fue puesta en prisión por actos de corrupción en el gobierno de Peña Nieto. De ahí para adelante el gobierno de la ciudad pasó a manos de los peores gobiernos de una falsa izquierda.
Con Obrador desembarcaron los más corruptos y más ineptos al frente del gobierno de la capital. René Bejarano, secretario particular de Obrador fue pillado embolsándose millones de pesos, mientras el encargado de las finanzas del gobierno obradorista, Gustavo Ponce derrochaba millones de dólares en Las Vegas. Entre ellos Carloz Imaz, delegado de Tlalpan recibió millonarios apoyos del empresario Carlos Ahumada, con el conocimiento y consentimiento de su esposa Claudia Sheinbaum, quien ahora se da golpes de pecho.
El abuelo de Carlos Imaz, era un vasco, había nacido en San Sebastián en 1900 y cuando la Alemania nazi se apodero del país, él buscó refugio en México. Añoraba la derrota de Franco en España pero no pudo resistir y se suicidó en 1951 en Veracruz. Había dejado un legado de honradez intelectual a su familia. Estaba casado con su esposa Hilde, una alemana que no hablaba castellano. Se ganaba la vida como traductor del Fondo de Cultura Económica y gozaba de la amistad de los más conspicuos escritores de su época, entre ellos Alfonso Reyes.
El nieto, Carlos Imaz y su esposa Claudia Sheinbaum, cuyo matrimonio duró más de 20 años, pasaron por encima de la memoria de Eugenio, un filósofo taciturno quien tenía tres pasiones: su familia, sus amigos y su trabajo.
Sheinbaum, sin ninguna genealogía familiar, más que el trabajo académico de sus padres judíos en la UNAM. Carlos Sheinbaum Yoselevitz, de origen búlgaro y Annie Pardo Semo, de origen lituano, cuyo mayor mérito fue participar en el movimiento estudiantil de 1968, jamás aquilató las consecuencias políticas por su complicidad en el dinero que recibió su esposo Carlos Imaz de manos de Carlos Ahumada, y que terminó con su carrera política.
Ella simplemente se lavó las manos y abandonó a Imaz. Lo traicionó.
Ahora Claudia –después de su pésima administración en la alcaldía de Tlalpan– pretende el apoyo de Obrador para obtener la nominación de Morena como futura candidata presidencial. Pero a ella no le gusta que la cuestionen y en lugar de hablar de la tragedia del Metro, prefiere tocar la lira y recitar poemas.
Tenía razón Hank: “los políticos deben aprender a tragar sapos sin hacer gestos”.