Obrador y la linterna de Diógenes; corrupción, el destino manifiesto

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No hay una imagen más patética de la “cuarta transformación” que la del pañuelo de Obrador ondeando en señal de que se “acabó” la corrupción. Lo peor es que con la llegada de la 4T al poder, se corrompió a la corrupción.

Los mexicanos estamos acudiendo al derrumbe de nuestro sistema político. Para muchos, Obrador era el último faro de que el país tal vez podría cambiar. Treinta millones de electores no podrían estar equivocados. Sin embargo, la realidad se impuso sobre el deseo y sucedió lo peor que nos podría haber sucedido.

Acudimos al funeral del viejo PRI y al mismo tiempo presenciamos la defunción de un Movimiento que ni siquiera pudo nacer como un partido al ser un nonato que fue extraído del vientre de su madre y que resultó un producto con severas deformaciones como la enorme cicatriz de la corrupción con la que fue engendrado Morena.

La maldita corrupción que ahora devora, como Saturno, a sus hijos. Partidos van, partidos vienen, muchos incluso han quedado en simples engendros. Partidos nonatos que no alcanzaron a nacer como las redes sociales progresistas, partido encuentro solidario y fuerza social por México, solo por citar estos casos que el obradorismo pretendía fecundar.

En los últimos 30 años (1991 – 2021), por diversas circunstancias 25 partidos políticos han desaparecido en México. (https://portal.ine.mx/actores-politicos/partidos-politicos-nacionales/partidos-perdieron-registro/)

A lo largo de nuestra historia, las pugnas ideológicas han dividido y fracturado a los mexicanos. Realmente ha sido milagrosa la sobrevivencia de México como nación. En el pasado, el país perdió más de tres cuartas partes de su territorio por la inestabilidad política que provocaron conflictos internos, que se entrecruzaron con invasiones y guerras declaradas por potencias extranjeras.

Desde la creación del antiguo régimen de partidos, tras la convulsión social que provocó la revolución, el sistema de partidos y sus gobiernos han mantenido al país con cierta estabilidad, pero con la llegada de Obrador al poder se acentuó la decadencia política que ha puesto a punto del derrumbe a nuestro sistema político.

Obrador pasará a la historia, no como un ilustre prócer de la patria, sino como el último caudillo que pretendió a toda costa implantar un régimen populista evocando los viejos tiempos del PRI antes del desembarco de los “neoliberales” al poder, donde se impuso una visión tecnócrata sobre el destino del país.

La bandera política de Obrador fue la lucha contra el espejismo de la corrupción. Fue una mera ilusión, pues la realidad resultó engañosa y su propio gobierno fue devorado por la corrupción.

Su gobierno ha destinado miles de millones de recursos públicos a programas asistencialistas, que él llama de “bienestar” y que son simples fachadas del clientelismo electoral mediante programas asistencialistas para controlar la “fidelidad” de sus votantes a cambio de dádivas. Una muchedumbre que piensa con el estómago y que sobrevive con su desnudez.

En otras palabras, la corrupción es el aceite que lubrica la máquina para hacer andar la política social de la “cuarta transformación”.

De acuerdo a Obrador su gobierno ha gastado más de 300 mil millones de pesos en programas sociales en “beneficio” de más de 20 millones de personas; sin embargo, la Auditoría Superior de la Federación ha documentado que más de la mitad de esos recursos se han usado de manera irregular.

Los “programas sociales” son una manera amable de disfrazar la corrupción para la compra de votos mediante la operación de los programas asistencialistas.

En el fondo, la corrupción sigue siendo el mayor cáncer social y político del país. La corrupción no distingue ideologías ni partidos. Por eso resulta muy cómodo para los políticos enarbolar en sus discursos la bandera anticorrupción y la “lucha” contra la pobreza.

Gobiernos van y gobiernos vienen y el deterioro social persiste.

Cuando una primera dama acudió a supervisar a los cocineros de la casa presidencial quería tener los detalles de la comida, por lo que preguntó al cocinero:

–¿Todos los menús son iguales?

El chef respondió con una frase célebre:

–Cambian los menús, cambian los presidentes, pero lo que nunca cambia son los invitados.

Eso ocurre con Morena y Obrador, no se puede transformar al país con los mismos de siempre. El tabasqueño reclutó a los peores personajes para su proyecto político y de gobierno y terminó por convertir a sus aliados, a los que antes señalaba de ser la “mafia del poder”.

Diógenes tenía razón cuando en la antigua Grecia se apareció en una plaza de Atenas a plena luz del día portando una lámpara de aceite ante la expectación de la gente que le preguntaba qué hacía, a lo que él respondía: “ando en busca de un hombre honesto”.

Obrador recurrió a la añeja fórmula de vender espejos a los incautos. La “honestidad valiente” resultó un fiasco y una mala broma del que resultó el líder de unos de los gobiernos más corruptos del que se tenga memoria en nuestro país.

La falsa guerra contra la corrupción resultó nuestro fatal destino manifiesto. Esa fue la bandera de Obrador para apoderarse del poder. Lo malo, es que el destino nos alcanzó y los partidos y sus instituciones políticas están frente a la amenaza de un derrumbe de nuestro sistema político, sin siquiera saber cuál será nuestro futuro inmediato. Lo cierto es que la corrupción seguirá allí, otra vez, con el interminable debate de qué fue primero: el huevo o la gallina.