Elecciones primarias

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El proceso de sucesión presidencial que se resume en la capacidad del presidente saliente de la república para imponer la candidatura y la victoria del candidato de su partido fue uno de los ejes centrales de poder del sistema político mexicano aún antes de la Revolución. Pero al mismo tiempo, se convirtió en el principal obstáculo para una democratización institucional de la república.

Porfirio Díaz se impuso a sí mismo como candidato sucesor de sí mismo a la presidencia, hasta que terminó por interrumpir la circulación de las élites políticas y quedar al garete por razones de sus 80 años en 1910 y sin cuadros de relevo. Los presidentes que hicieron la revolución han mantenido el pivote sucesorio como la expresión del poder absoluto presidencialista al que se refirió Francisco I. Madero en su libro La sucesión presidencial en 1910.

El mecanismo de poder personal del presidente saliente para imponer al candidato de su partido ha dificultado la construcción de una verdadera democracia. El modelo de elecciones primarias que tiene el sistema político de Estados Unidos fue una de las pocas cosas que México no quiso copiar, porque en los hechos implicaba el acotamiento del poder absoluto al periodo de gobierno.

Los fundadores del sistema presidencialista mexicano fueron Plutarco Elías Calles con la construcción del partido como apéndice del presidente en turno y Lázaro Cárdenas con la construcción del sistema corporativo de clases que centralizó en el partido los entendimientos entre las clases productivas que le dieron estabilidad al régimen.

La designación del candidato presidencial en el largo período de 1920 a 2018 y los indicios de que se reproducirá en 2024 sigue negando la democracia de leyes e instituciones y ha condenado al país a gobiernos escogidos por complicidades políticas y de poder y no por la autonomía de propuestas diferentes. Todos los presidentes de la república han tenido la fuerza institucional para imponer a sus sucesores, aunque en los hechos la continuidad ha sido de grupo y de proyecto pero no de mando tipo porfirista.

La sucesión presidencial del 2024 no será diferente a las anteriores: el presidente saliente ha tenido la fuerza y el poder para designar a su candidato, aunque hayan existido conflictos como el asesinato de Álvaro Obregón, la ruptura de Echeverría con Díaz Ordaz y el asesinato de Luis Donaldo Colosio.

El país no pudo aprovechar la oportunidad del PAN en la presidencia y su estructura de poder al margen de la institución presidencial y en el 2012 el presidente Calderón abandonó al partido a su suerte electoral porque no pudo imponer de candidato a su valido Ernesto Cordero Arroyo y el partido perdió la presidencia.

La sucesión presidencial seguirá siendo uno de los graves problemas del mal funcionamiento de la democracia, pero ningún partido se ha atrevido a instituir el modelo de elecciones primarias, es decir la presentación de precandidatos en votaciones públicas sin intervención del presidente saliente.

Todos los presidentes mexicanos añoran con extender su poder más allá de su sexenio y algunos han llegado a poner como candidatos a personalidades leales y sumisas, aunque el poder presidencial ha demostrado ser indivisible y los nuevos presidentes marcan una distancia de sus antecesores. El presidente más poderoso de México en el período posrevolucionario fue Plutarco Elías Calles, pero no pudo gobernar otro sexenio porque en 1936 fue echado del país por el presidente Cárdenas.

Todas las iniciativas de reforma política en México le han sacado la vuelta a la necesidad de crear un mecanismo que impida que el presidente imponga su sucesor por razones personales y no por fuerza política institucional. Mientras no se cambie el método de selección del candidato presidencial del partido en el poder, el sistema político mexicano seguirá teniendo crisis sexenales.