El PAN y la sucesión

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En 1976, Acción Nacional no postuló candidato presidencial propio. El motivo detrás de esta decisión se ubicó en el conflicto interno entre los grupos que encabezaban Efraín González Morfin –ex candidato presidencial en 1970 y presidente del partido ese año— y José Ángel Conchello Dávila.

Los estatutos del partido marcaban la necesidad de contar con las dos terceras partes de los votos en la Convención que se convocó, algo que no se pudo lograr en sucesivas rondas de votación, por lo que en medio de reclamos y hasta golpes se declaró la no postulación.

En 2024 se podría repetir la historia, pues el partido enfrenta un escenario aún más adverso, por la pérdida de votantes que pudieran ayudarle a regresar a la competencia electoral y un extravío que lo coloca más en el camino de ser una fuerza política marginal y no un partido político listo para la competencia por sí mismo.

Vamos a revisar las causas que pueden llevar al PAN a necesitar de una alianza, sacrificando su esencia y olvidando que fue fundado como escuela de ciudadanía y no como comparsa en turno.

 

La onda grupera

Sin perfiles competitivos, con grupos enfrentados por la postulación de candidaturas –como se vio en el caso de Aguascalientes— el PAN enfrenta las próximas contiendas electorales desdibujado y ya sin el electorado que le permitió triunfos en las urnas en el pasado, pero con grupos que controlan al partido.

A este fenómeno se le llama al interior del PAN la “onda grupera”.

El partido dejó de ser una entidad en la que convivían ciudadanos con causas en común, mismos que participaban en las actividades del partido –sin que necesariamente eso significara un cargo de elección—, a ser una federación de cacicazgos estatales que controlan afiliaciones y cargos directivos, así como el presupuesto y la posibilidad de postular candidatos.

Para llegar a esta situación, el partido enfrentó una serie de cambios, el más importante de los cuales se dio en la presidencia de Gustavo Madero. En 2007, se modificaron los estatutos para que el presidente del partido fuera electo por la militancia y ya no mediante los más de 300 consejeros nacionales.

Este cambio significó que ahora los cacicazgos estatales, que controlaban la afiliación y –en consecuencia— la militancia, pudieran influir en la elección del dirigente nacional. Una muestra de esto se dio en el debate que sostuvieron Ricardo Anaya y Javier Corral en el proceso interno para renovar en 2015 la también llamada jefatura nacional, evento en el cual Anaya presentó más de 150 mil firmas de apoyo antes de la elección interna. Sobra decir que el queretano ganó con poco más de 193 mil votos ese año, demostrando que el consenso de los grupos internos estaba con él, por lo que no fue difícil para el conocido como “chico maravilla” hacer a un lado a Margarita Zavala en la competencia interna para obtener la candidatura presidencial en 2018.

Algunos ejemplos de estos grupos son la llamada “santísima trinidad” en Nuevo León, el grupo de Jorge Romero en la CDMX, Ulises Ramírez en el Estado de México, entre muchos otros.

Este es sólo un aspecto que influye, otros los veremos a continuación.

 

Comunicación y militancia

Tras 12 años en la presidencia, la derrota electoral de 2012 no hizo sino confirmar la tendencia que el partido traía a cuestas, misma que se explica en parte por el desgaste propio de ejercer el poder, pero también por otro tipo de factores que explicamos líneas abajo.

En el sexenio de Vicente Fox, la secretaria de Acción de Gobierno del CEN del PAN, reveló un estudio que mostraba que, de cada 4 gobiernos municipales, en sólo uno se lograba refrendar el voto. El dato se intentó utilizar para convencer a los gobernantes municipales y estatales para que se “dejaran acompañar” por el partido y atendieran las recomendaciones que se les hacía, algo que se convirtió en una “llamada a misa” que encontraba oídos sordos en muchos ejecutivos locales.

Entre las razones de esta falta de “refrendo” del apoyo ciudadano, se encontraron deficiencias para comunicar los logros de gobierno, la falta de pericia para responder a los ataques de la oposición y la escasa cercanía de los gobernantes con la ciudadanía, a pesar de programas como “miércoles ciudadano” y otros similares.

Los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón no fueron ajenos a este tipo de problemas, como se vio en la decreciente obtención de votos en las elecciones federales de 2006 y 2012, tendencia que se confirmó en 2018 y 2021.

En el año 2000, la alianza PAN-PVEM alcanzó 15 millones 989 ml 636 votos (42.52%); para 2006, la votación se redujo –en medio de la polémica por el resultado— a 15 millones 284 votos (35.89%), casi un millón menos y sin alianza con otro partido; para 2012, el PAN –participando solo en la contienda— consiguió 12 millones 786 mil 647 sufragios (25.41%); y para el 2018 consiguió, en alianza con el PRD y MC, 12 millones 610 mil 120 votos, de los cuales correspondieron al blanquiazul 9 millones 996 mil 514 sufragios, dicha coalición alcanzó el 22.27%.

En 2021 el PAN, en los comicios para renovar la Cámara de Diputados, alcanzó 8 millones 969 mil 288 votos –todos los datos tienen como fuente al INE—, por lo que es predecible que la tendencia decreciente continúe para 2024.

Pero hay otros factores que influyen en este escenario.

En el gobierno de Fox, el padrón de militantes creció hasta superar el millón de miembros inscritos, muchos de los cuales lo hacían por el atractivo de encontrar un puesto en el gobierno, pero con una consecuencia que sigue afectando al partido hasta la fecha.

Los nuevos panistas, no sólo entraban al partido como antesala del gobierno federal, sino que desplazaron a la militancia a la que le había tocado remar contracorriente en los difíciles años de lucha en contra del partido oficial y aplanadora. Eran estos últimos los que aportaban su cuota para las actividades del partido, los que compraban los boletos de las rifas, los que hacían campaña entre familiares, amigos y vecinos a favor del partido, pero que ahora eran desplazados por una nueva generación de panistas que años después, ocupando puestos en el gobierno y el poder legislativo, mostrarían sus verdaderos intereses.

Si la militancia tradicional azul ya tenia una ceja levantada ante la decisión del presidente Abel Vicencio Tovar de aceptar el financiamiento público para, de acuerdo a su argumentación en la década de los años 80, “profesionalizar” al partido –algo que se cumplió parcialmente, porque empezaron a trabajar familiares y recomendados de los dirigentes—, el crecimiento desmedido del padrón acabó por alejarlos del blanquiazul, en muchos casos para siempre.

Ahora, el balance del padrón de militantes evidencia fraudes en la inscripción, afiliaciones masivas y una reducción que tiene al PAN en la raya de la pérdida de registro al tener poco más de 250 mil miembros, listado en el que resuenan las palabras de primer gobernador azul, Ernesto Ruffo Appel, en el sentido de que muchos panistas “le agarraron un amor a la nómina”.

Escándalos de corrupción en los dos sexenios panistas en la presidencia, no hicieron sino confirmar que los militantes recién inscritos no iban a seguir las enseñanzas de Gómez Morin, González Luna, Christlieb Ibarrola, Castillo Peraza y demás ideólogos del partido que tanto se recuerdan en los discursos de los dirigentes azules, sino a cumplir sus sueños particulares, como se apreció en el penoso episodio de Villa Balboa, en donde un grupo de legisladores panistas departieron alegremente con chicas de un “table” de Puerto Vallarta, cortesía de un contratista de gobiernos municipales y legisladores azules.

Actualmente, las alianzas con el PRI y el PRD, así como la adopción de un discurso similar a los partidos de izquierda –recientemente, el presidente del PAN en la CDMX; Andrés Atayde, señaló que el partido debía abrirse a la comunidad LGBT, y la diputada Ana J. Villagrán felicitó a Jesusa Rodríguez como prospecto a la embajada de México en Panamá, con el argumento de que era su amiga y era una “apasionada”—, no han hecho sino confirmar que el partido que tanto apoyaron cambió en una dirección que lo ha hecho irreconocible para ellos.

Muchos panistas, dentro o fuera del partido, se siguen preguntando en que beneficia a su partido ir juntos en las elecciones con el PRI, enemigo de toda la vida del panismo, y con el PRD, al que ven con una ideología contraria a la del blanquiazul, algo acerca de lo cual siguen esperando una explicación.

 

Partido empresarial

Pero hay otro tema que ahora regresa a la opinión pública en el contexto del movimiento “Sí por México”, que impulsan –entre otros— Gustavo de Hoyos, expresidente de Coparmex, y Claudio X. González: la cercanía del partido con los empresarios.

A Conchello Dávila, en 1976, lo acusaron de ser cercano al grupo Monterrey, algo que se olvidó con la postulación en 1988 de un expresidente de Coparmex, Manuel J. Clouthier, en medio de la llegada de lo que se conoció como los “Barbaros del Norte”, que no era sino un grupo de empresarios que incursionaron en política con distintos resultados, como Francisco Barrio, Fernando Canales Clariond, Mauricio Fernández, entre otros.

Pero no es el único dato que ejemplifica la cercanía del blanquiazul con sectores empresariales, pues al menos 3 ex presidentes de Coparmex han sido legisladores o funcionarios del Partido: Jorge Ocejo Moreno, Carlos Abascal Carranza y Gerardo Aranda Orozco.

Así, no es de extrañar que se haya dado un entendimiento entre ambas partes en la actual coyuntura, pero con un escollo difícil de superar: ¿quién será el candidato presidencial en 2024?

El también llamado señor X ha dicho que prepara un proyecto de nación, Ricardo Anaya –aun con la amenaza de cárcel que tiene— busca la postulación, al igual que Margarita Zavala. Del grupo de ex gobernadores no hay quien tenga la talla y el conocimiento a nivel nacional para la competencia, por lo que se ha llegado a mencionar a personajes como Lilly Téllez.

Es cierto que esta cercanía con el sector empresarial antiAMLO pudiera representar el acceso a los recursos necesarios para una campaña que le ayude a obtener votos, pero no contar con una candidatura atractiva pudiera dar al traste con este esfuerzo, pues –resumiendo un poco lo dicho en este texto— el PAN es hoy un partido que ha perdido su base electoral, con conflictos internos. cuestionado hasta por sus propios ex militantes y sin un plan B para remontar posiciones y recuperar espacios perdidos.

Por lo anterior, no sería de extrañar que no postule candidato propio en 2024 y caiga en brazos de quien le indiquen sus nuevos aliados, sean los de “Sí por México”, el PRI o el PRD, o hasta Movimiento Ciudadano, pues Dante Delgado no ve con malos ojos apoyarse en el membrete azul para tratar de ganar dicha elección.