Manu López Marañón: la delincuencia como una de las bellas artes

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Diego Medrano

Manu Marañón (Bilbao, 1966) dedicó su vida a las Relaciones Laborales, especialidades en Prevención y Seguridad e Higiene dentro del Trabajo, con diversos estudios y estancias en Buenos Aires sobre su legislación al respecto. Lector impenitente, letraherido profundo, obseso textual, devorador ardiente de letra impresa, pasea sus críticas por diversas bitácoras digitales, cuya firma es ya la mejor orla en lo referido no solo a dedicación sino a ganas y entusiasmo (“¿Qué se necesita para escribir? Ganas, sólo ganas. Ganas y talento”, dijo el clásico). Llega a las librerías una auténtica epopeya, en editorial pequeña, tocho robusto, caja de troneras y galernas, gabarra de viaje intenso por los márgenes sociales: Alcohol de 99º (Grupo Tierra Trivium). El mejor fresco sobre la delincuencia como una de las bellas artes, podría haber dicho Thomas de Quincey, espantado y terrible, al catar este humo azul de viva hoguera atroz.

Novela negra con vocabulario, sintaxis, gramática fina y parda, el viejo arte de escritura, juntar dos palabras que jamás hayan estado juntas, hasta superar las quinientas holandesas encuadernadas. Un pistoletazo de salida, cierta apoyatura, breve spleen o quizá sprit, en el cine quinqui de los 70, el malogrado Eloy de La Iglesia (que dijo, una vez roto por la droga o el alcohol, cómo “los mayores tóxicos son afectivos”) y el hoy multimillonario Carlos Saura (cuyo hijo es Saura Medrano, lo que le estiliza en ingenio y brotes socarrones). Un arranque en El Pico, Colegas, Navajeros o Deprisa, deprisa, pero no solo eso. Mucho más. Lenguaje lujoso, joyería verbal, rock duro canalla, puro rito y supervivencia visceral. Cuente lo que cuente, lo decisivo es el lenguaje, sabe escribir Manu Marañón y la factura textual es picaresca, picardía, potencia verbal, en esa carrera atroz de un purasangre eléctrico sin cabeza. Tour de force primitivo en el lenguaje/canto entero de los cisnes más oscuros.

Alcohol de 99º (líquido que elimina todas las huellas en lo secreto del crimen y sus huellas) es una novela negra como la podría haber escrito Valle-Inclán. Cada capítulo tiene cien páginas y, en diversos pasajes cortos insertados en el mismo, construyen el viaje a toda velocidad. Diálogos en punto, bien engrasados, sin pérdida o renuncia a la musicalidad, trufados de argot y billares, de cárceles y lejía, de calle sin techo y braguetas encendidas en los años jóvenes como machete para despejar maleza y espesura. Dos dandis de extrarradio, Artur y Asís, joyones de arrabal, hoguera negra del delito, sin venir explícitamente de la novela negra, generalmente como todo texto de género presidido por la facilidad y la línea recta. Hay una bocanada, un tufo, el mayor bouquet a todo un espléndido bildungsroman, novela de aprendizaje artístico, donde la supervivencia desnuda y áspera es el gran argumento posible e imposible. Late detrás de Marañón todo el bello XIX: Balzac (Las ilusiones perdidas) y Flaubert (La educación sentimental); el descaro de un Julien Sorel (Rojo y negro) o Jean Valjean (Los miserables). Héroes de carne y hueso, no muñecos. Vida desnuda sin novela social previsible. Una maravilla.

Manu Marañón exprime y exhibe un Bilbao absoluto, industrial y decadente, alcohólico y divertido, donde la temperatura es la del progreso de dos parias con pocas alcándaras donde lucir su canto. Tiene temperatura de Mendoza en La ciudad de los prodigios y no desmerece su faena. Los antihéroes quieren salir adelante, pero el destino o fatum clásico incrusta los mejores palos en las ruedas, el hado es nuestro peor enemigo y duele el pecho. Sin posibles alianzas familiares, Arturo Basabe Bea, cumple el mandamiento lírico por excelencia: “Quien no tiene familia, carece de límites”. Busca trabajos de supervivencia, Asís colorea el aguafuerte de linotipias y talleres, llegan reformatorios donde antes hubo billares, llegan cárceles donde antes hubo los barrotes anteriores, la fortuna golpea entre chispas, sabiéndose afortunado a ratos, a rachas, incluso hijo de John Lennon, antes del fatal desenlace por el que el músico muere asesinado y se frustran todos los planes se sacarle unos milloncejos.

Veamos, sin abrumar, cómo narra Marañón: “Era Asís un niño amedrentado, de cara angosta y barbilla estrecha; sus cejas sin división y el pelo cortado a tazón, completaba un semblante vulgar. El chaval anhelaba la comida como su única alegría diaria. Artur había oído decir que su padre era policía y, también, un borracho pendenciero al que servían con pavor en las tascas. A pesar de tal catadura envidiaba la suerte del chaval, que llamaba papá a un ser de carne y hueso. No iba a desairarle: “Además”, se decía, “estoy yo como para meterme con nadie”. Recoge la antorcha Manu Marañón del gran escritor de novela negra, Pérez Merinero, hoy completamente olvidado y de igual factura clásica. En una escena, prostituta de por medio, dice que la mujer quedó ahí o empezó, no recuerdo, “lavándose la chocha”. En ese femenino de oro, en esa expresión áulica, “la chocha”, hay todo un mundo que llevaría una tesis doctoral, tal y como Maupassant era capaz de reducir una noche entera de amor guerrero en un punto y coma.

Escritor

Publicado originalmente en elimparcial.es