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Medir las consecuencias de nuestros actos

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En verdad vivimos tiempos muy difíciles, por lo tanto, debemos medir las consecuencias de nuestros actos, de nuestra responsabilidad con las demás personas, esto es un deber, sobre todo aquellas personas que se desenvuelven en los asuntos públicos.

Es necesario aprender a medir a la gente por la estrechez o amplitud de su visión; se debe procurar no enredarse con quienes no ven las consecuencias de sus actos y están siempre en modo reactivo, pueden contagiar.

Es necesario fijar la mirada en las grandes tendencias que gobiernan los hechos, en lo que no se advierte en lo inmediato. No se deben perder las metas de largo plazo. Con una perspectiva elevada se tendrá paciencia y claridad para cumplir casi cualquier objetivo.

Cuando la gente pierde la dimensión de las consecuencias de sus actos, pierde también su conexión con la realidad, cuanto más se avance en ello, puede llegar a la locura.

Los seres humanos tendemos a vivir el momento, es la parte animal de nuestra naturaleza. Reaccionamos antes que nada a lo que vemos, oímos y sentimos, a lo más dramático a un suceso. En verdad, no somos meros animales atados al presente. La realidad también abarca al pasado, es una cadena de causalidad histórica.

Cada problema del presente tiene profundas raíces en el pasado. Y también llega al futuro: todo lo que hacemos tiene consecuencias que se extenderán en los años por venir.

Cuando limitamos nuestro pensamiento a lo que nos ofrecen los sentidos, a lo inmediato, descendemos al nivel animal, donde nuestras facultades de inteligencia son neutralizadas.

El antídoto a la mano en que aprendemos a distanciarnos de la urgencia, de la contingencia inmediata de los hechos es elevar nuestra perspectiva. En vez de limitarnos a reaccionar, demos un paso atrás para percibir el contexto de los hechos en su amplitud.

Se debe considerar las ramificaciones posibles de cada acto. Debemos de tener en nuestra mente nuestras metas de largo plazo. Cuando se eleva la perspectiva, ponderamos mejor la dinámica de los hechos.

Tomar distancia del presente implica lanzar una mirada más profunda a la fuente de los problemas y adoptar una perspectiva más amplia del contexto de la situación, así como dirigir una mirada más legítima al futuro, lo que incluye las consecuencias de nuestras acciones y nuestras prioridades a largo plazo.

Es pertinente evitar el contacto frecuente con aquellos cuyo marco temporal es muy estrecho, quienes están en un continuo modo reactivo, y empeñarse en asociarse con quienes tienen una amplia conciencia del tiempo.