A mediados de los setenta en mis inicios como reportero en la revista Mañana recibí una orden de trabajo para entrevistar a los líderes del movimiento estudiantil de 1968. Al primero que entrevisté fue a Sócrates Amado Campus Lemus, de la Escuela de Economía del Instituto Politécnico Nacional. Me recibió en su departamento en la colonia Condesa. Vivía en la calle de Popocatépetl a unos pasos de la avenida Ámsterdam a donde él y su esposa de origen uruguayo eran los dueños del restaurante La Bodega. El día de la entrevista estaba acompañado de su vecino del mismo edificio, el poeta Cayetano Cantú. Sócrates tenía poco tiempo de regresar del exilio. El gobierno del presidente Salvador Allende lo había acogido. Como muchos otros presos políticos en el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz padeció la cárcel y los maltratos de los militares, que una y otra vez simularon de manera vil su fusilamiento. Desde entonces padeció una enfermedad crónica de los riñones a consecuencia de los golpes que recibió en la prisión del Campo Militar Número Uno. Culatazos y el piquete de una bayoneta de un fusil con el que fue varias veces maltratado.
Han pasado tantos años y no se me olvida ese encuentro pero ahora lo rememoro en recuerdo no obstante la amistad intermitente que llevamos a los largo de más de cuatro décadas. En nuestra primera reunión Sócrates y Cayetano me llenaron las manos de libros. Cayetano, poeta y traductor, de origen tamaulipeco, me obsequió varios libros de poesía. Me contó que trabajaba entonces en la obra del poeta griego Constantino Cavafis, cuya obra era desconocida en nuestro país pero que en Francia se encargaron de divulgar Georges Papoutsakis y Marguerite Yourcenar. Cayetano Cantú fue quien se encargó de traer la obra de Cavafis a México. A su vez, Sócrates Campos puso en mis manos varios libros del gran escritor y ensayista argentino Ernesto Sabato, entre ellos El Túnel y Sobre Héroes y Tumbas.
A principios de los ochenta, una mañana, por esas cosas que tiene la vida, me reecontré con Sócrates. Coincidimos en el vestíbulo del mítico Hotel Silvias, de Ciudad Juárez. Yo me encontraba enviado por el desaparecido periódico unomásuno. Me dirigía a desayunar cuando me dijo acompáñame, ven, te conviene. Ni siquiera tenía idea de a dónde íbamos. En el camino me explicó que nos dirigíamos a un encuentro con guerrilleros de la Liga 23 de Septiembre y otros líderes del Campamento Tierra y Libertad, entre ellos Adán Cigala y Pedro Matus. Yo estaba preocupado porque esa misma tarde tenía que enviar al periódico un reportaje sobre trabajadores inmigrantes. Cumplí con mis tareas y otro día Sócrates regresó a México.
Fueron muchos nuestros encuentros como los tuve también con otros líderes del movimiento estudiantil que también se convirtieron en mis amigos. Uno de ellos fue Eduardo Valle, El Buho. Pero hubo otros que verdaderamente terminaron como unos pillos y vividores de los partidos políticos como Salvador Martínez della Roca, quien incluso en estado de ebriedad como delegado de Tlalpan cometió un asesinato a sangre fría y quedó impune y otros de la misma calaña como Pablo Gómez. Y unos más como Marcelino Perelló quien terminó expulsado de la UNAM por sus apologías a la violación de las mujeres. Hay casos deleznables como el de Alejandro Encinas, actual encargado de derechos humanos en la Secretaría de Gobernación, que ha sido protector de narcotraficantes.
Sócrates cargó toda su vida con el estigma de haber traicionado a los líderes estudiantiles, supuestamente bajo el señalamiento de haber “delatado” a sus compañeros cuando estuvieron detenidos en el Campo Militar y Lecumberri.
Para honrar a su memoria ahora que ya no está aquí con nosotros retomo en este espacio un texto de la revista Proceso (https://www.proceso.com.mx/testimonio/2016/10/11/gonzalez-de-alba-el-68-en-el-consejo-nacional-de-huelga-no-hubo-traidores-172028.html) donde Luis González de Alba desmitifica a los líderes del 68 que hablaron de traidores.
Escribe González de Alba:
“… Entre la izquierda algunas guerrillas se han exterminado a símismas al perseguir y fusilar ‘traidores’ o a los diversos desviados de la línea revolucionaria correcta. Algo semejante hemos hecho de 10 años a la fecha los que encabezamos el Movimiento Estudiantil de 1968. En particular, y por diversas razones, tres miembros del Consejo Nacional de Huelga han sido señalados como traidor uno y como policías los otros dos. Se ha estigmatizado como claudicante al que trabaja en Hacienda, en Programación, en la CFE, en teléfonos, etc. Y si no trabaja allí, entonces lo hace en la iniciativa privada, con lo cual –cubierto el campo de todas las posibilidades– sólo queda la denigración de quien por lo visto únicamente sería puro si viviera de sus rentas. Es verdad que las declaraciones de tres delegados estudiantiles sirvieron al gobierno de Díaz Ordaz para fundamentar la imagen con que deseaba pasar a la historia. Pero también es cierto que ninguno, ni siquiera Sócrates Campos Lemus, actuó como informante de la policía en el seno del CNH. Es absolutamente indudable que este organismo jamás estuvo infiltrado. Prueba de esta afirmación es que los interrogatorios a que fuimos sometidos en el Campo Militar No. 1 eran simplistas, ingenuos y aun ridículos; no el interrogatorio eficaz del policía bien informado, sino el tanteo a ciegas de quien no sabe nada. Y consideremos (es importante) que nuestros interrogadores no eran de esa clase de policías recién egresados del hampa, sino de la Inteligencia Militar. No sabían nada porque nunca pudieron infiltrar el CNH. Al respecto nunca sale sobrando aclarar: a) Ningún miembro del CNH desempeña ni ha desempeñado puestos políticos importantes en el gobierno –a pesar del rumor anónimo generalizado y de las declaraciones poco afortunadas del ingeniero Heberto Castillo en tal sentido–. Salvo si pensamos que el director de la Casa de las Artesanías del Estado de Hidalgo (como Sócrates, que sería además el peor ejemplo), hace algo más que piñatas”.
Sócrates Campos Lemus lo repitió ene veces en entrevistas con los medios:
“Muchas gentes hablan de torturas, a todos nos dieron de putazos, te pegaban en todos lados, menos en la cara; yo llegué orinando sangre, ese es uno de mis problemas, los riñones. Pero lo más cabrón es que tú escuchabas gritos, por ejemplo de mujer y los soldados te decían: ‘Es tu mamá, hijo de tu puta madre’.
“A ver cabrón, vas a salir y vas a leer esto porque ahí está tu mamá y la vamos a chingar”. Pues entonces lees, ¿no? ¿O qué, vas a decir: “No leo?” Yo no sabía quiénes estaban afuera, si hubiera sabido que eran periodistas, a lo mejor te avientas el tiro, ¿pero así, cómo?
“Cuando estás en el Campo Militar te van ablandando día con día, de tal forma que cuando te dicen: ‘Lee esto’, pues lo lees. Yo te juro que no lo he vuelto a leer (el documento que en 1968 leyó ante la prensa), porque
“En (la cárcel de) Lecumberri ya estaba yo en la Crujía H y teníamos instrumentado un sistema en el que los que iban llegando nos pasaban algún teléfono y nosotros, mediante las visitas, mandábamos para que avisaran a sus familias.
“Yo pregunto: ¿dónde está lo que le hicieron a los otros? ¿Cuándo comieron rancho? ¿Cuándo se los chingaron? Si yo hubiera sido policía no hubiera estado dos años y ocho meses en la cárcel; salí al exilio y Salvador Allende me apoyó. ¿Esto hubiera sucedido si yo hubiera sido policía?”.
Descansa en paz Sócrates Campos Lemus. Los traidores fueron otros.