Recuperar buenas costumbres

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Juan José Vijuesca

Los encargados de medir cosas dicen que la duración media de un abrazo entre dos personas es de 3 segundos; pero ahora los especialistas en la materia han descubierto que cuando un abrazo dura 20 segundos se produce un efecto sobre el cuerpo y la mente de incalculable valor terapéutico. Salvando las distancias entre las diferentes clases de abrazos, por aquello de los robos al descuido, hay que ponderar el grado de satisfacción alrededor de este maravilloso tranquilizante que sirve igual cuando tenemos a una persona en nuestros brazos, acunar a un niño, acariciar a un perro o un gato, o estar bailando con nuestra pareja. La cosa está en abrazar.

En cierta ocasión un tal Aquilino, apodado “El Candeal” por su oficio de panadero, me confesó que nada le hacía más feliz que abrazar a las farolas en noche de buen vino: –“A fugitivas sombras doy abrazos. Unos beben para olvidar, mientras yo lo hago para abrazar” Y eso es terapia de gran nivel, pues hoy en día hemos caído en la desgracia de lo virtual. Rezaba en publicidad algo parecido a esto: “Menos mensajes de texto y más abrazos en directo” Los tiempos cambian y todo se vertebra en función de los contextos y las circunstancias. Huelga decir que la COVID nos ha alejado en confianzas y en donde lo de abrazar resultaba compartir la intimidad de alegrías y las penas, ahora nos enmascaramos en temores y todo queda relegado para cuando estemos libres de pestes y demás porquerías que nos invaden. Lógico que así sea por aquello de los agentes bacterianos.

Vuelvo a las buenas costumbres porque todo nos afecta aunque veamos cómo se nos alejan mejores valores para dar paso a ciertas menguas de afecto, pero vengo a decir de nuevo que el ser humano de hoy, según sus propias costumbres lugareñas, goza de diferentes apegos allá en cada lugar de origen se dispensen; más no por ello, por condición de mediterráneos que somos, tengamos que dejar de rozarnos la piel para sentirnos próximos en cordialidades. Y eso es lo que muchos y muchas quieren. Cambiarnos por dentro y por fuera.

Puede sonar extraño, como tantas otras cosas, y a fe que los tiempos son otros, pero ahora, casi sin margen de continuidad, también se persigue al besuqueo formal y al apretón de manos. Motivos sobrados tenemos para sentirnos vivos y demostrarlo y aunque a precaución nos debamos no es menos cierto que ya hay vocingleros que patrocinan el votar por el adiós a estas costumbres tan raciales. Durante siglos, los humanos han realizado gestos muy concretos para saludarse, tanto entre amigos como entre desconocidos. Los besos y apretones de manos son unas de las formas más antiguas y más extendidas de saludarnos. Y uno se pregunta si como consecuencia de la pandemia del coronavirus perderemos hábitos tan saludables y arraigados.

En todo esto nada de cursilerías, por favor, que aún los hay dispuestos a ponerse a los pies de la mujer de cada cual cuando ésta le es presentada. Yo no lo haría ni siendo podólogo, que no lo soy por carestía vocacional, dicho sea. Dice Sabina que “lo malo de los besos es que crean adicción”, por supuesto que depende de qué besos, pero esa es una de las fuerzas que llevamos dentro y que conviene exteriorizar por aquello del brillo hacia los demás. Otros tiempos y otros estilos nos invaden de manera preocupante; por ejemplo, Francia ha pedido a sus ciudadanos que no se besen, e incluso se están cerrando acuerdos chocando los codos. Yo me pregunto si un codeo puede suplir a mejores manifestaciones de galanura. Y quede claro que cuando firmo algo en las notarías no me despido dándole dos besos al notario. No digamos al tío de la gasolinera. Por cierto, curioso lo de Francia, un país que se puede esperar cualquier cosa pues allí o bien se dan cuatro besos en Nantes, hasta dos en Toulouse, o uno en Brest.

Otros expertos ahora dicen que el invadir el espacio íntimo del hombre o la mujer con eso de los abrazos, si son apretados, o los besos más bien leales, provoca palpitaciones que obligan al corazón a trabajar cuatro segundos más en tres minutos. Y esto preocupa por aquello de acortarnos la vida cuando hay exceso de engarces amorosos o afectivos. O sea, un asco que tengamos que utilizar la thermomix hasta para cocinar nuestros mejores sentimientos hacia los demás. En fin, los latinos somos muy sociables y muy de contacto, de manera que aquellos o aquellas que malversen el arrime de lo políticamente correcto que huyan al Tibet, allí los tibetanos tienen uno de los ademanes más inusuales para saludar a otros: sacan la lengua, aunque siempre a una distancia segura. En fin, como ya les dije, “Menos mensajes de texto y más abrazos en directo”.

Escritor

Publicado originalmente en elimparcial.es