En las próximas elecciones el PRI se jugará su sobrevivencia como partido. Para Morena los comicios representan un desafío.
Obrador pretende revivir el viejo modelo de la aplanadora priista. Pero eso se acabó. México tiene ahora una sociedad plural. No hay garantía de que un solo partido obtenga las 15 gubernaturas en disputa.
En 2018 votó el hartazgo. El “mal humor social” fue asumido por el PRI como la esencia de su derrota. Cierto, Obrador arrasó de manera inusitada como parte del hartazgo, pero el descontento social abona en estos momentos en contra de Morena.
Hasta ahora la mayoría de los aspirantes de Morena a los principales cargos de elección han sido severamente impugnados, incluso desde las propias filas de su partido.
Hoy el prestigio de los políticos es fundamental. En algunos casos, los partidos son un lastre para los candidatos. De ahí las alianzas para consensuar sobre la conveniencia de elegir a quienes mantengan una mejor proyección y conexión con los ciudadanos.
En algunos estados de la república, a diferencia de Morena que maneja a sus candidatos de acuerdo a las filias y fobias del presidente Obrador, los partidos de oposición han decidido mantener alianzas con sus mejores cartas con la esperanza de salir lo mejor librados del inminente proceso electoral.
A diferencia de otros procesos electorales, el voto será un veredicto sobre la conducta política de los gobernantes. A diferencia del pasado, en México ha comenzado a emerger una conciencia ciudadana que reclama la rendición de cuentas de sus autoridades.
De alguna forma el país está experimentando una transformación social y política como resultado de su incipiente desarrollo democrático.
Durante décadas el PRI mantuvo un férreo control político sobre los procesos electorales. Hasta 1988 las elecciones en términos estrictos eran un asunto de Estado. La hegemonía del PRI de a poco se fue perdiendo. En 1989 el PAN conquistó su primera gubernatura.
Bajo la premisa de perder ganando y ganar perdiendo, el PRI de Salinas comenzó a mostrar el debilitamiento del sistema político mexicano. A partir de entonces el PRI se resquebrajó. Las pugnas internas afloraron en el contexto del proceso electoral del 88 con la división del partido que dio pauta al surgimiento del PRD. La escisión dio pauta a las alianzas y a la creación de grupos y organizaciones políticas. El mismo PAN se nutrió con la corriente del neo panismo y el blanquiazul comenzó a obtener resultados favorables hasta llegar a la alternancia del poder en el año 2000.
Con un partido desgastado y sin liderazgo, con el peso de los ajustes de cuentas que derivaron en el magnicidio de Colosio y la ejecución de Francisco Ruiz Massieu, el PRI se extravió.
Después de siete décadas ininterrumpidas en el poder, a partir del 2000, el PRI dejó de ser la fuerza electoral y con los años se fue diluyendo. El triunfo de Peña Nieto en 2012 fue un accidente electoral en la historia del país. El PAN no supo lidiar con su triunfo tanto con Fox como con Calderón. Y Morena ahora podría resultar flor de un día.
Obrador quien presume de presuntas altas calificaciones de su gobierno, se ha convertido en un verdadero lastre para su partido. Los resultados de su gobierno están a la vista: un desastre.
Su gobierno ha sido de locura. Una buena parte de sus principales colaboradores lo han abandonado. Ha sido pésimo el manejo de la economía y sobre el país reina la inseguridad y la violencia, la crisis sanitaria y educativa, el desempleo, la desconfianza de los inversionistas, la guerra mediática con la prensa, la ingobernabilidad, etc., etc…
Mientras Obrador se empecina en ejercer un gobierno autoritario, en el país de a poco han ido emergiendo liderazgos regionales que apuntan a fortalecer a los partidos opositores.
PAN y PRI con otros de sus aliados están dispuestos a mantenerse a flote en base a esos nuevos liderazgos. En Coahuila e Hidalgo se vivió un proceso en ese sentido. Incluso la dirigencia priista se sorprendió de esos pequeños pero importantes triunfos que le inyectaron una fuerte bocanada de oxígeno.
Para poder resurgir como partidos con capacidad de alternancia tanto el PRI como el PAN están enfocados a fortalecer sus liderazgos regionales para ir tejiendo poco a poco sus plataformas políticas con miras a las elecciones generales del 2024.
De ahí la importancia de sus candidatos a las gubernaturas.
En ese contexto conviene preguntar qué tipo de rumbo debe tomar el PRI: regresar al pasado o mirar hacia reestructuración de nuevos liderazgos.
Veamos un ejemplo de esos extremos. En Baja California las negociaciones internas en el PRI buscan catapultar la candidatura de Jorge Hank Ron. Desde cualquier ángulo Jorge Hank es un político impresentable. Representa lo peor del viejo PRI. Su vida personal y su trayectoria política están salpicadas de escándalos.
En el otro extremo está el caso de Tlaxcala. En el elenco político del PRI, la mejor carta es la de la alcaldesa Anabell Avalos Zempoalteca.
Apenas en noviembre Anabell Avalos fue reconocida como la mejor presidenta municipal de todo el país. Y hoy justamente rinde cuentas en su tercer informe de gobierno y con la mejor calificación de posicionamiento como candidata al gobierno de esa entidad.
Una mujer con una discreción en su actuar político, alejada de protagonismos y escándalos, tan esa sí que una amplia alianza de partidos está dispuesta a lanzarla como su candidata.
Con una reconocida trayectoria, producto de la cultura del esfuerzo, Avalos Zempoalteca, fuera de toda duda, como en ningún otro estado, le garantiza al PRI y a sus aliados un triunfo electoral.
En la mayoría de los estados en que se disputarán las 15 gubernaturas, el caso de Tlaxcala es un ejemplo de los consensos y de la identificación y compromiso que los políticos aspirantes deben de cumplir.
En Tlaxcala y Baja California, por ejemplo, Morena enfrenta una disputa feroz por las candidaturas. El gobernador Jaime Bonilla busca imponerse pese a que está impedido legalmente a lanzarse como alcalde de Tijuana para asumirse por encima del próximo gobernante del Estado. Bonilla intenta fincar una especie de “mini-maximato”.
Si Jorge Hank es poyado por el PRI, es complicada una alianza con el PAN. En Tlaxcala, el asunto de las aspirantes a la gubernatura, es verdaderamente un espectáculo vulgar.
Lorena Cuéllar y Dulce Silva, protagonizan una comedia grotesca marcada por el derroche de recursos, la falta de transparencia y con pasados comunes por el desprestigio.
Está claro que los partidos deben de reconstruirse desde abajo pero no a cualquier precio con candidatos impresentables. Ya veremos, en su momento, la condición política que priva en cada una de las 15 entidades en que habrá de renovarse los poderes estatales.
Los resultados de las elecciones de 2021 serán esenciales de cara al 2024. Estará en juego la sobrevivencia del PRI como partido y Morena enfrentará un desafío, dónde veremos si el triunfo de Obrador fue una simple flor de un día.
Un reto, sin duda, en la mayor crisis social, económica y política de nuestra historia como nación, donde habrá que esperar si el “mal humor social” da paso a un emergente país de ciudadanos.