El mentiroso más grande del mundo: tres años entre el rencor y la venganza

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Suele dar “cátedras” de moral y honestidad, pero el presidente Obrador se ha ganado a pulso la “distinción” de ser el mentiroso más grande del mundo. Miente como respira. En tres años lleva más de 61 mil mentiras. Al menos eso es lo que contabilizó hasta el 1 de septiembre pasado la Consultora Política SPIN que lo ha diagnosticado como un “mitómano”. Su mayor mentira ha sido el afirmar que su gobierno “acabó con la corrupción”. En señal de ello saca su pañuelo blanco y lo exhibe triunfante.

Sus mentiras son más que evidentes:

Nuestra economía va a crecer como nunca antes y vamos a convertir a México en una potencia mundial. En el primer año vamos a crear dos millones de empleos. No van aumentar las gasolinas. No van aumentar los impuestos. Ahora hasta los adolescentes de 18 años deben registrarse ante SAT.

Por sus mentiras pocos de sus colaboradores siguen confiando en él. Conforme transcurre el tiempo se va quedando muy solo.  Él mismo incumplió su principal mandamiento: “no mentir, no robar, no traicionar”.

Obrador llega a su tercer año de mandato muy desgastado. Le restan tres. Hasta ahora van 32 cambios en su equipo de gobierno. 

La lealtad que algunos le guardan es por sus propios intereses. Por eso lo soportan. 

Algunos sobrevivientes de su gabinete preguntan por qué se han separado muchos de sus compañeros, por qué unos se van y otros se quedan. Quienes han renunciado lo han hecho convencidos de que el gobierno no cambiará y seguiría siendo el mismo, como los anteriores, donde la corrupción es pan de todos los días. Un gobierno construido a base de mentiras.

Los funcionarios y periodistas que acuden todos los días a las mañaneras han resentido el desgaste. Muchos andan como si fueran alcohólicos. Como si bebieran todos los días. Se levantan crudos a las tres o cuatro de la mañana para arreglarse y medio desayunar y a las siete de la mañana cuando comienzan las conferencias parece que ya están bebiendo otra vez. 

La misma sensación de estar ebrios la resienten los seguidores del tabasqueño cuando apenas lo escuchan hablar. 

Es difícil lidiar con un hombre enfermo de poder, es como batallar con un alcohólico. Pero el caso de Obrador es especial. Es soportar todos los días la cantaleta de un hombre que conserva el rencor acumulado en su corazón durante tantos años. Un político que se siente abandonado por un grupo de sus colaboradores más cercanos que prefirieron retirarse a seguir soportando su carácter explosivo. El último de ellos fue Santiago Nieto. El maestro y padrino de Santiago, el jurista Jaime Cárdenas Gracia renunció a su cargo al frente del Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado porque no era partidario de la “fe ciega”.

En un principio Obrador se había acercado a los intelectuales. Muchos de ellos planeaban influir en su campaña y en la conducción de su gobierno. Los más radicales lo visitaban en su casa de campaña. En cuanto Obrador asumió el poder les cerró la puerta en las narices. Algunos se tragaron las zalamerías y elogios que le derrochaban. Los que mantuvieron su distancia y lo criticaron se convirtieron en sus enemigos y han tenido que cargar con el gran rencor hacia ellos. En cuanto llegó a la presidencia el tabasqueño se comenzó a vengar. 

El mismo Obrador les ha recomendado que se vayan de México. A varios les ha puesto apodos con los nombres de algunos conservadores del porfiriato. 

La hostilidad del nuevo régimen ha sido más que descarada como nunca se había visto en la política nacional. 

Las mentiras, los “otros datos”, han sido suficientes para abandonar el barco de la cuarta transformación. Carlos Urzúa, el primer secretario de Hacienda renunció y se convirtió en un feroz crítico de las políticas públicas del presidente Obrador. Y cómo Urzúa lo hicieron Alfonso Romo, Julio Scherer Ibarra y antes Javier Jiménez Espriú. 

Y como ellos Germán Martínez a la dirección del Seguro Social y Simón Levy, a la subsecretaria de Turismo.

Otros casos bochornosos fueron el de Josefa González-Blanco Ortiz-Mena quien renunció a la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales por retrasar “por órdenes presidenciales” un vuelo de Aeroméxico que partiría de la Ciudad de México a Mexicali. 

Lo mismo le ocurrió a Paola Félix, la secretaria de Turismo en el equipo de gobierno de Claudia Sheinbaum, por subirse a un avión privado donde viajaba el dueño del periódico El Universal, Juan Francisco Ealy Ortiz, declarado por Obrador como su “enemigo”.