El diablo haciendo misa

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Leí por ahí que en la escuela nos enseñan a leer y escribir, pero no nos enseñan a hablar y escuchar.

Hoy sí, en algunos países ya se pone énfasis en estas importantísimas tareas, pero aquí en México aún no llegamos a cubrir esa necesidad.

Y lo peor que ese déficit no se subsana en el hogar.

Y este punto subyace todo el tiempo en la vida pública.

Llega, luego de un hartazgo social infinito, un líder singular al gobierno, con un cargamento inédito de votos: 30 millones. Se propone una rectificación a fondo, lo cual supone trastocar muchas cosas. Abiertamente habla de un cambio de régimen, no de gobierno. Es decir, modificar de raíz las reglas del juego, otras reglas, otras formas.

Romper inercias al cabo de más de 70 años de “hacer las cosas como siempre” no es nada fácil. Es endemoniadamente complicado

La primera barrera es mental. Quienes han estado en el poder y sus directamente beneficiarios en siete décadas no admiten nada de lo nuevo. Ni siquiera lo discuten, sencillamente lo borran y desconocen.

Juzgan el rábano por las hojas, dan su juicio del libro tan sólo por lo que dice en las solapas.

En el flanco contrario, los simpatizantes del nuevo gobierno, o algunos segmentos, sueñan con un mundo de ilusión, ven un liderazgo impoluto, por momentos casi divino, y albergan un cambio radical y pronto.

Hay error de visión en las dos partes, en los dos extremos.

Tres años no resuelven lo de setenta.

Desde la cúspide del poder a este país se le mira, seguramente, con un enorme vidrio de aumento, un gigantesco telescopio, y se ven ahí su grandeza y sus miserias.

El país estuvo aherrojado, admitámoslo como punto de partida.

No existía frontera entre el poder del dinero (insaciablemente voraz) y el poder político (glotón y corrupto ilimitado). O si la había, con frecuencia era del grosor de un cabello.

Una voluntad disruptora lógicamente entraría en colisión con las muy gruesas capas de las élites que se turnaron el mando todo ese tiempo, con apenas leves modificaciones, sin importar la alternancia de partidos.

La reacción era esperable. Virulenta desde una variedad de trincheras.

Para efectos gráficos, veían de pronto al diablo haciendo misa.

Y se soltó una batería de fuego, una descarga de misiles de toda índole hacia el nuevo poder y sus planes.

El nuevo gobierno tenía de pronto dos frentes, o tres: desmantelar élites, monopolios, profundos intereses creados; responder a la guerra de la propaganda inconmensurable con casi todos los medios en contra, todos los días; y dar respuesta con hechos a las expectativas de la gente.

En esas estamos.

Es evidente que no es un paseo por la alameda.

Cada adversario, grandes y chicos, defiende sus resortes de interés, igualmente grandes y chicos.

Un flanco es el racial: no se admite en el poder a un provinciano, un no hijo de las élites urbanas, sin cartas académicas ni dominio del inglés, sin las formas exquisitas de corte extranjero o de Polanco por lo menos; su español tiene el acento y los modismos de la costa, no corteja ni se somete a las mafias intelectuales ni a las camarillas de poder de facto de los empresarios y de los medios.

Otro es el ideológico: es bronco frente a los valores de los centros de educación privados o la moral cristiana ortodoxa de la muy alta jerarquía.

Tiene modos que chocan frontalmente, brutalmente, con lo de siempre: no usa tarjetas de crédito, ni autos caros, privilegia viajar por tierra que por aire, descuida un tanto el atuendo al despreciar ropa de marca, no acude a lugares de postín ni vive  el boato del poder.

Un dato:

Muchos medios se quedan con las ganas de hacer pedazos a la esposa del presidente desde el miserable y pueril enfoque con el que veían, elogiaban o criticaban, a las esposas de anteriores mandatarios: por la forma de vestir…y la referencia de modistas, sastres o marcas de ropa o atuendos.

Por ahí se va la crítica cotidiana al gobierno que ahora cumple tres años. Sí hay críticos que tocan la sustancia, y lo hacen con autoridad y ejemplo. No abundan, lamentablemente. Porque predomina el prejuicio que nubla el juicio, y porque en muchos otros casos su pasado los anula para dar consejos.

Lo más espeso es la trinchera de los breves mensajes y gráficas en las redes, por lo común desde el anonimato, común también la difamación, el insulto, la pedrada por paga, el odio ideológico, racista y…hasta el deseo del magnicidio como argumento.

Otro segmento más utiliza como combustible el resentimiento, va por el sendero de la anarquía, a plena luz del día ve todo oscuro, y se suma -gustoso, interesado, soberbio o buscando cosecha- al caldo gordo que cocinan no los adversarios sino los enemigos del presidente.

En la escuela sólo aprendimos a leer y escribir.

No hace mucha falta aprender a hablar respetando al otro. Admitiendo el ensayo y error, aceptando que la verdad es múltiple y democrática, fragmentaria y compartida.

Aceptar, ¿por qué no?, que la indulgencia no es un término expropiado ni propio de la religión católica, que puede ser compañero de viaje de la humildad y adversario acérrimo de la soberbia.

Nos hace falta escuchar proponiendo, ver el vaso medio lleno y no medio vacío.

Y llenarlo con buena fe. Eso que no se compra en las farmacias Betania…

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