La renuncia de Pascual Ortiz Rubio a la Presidencia de la República en 1932, además del natural reacomodo en el gobierno, generó una serie de fenómenos que se institucionalizaron en nuestro sistema político, mismos que perduran hasta la fecha, a la vez que instituyó la forma en que se creaba el ambiente propicio para “elegir” al siguiente mandatario, a través de todo un proceso interno en el “partido”.
Relevo
Al gobierno de Pascual Ortiz Rubio le tocó enfrentar la crisis mundial que supuso el desastre financiero de 1929 en Estados Unidos, lo que en aquel país se conoce como la Gran Depresión. El impacto que ésta tuvo en México, se le sumó una serie de crisis creadas por quienes no deseaban que siguiera en el puesto.
Nuestra nación todavía no podía sacudirse las aspiraciones golpistas de algunos miembros de la clase política, quienes deseaban tener el Poder a cualquier costo, incluso pese al acuerdo que significaba la creación del PNR.
Es en este contexto que la perdida de legitimidad de Ortiz Rubio lo obligó a presentar su renuncia un 2 de septiembre de 1932, haciendo primero del conocimiento de su gabinete el texto de la misma, para proceder a su envío a la Cámara de Diputados, órgano que la acepta el día 3 para nombrar al Presidente sustituto el 4 del mismo mes.
En su obra La Sucesión Presidencial, Rubén Narvaez relató que “la respuesta de Calles a la crisis consistió en relevar al Presidente de la República, sentando el precedente que, después, se utilizaría como una constante del sistema con la fórmula del cambio de funcionarios como solución, sin atacar a fondo los problemas subyacentes a los desajustes y a la crisis, utilizándose además como recurso programático para ‘echar a los leones’ como funcionarios indeseables”.
El nombramiento de Abelardo L. Rodríguez como mandatario sustituto, ayudó a apaciguar la crisis –en particular en el terreno político–, que supuso la incapacidad de Ortiz Rubio, además de que durante su administración se amplió el periodo de los gobiernos federales a 6 años.
Pero el ánimo sucesorio no se detendría. Tan sólo 5 meses después de que Rodríguez iniciara su mandato, el Partido Agrarista de Jalisco se pronunció por Lázaro Cárdenas como candidato. En apoyo al michoacano, se encontrarían alineados personajes como el expresidente Emilio Portes Gil, Saturnino Cedillo, entre otros.
Ezequiel Padilla narraría una plática que sostuvo con Plutarco Elías Calles, el “jefe máximo de la Revolución”, acerca del momento que vivía el país: “Mi conversación con el general Calles pronto se encauza a mi propósito, en el tema de la lucha presidencial que se avecina. Ya de hecho ha comenzado la campaña política –le observo–. Las primeras baterías están disparándose en los escaños de la Cámaras y en algunos estados. Es lógico –responde–, ya es hora de que comience a destacarse en la arena política los hombres de nuestro partido que se sientan con arraigo en la opinión pública. Para nosotros, la agitación se desarrollará hasta el momento de la convención. Después tornaremos a integrar un solo frente compacto y disciplinado”.
Las bases de la tradicional disciplina priísta quedarían sentadas para efectos de su institucionalización, en particular para futuras ocasiones en beneficio del señalado por el dedo del “jefe máximo”.
Cárdenas, por su parte, acepta ante la prensa el hecho de que figura como candidato a la Presidencia en junio de 1933, el mismo mes en que otro de los aspirantes, el general Manuel Pérez Treviño, renunció a su postulación recibiendo una felicitación “por su patriótica conducta” del mismo Elías Calles.
Narvaez apunta que “en el fondo” Calles prefería a Pérez Treviño, “por su probada lealtad, pero también simpatizaba con Cárdenas, a quien consideraba adicto y obediente”. A fin de cuentas, el “jefe máximo” inclinó la balanza a favor de Cárdenas, como en procesos sucesorios posteriores les tocaría a los propios Presidentes emanados del tricolor al momento de decidir quién sería su sucesor.
Quedaría para el registro histórico, las palabras que son parte de la conversación de Ezequiel Padilla con Elías Calles, en las que el segundo dibuja la forma en que concibe el papel que le tocaría representar a la institución que ayudó a crear, el PNR: “se quejan de que estamos en el Poder y de que no queremos dejarlo. ¡Seguramente! ¡Tenemos el derecho de mantenerlo mientras tengamos la fuerza política y efectiva, que la ley y la adhesión de las masas nos afirma, y haremos todos los esfuerzos por conservarlo! Es nuestro deber. Lo contrario sería una cobardía”.