Este lunes es el centenario del ex presidente Luis Echeverría. El político más longevo en la historia del país y el primero en ser sometido a un proceso penal por delitos cometidos durante su mandato.
Hasta hace unos pocos años, Echeverría mantenía un poder de convocatoria como pocos ex presidentes lo supieron mantener. Ninguno de sus antecesores y sucesores fue capaz de gozar de ese llamamiento al que una docena de políticos acudían cada semana a los desayunos de los lunes en su residencia de San Jerónimo.
–Cuando conoceremos sus memorias –Le pregunté un martes mientras desayunábamos en su casa. Fue el primer encuentro entre ambos en 2002. El tema de nuestra conversación sería sobre el periodista Julio Scherer García, cuyo gobierno depuso de la dirección del periódico Excélsior.
–¿Cuáles memorias? –Atajó con una pregunta a manera de respuesta.
En ese encuentro el ex presidente habló sin parar. Fue un largo monólogo de más de una hora. Habló de todo menos de Scherer y de sus memorias. Terminó la charla sobre las bondades de hacer ejercicio y de la comida mexicana. En esos años todas las mañana se daba tiempo para nadar al menos una hora y jugar tenis otro par de horas con algún invitado. Esa era su rutina en cuanto amanecía y el clima lo permitía.
Fueron contadas nuestras charlas que se vieron interrumpidas cuando el fiscal Ignacio Carrillo Prieto a finales de julio del 2004 presentó cargos criminales en su contra por la matanza de 25 estudiantes el 10 de junio de 1971.
Mi colega y amigo José Reveles me pidió ponerlo en contacto con Echeverría a propósito de las acusaciones en su contra. Llamé al teléfono móvil del ex presidente. Respondió y puse a Reveles al teléfono para que cuestionara a Echeverría. Charlaron y Reveles publicó al día siguiente su conversación con el ex presidente en la primera plana de El Financiero.
Después de iniciar el proceso penal en su contra, tuve dos breves encuentros con Echeverría, insistí en sus memorias y se animó a charlar un poco sobre Julio Scherer. El ex presidente contaba entonces con 82 años y se veía fuerte, lo constaté con sus apretones de mano al saludar y cuando caminaba a grandes pasos como solía hacerlo durante su mandato.
–Don José –me dijo– ya habrá tiempo para reencontrarnos y seguir conversando. Discúlpeme –agregó– voy a atender el llamado de la autoridad.
Así nos despedimos, Echeverría me dio un fuerte apretón de manos y yo me despedí con mi inquietud sobre sus memorias y nuestras charlas sobre Scherer. Echeverría era el primer ex presidente puesto en el banquillo de los acusados por la guerra sucia.
Juan Velásquez –el astuto abogado de políticos y hombres del poder– se hizo cargo de la defensa del ex presidente. El jurista logró llevar el proceso en contra de su cliente en arresto domiciliario. En la defensa argumentó que los delitos de la represión estudiantil de 2001 prescribieron en 2001 y el de genocidio –que es imprescriptible– no le pudo ser aplicado porque el Congreso lo aprobó en 1992 y no puede ser retroactivo.
Finalmente en 2005 el juez que llevó dicho asunto concluyó que no existían pruebas suficientes para culpar directamente a Echeverría. En 2009 el fallo fue ratificado por el Quinto Tribunal Colegiado en Materia Penal.
A la distancia de los años veo al presidente Obrador peor que a Echeverría. Ambos comparten algunos rasgos en común: la intolerancia y un ego enfermizo por querer trascender a la historia.
En el espejo de la política Echeverría y Obrador se confunden.
Nadie mejor que el historiador Enrique Krauze ha descrito a ambos personajes. Alumno de don Daniel Cosío Villegas quien puso al presidente Echeverría bajo la lupa de su crítica y mereció las más viles calumnias y ataques del poder presidencial, Krauze continúa por la misma senda trazada por Cosío Villegas. Ahora Obrador desata su furia y sus ataques contra Krauze al que ha llenado de improperios y vulgaridades.
A propósito del espejo en que se reflejado Obrador, Krauze escribió sobre Echeverría (Reforma el 16/XII/19):
“La desaforada gestión de Echeverría había confirmado en Cosío (Villegas) una de sus más antiguas convicciones: el poder en México se explica mucho más atendiendo al perfil caracterológico de los responsables en ejercerlo que a condiciones estructurales más remotas. El poder en México era la biografía presidencial. En consecuencia, si el presidente padecía locuacidad, oscuridad, simpleza, ingenuidad, ignorancia, desorden, prisa, torpeza, cada uno de esos rasgos se traducía de inmediato a la arena política nacional. La psicología presidencial se volvía destino nacional”.
Tarde que temprano Obrador, como Echeverría, deberá comparecer ante la justicia. Los crímenes de Obrador no deben quedar impunes. De ello nos ocuparemos en próximas entregas en este espacio.