Contar con una baraja sucesoria, así como con el control del Partido, imponer la disciplina entre los militantes y sectores, son algunas de las condiciones que debía garantizar el Presidente de la República en la época del PRI hegemónico para tener un proceso sucesorio tranquilo. Otro de los elementos fue el no revelar desde el inicio, el nombre de quien sería el sucesor, por lo que el quinto año de su mandato se convertía en el indicado para comenzar a dar las señales que apuntaban al elegido.
Las señales
Uno de los ejemplos más claros en este sentido, se tuvo en el quinto año de gobierno de Adolfo Ruiz Cortines. Al llegar a su quinto año de funciones, contaba con una baraja de aspirantes compuesta por Gilberto Flores Muñoz, Ángel Carbajal, Ignacio Morones Prieto y Adolfo López Mateos.
El control del PRI estaba más que garantizado, por lo que el Presidente era visto como el jefe del Partido, a la vez que se había dado una depuración de simpatizantes de quienes buscaron por otras vías competir contra el candidato oficial.
La oposición se encontraba dispersa y sin la fuerza suficiente para competir eficazmente.
Así, Ruiz Cortines jugó en su quinto año con los aspirantes para hacerles creer que cada uno de ellos era el “bueno”. Por ejemplo, cuando Flores Muñoz tuvo un accidente, Ruiz Cortines le advirtió: “no tome tan aprisa las curvas, porque la Patria va a necesitarlo en el futuro”.
A Morones Prieto, le hizo una insinuación cargada de futurismo que animaba las esperanzas de dicho político: “no importa que usted no sepa caminar en las comitivas, porque pronto irá por delante y todos le seguirán”.
Pocos meses más tarde, al inicio del quinto año, en el camino a un acto público, el propio Flores Sánchez escuchó de boca del Presidente lo siguiente: “quien me ha sorprendido gratamente es el joven secretario del trabajo, porque me trae soluciones y no problemas”.
En el libro La Sucesión Presidencial, se relata otro episodio que refleja este juego con los aspirantes: “entre los muchos recursos y mañas que don Adolfo utilizó en su juego, uno fue el de ‘amontonarle la gente’ a quien no sería el Presidente. Así, hizo creer a su propia esposa que el ‘bueno’ sería Flores Muñoz, a fin de distraer a la cargada del verdadero objetivo. Después hizo movimientos que insinuaban posibilidades para Morones Prieto y Ángel Carbajal, sistematizando lo que más tarde se llamaría ‘el juego presidencial’, o sea las oportunidades de lucimiento personal, que el presidente concede a los aspirantes”.
Este tipo de acciones, reforzaron la disciplina partidista, en particular entre los propios aspirantes que tenían que jugar con las señales que el jefe mandaba, muchas de las cuales eran tan crípticas, que no pocos cometieron errores. En la obra que citamos, se cuenta que –a propósito de Ruiz Cortines–, “sus crípticas palabras unas veces sembraban esperanzas en los aspirantes a la Presidencia y otras ocasiones ponían ásperas dudas en sus conciencias. Don Adolfo exaltó la manera de prevalecer de un Presidente, cuando llega a su quinto año de gobierno, mediante el virtuoso manejo del lenguaje sibilino que hace necesaria la ‘interpretación’. En esa sucesión su habilidad brilló para confundir a los futuristas, mediante el uso del lenguaje ritual, misterioso y profético. Frenó las ambiciones con las herramientas del despiste, y lo usó con derroche para equivocar a los políticos profesionales, dividir a las insaciables ‘mafias’ y castigar severamente a los ansiosos”.
Otro elemento para completar el cuadro de la forma en que dicho mandatario manejó su propia sucesión, lo dio a conocer Jorge Hernández Campos en Excélsior, en julio de 1974, al dar a conocer el relato de alguien que había estado cerca del destape de López Mateos: Después del quinto informe de gobierno, Ruiz Cortines se reunió con el presidente del PRI, Agustín Olachea, para hablar de los aspirantes. Ruiz Cortines no se mostró partidario de alguno de ellos, pero pidió a Olachea investigar si López Mateos era protestante. Al poco tiempo, el Presidente llamó al dirigente del PRI para preguntarle ¿dónde nos quedamos?, a lo que el interlocutor respondió: “señor, quiero informarle sobre lo de López Mateos”, ¡ah!, le interrumpió el mandatario, “ya no siga, ¡ese es!”, lo cual significaba que la decisión se había tomado tiempo atrás.
Pero no fueron los únicos recursos que utilizó este mandatario para su particular forma de conducir el proceso de su propia sucesión. Flores Muñoz revelaría años más tarde, en una entrevista concedida a Julio Scherer, que uno de sus últimos recuerdos como secretario de agricultura fue una plática con Ruiz Cortines en la que le ofreció calmar a sus partidarios, pues “sabía perfectamente que el licenciado López Mateos sería el candidato del PRI a la Presidencia”; el presidente le respondió con una mal disimulada sonrisa para decirle “eso dicen, pollo, eso dicen”.