Sociedad y tapados

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En 1908 el entonces activista político disidente Francisco I. Madero publicó el libro La sucesión presidencial en 1910. El Partido Nacional Democrático para denunciar el mecanismo de herencia del poder en el grupo gobernante de Porfirio Díaz. Desde entonces se dejó claro que la capacidad del presidente de la república para designar al candidato de su partido y hacerlo ganar iba a hacer uno de los pilares fundamentales del sistema político mexicano.

Desde entonces y hasta la fecha todo el poder del presidente durante cinco años se centra en su habilidad para, el lenguaje vulgar de la política, poner/imponer presidente de la república. Y en la realidad política del país, todo presidente ejerce el poder sexenal con el único propósito de definir un proyecto de gobierno que sea la bandera de su sucesor.

La capacidad presidencial para dejar sucesor era correlativa a la inexistencia de partidos políticos de oposición reales y a la falta de una sociedad política y una sociedad civil con fuerza, además de un sistema político de tipo presidencialista unitario y autoritario. La concentración del poder en el presidente ha permitido un sistema cerrado y con precarios equilibrios internos, pero con la capacidad de decisión unipersonal.

El ciclo de los tapados terminó en 1969 con la nominación de Luis Echeverría como candidato sucesor de Gustavo Díaz Ordaz. A partir de entonces, los nombres de los aspirantes son conocidos y en algunos casos se han puesto a competir entre ellos. Pero la pérdida de la secrecía en el juego sucesorio condujo a la lucha interna entre candidatos, Y esas guerras palaciegas debilitaron el mecanismo, desprestigiaron la política y fracturaron la cohesión del grupo gobernante.

Los presidentes de la República desde 1975 han considerado a la sociedad como incapaz de asumir la conducción de sus liderazgos políticos y han perdido la sensibilidad para saber interpretar los deseos de los ciudadanos, con la circunstancia agravante de que también desde entonces la oposición ha avanzado en la conquista del voto e inclusive llegó a ganarle al PRI en el 2000 y el 2006.

La sociedad del 2024 es más diversa, fragmentada y escéptica que la del 2000 en que se dio la primera alternancia partidista en la presidencia. Asimismo, esa misma sociedad se ha vuelto más demandante en la exigencia de respuestas a sus demandas, al tiempo que también ha encontrado la comodidad del asistencialismo gubernamental.

La clave de la elección presidencial de 2024 estará en una oposición minoritaria, pero con alianzas electorales que pudieran configurar un 40% del electorado; y a ella se agrega ya la participación de grupos importantes de la sociedad civil, como los estudiantes, los intelectuales, los empresarios y las organizaciones de la sociedad civil, todos ellos sin participar antes en procesos electorales.

Para una sucesión presidencial ordenada y fuerte en Morena, el presidente López Obrador está obligado a administrar las disidencias; y es en este contexto en el que llama la atención la rebeldía de Ricardo Monreal y su capacidad de representación de un amplio espectro político y social.

La organización corporativa en el PRI y el control de la sociedad desde el poder fueron puntos clave para sucesiones triunfadoras; hoy, sin embargo, Morena carece de estructura corporativa de sus militantes.

Hasta hoy y a pesar de la existencia de una lista de precandidatos, el juego del presidente se basa en la técnica del tapado: jugar con varios aspirantes, pero escondiendo al feliz agraciado. Y en una sociedad desarticulada, plural y crítica, las posibilidades de certeza para el tapado son cada vez menores, además de que los dos años que faltan para el registro del candidato están generando batallas palaciegas que disminuirán la efectividad del candidato y disminuirán sus votaciones.

En este sentido, existe la posibilidad de que la sucesión presidencial en curso sea la última del viejo modelo del dedazo y del tapado.