Para Joe Biden el camino a seguir –según lo acordado con sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)– será una inmensa e histórica imposición de sanciones a Rusia no solo en el ámbito de la economía, también en la esfera comercial, financiera, de inversiones, energética y no descarta, según lo ha declarado el propio mandatario estadounidense, sancionar a todos los miembros del Kremlin y hasta al mismísimo presidente ruso, Vladímir Putin.
La Casa Blanca analiza una opción delicada para aislar a Rusia a fin de presionar para que desista de su política de apropiación del territorio que antaño formaba parte de la URSS pero que, en la actualidad, son países independientes.
La intención de “desconectar” a Rusia del Sistema de Transferencia de Datos Bancarios Swift implicaría cortar la posibilidad de que todas las personas que vivan en Rusia puedan hacer y recibir transferencias bancarias internacionales. Una forma de expresión no solo de las inversiones, sino fundamentalmente, del pago por operaciones del comercio exterior.
En todos los sentidos ahogar las estrategias de Putin, así lo defiende Biden y su secretario de Estado, Anthony Blinken, aunque Rusia lleva tiempo dialogando con China para crear una estrategia monetaria que rompa esa dependencia hacia utilizar al dólar como divisa mundial.
En Beijing, el 23 de marzo del año pasado, los ministros de Exteriores el ruso Serguéi Lavrov y su homólogo chino, Wang Yi, intercambiaron impresiones acerca de los crecientes roces que ambas naciones están manteniendo con Estados Unidos, cada uno en su particular esfera de influencia.
Un encuentro para fortalecer la cooperación estratégica pero también para hablar del futuro inmediato y hacer frente “a la hegemonía, el acoso y la arbitrariedad”, en palabras de Lavrov.
“Los dos países tratarán de contrarrestar la hegemonía estadounidense a nivel global en un frente que consiste en quitar protagonismo al dólar, una moneda que lleva dominando el mundo financiero desde el final de la Segunda Guerra Mundial y que permite a Estados Unidos aplicar, con más o menos éxito, su programa de sanciones contra terceros países”, de acuerdo con lo publicado en los medios de comunicación chinos y rusos.
Para Lavrov, la estrategia ruso-china debería impulsar las transacciones en monedas nacionales con sus socios principales y también habla de vencer a Occidente en su propio campo.
A COLACIÓN
Esta guerra abierta en todos los sentidos intranquiliza a los mercados, por la posibilidad cercana de que termine derivando en un conflicto bélico: el pasado lunes 24 el parqué bursátil europeo cerró en rojo teñido de nerviosismo con inversores buscando valores refugio.
La bolsa española cayó 3.18%; el CAC-40 de Francia se desplomó 3.97%; la bolsa británica cayó 2.63%; la alemana 3.80% y la italiana cedió 4.02 por ciento. Los mercados de valores rusos oscilan al unísono de los tambores de guerra y en lo que va del año la bolsa que mueve a los 50 valores más importantes se ha dejado un 12 por ciento.
Algunos expertos en mercados observan que los inversionistas están tomando decisiones descontando un incremento en las tensiones bélicas entre Rusia, Ucrania y la OTAN.
Y en la medida que recrudezcan bailarán las bolsas, el dólar subirá frente al euro y otras monedas y habrá un shock en los mercados de materias primas indeseable para las economías del mundo.
Una guerra de sanciones entre Estados Unidos, la UE y Rusia devastaría una amplitud de sectores y de ámbitos. Para empezar, Rusia puede contraatacar cerrando el grifo del suministro de gas a Europa o bien elevando los precios exponencialmente provocando una hiperinflación y el hundimiento del crecimiento económico de los europeos.
Las consecuencias de una guerra serían funestas para toda la aldea global. Nadie quedaría indemne. Otro shock del petróleo y del gas en momentos en que las economías siguen tocadas por el golpe de la pandemia sería catastrófico.
@claudialunapale