4T: La indispensable reparación de daños

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Xóchitl Patricia Campos López

Aunque la aspiración transexenal es severamente castigada en las reglas no escritas del sistema político mexicano, la transformación social que promueve el Lopezobradorismo no puede circunscribirse a un mandato constitucional bajo las actuales circunstancias. La continuidad del proyecto depende del personaje que suceda en el poder a AMLO y, por ahora, existe tal dispersión de los probables candidatos que el extravió de la Cuarta Transformación parece inminente. El caudillismo no sólo es consecuencia de la falta de instituciones, también de la incapacidad social para corregir anomias y patologías estructurales.

Durante el régimen de la revolución mexicana predominó la capacidad del Ejecutivo nacional para imponer en la elección sucesoria su capacidad selectiva. Aunque esta situación se considera poco democrática y, en el caso mexicano, ostensiblemente autoritaria, lo cierto es que la selección propuesta por el dirigente hegemónico mediaba entre las camarillas y las necesidades del país. Se establecía pues, un faccionalismo colaborador que contribuía a la gobernabilidad. El partido oficial, el proyecto político y la familia revolucionaría dependían de una circularidad saludable en los múltiples liderazgos y lemas partidistas.

La modernización nacional y el cambio geopolítico contribuyeron al agotamiento del mecanismo disciplinario que institucionalizó la vida política de México en el PRI, el faccionalismo colaborador no sobrevivió al interés particular de la tecnocracia neoliberal que se planteó refundar el sistema político mexicano. Aunque, incluso, puede decirse que la falta de sensatez política de los tecnócratas o la carencia de fuerza terminó por fracturar para siempre el pacto social de dominación e integración que representaba el Partido de Estado.

Aunque se responsabiliza al Neoliberalismo de los males mexicanos contemporáneos, debe señalarse que el proyecto transexenal salinista perdió dos veces el control del gobierno sucesivo y, más tarde, Ernesto Zedillo decidió renunciar a la función metaconstitucional selectiva del Ejecutivo; y así le fue al presidente como al Neoliberalismo. El proyecto se extravió como el PRI y México. Esta realidad es uno de los reflejos que puede tener la Cuarta Transformación.

¿Sensatez o Fuerza? Porfirio Díaz nunca quiso que nadie lo sucediera, y así terminó. El Gral. Álvaro Obregón obligó al Gral. Plutarco Elías Calles para designarlo, y así llegó. La transexenalidad requiere energía para no ser una dictadura; precaución, fuerza y legitimidad para el ejercicio de la autoridad y sensatez para no perder el corazón y la mente.

El último proyecto transexenal fracasó por no corregir y enmendar los errores con la suficiente anticipación. El Neoliberalismo fue diseñado defectuoso desde su origen para inhibir que México se transformara en un Japón al sur del Río Bravo. La Cuarta Transformación debe supervisar los pasos difíciles que la tecnocracia no pudo sortear para refundar el sistema político mexicano. Morena y la 4T olvidan que la voluntad presidencial no lo puede todo y el riesgo del faccionalismo destructivo es más fuerte que nunca. Sin proyecto transexenal no hay país.