Larga crisis prensa-gobierno: Los medios también votan

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En el escenario de los polémicos resultados de la elección presidencial de 1988, el politólogo Manuel Camacho Solís, entonces operador político del candidato priísta Carlos Salinas de Gortari, preguntó a un columnista las razones por las cuales la prensa escrita mexicana había “votado” por el candidato opositor Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.

En efecto, uno de los principales datos reveladores de esas elecciones había sido la ruptura en las relaciones de sinergia de los medios escritos como sectores invisibles del sistema, pasando de espacios críticos equilibrados a una verdadera confrontación opositora.

La prensa impresa había formado parte de lo que se podría caracterizar como los sectores invisibles del sistema político priísta, es decir, de aquellos grupos que no formaban parte de la estructura corporativa del partido del Estado, pero que dependían de decisiones del ejecutivo federal como el poder unitario del sistema/régimen/Estado.

Por razones de centralización del poder, la prensa dependía de mecanismos de control gubernamental: el registro oficial como medio de comunicación para poder circular impresos, el control de nombres por derecho de autor, la disponibilidad de papel a través de la empresa monopólica paraestatal PIPSA, el manejo directo de los voceadores a través de la Secretaría de Gobernación y, de manera sobresaliente, la publicidad gubernamental como la parte fundamental de los ingresos de las empresas periodísticas.

Este mecanismo de control funcionó desde la creación del departamento de propaganda en la presidencia de Cárdenas hasta las protestas estudiantiles en 1968 que lograron abrir el ostión de la prensa controlada; los periódicos Excelsior y El Día publicaron muchos de los desplegados de apoyo a los estudiantes, rompiendo con la instrucción presidencial de evitar la difusión de ese tipo de mecanismos de propaganda estudiantil. En el 68, también, el periódico Excelsior de Julio Scherer García renovó el modelo de artículos y editoriales con la incorporación de una pluralidad de representantes sociales, académicos y sobre todo de intelectuales críticos, destacando de manera sobresaliente el historiador Daniel Cosío Villegas con artículos que enfurecieron al presidente Díaz Ordaz y al presidente Echeverría y le valieron amenazas de represalias.

La prensa mexicana rompió sus lazos de dependencia del Estado priísta en el periodo 1968-1976, año, este último, que registró la salida abrupta de Scherer García de la dirección de Excelsior por maniobras de los cooperativistas apoyados por el presidente Echeverría.

A pesar de los conflictos prensa-gobierno, las relaciones entre ambos sectores siguieron manteniendo la relación de dependencia, con periodos de control estricto de la publicidad gubernamental y de presiones oficiales para cerrarle las puertas a intelectuales críticos.

El punto central de esa relación se dio bajo el criterio de que la prensa mexicana no era opositora, sino que ejercía una crítica en diversos niveles; es decir, en términos estrictos, la prensa reforzada con su crítica la imagen de ciertos indicios democráticos que el gobierno gustaba de proyectar.

En ese tiempo político, la oposición carecía de fuerza real para confrontar disputas de gubernaturas y la presidencia de la república; el sistema nacional de partidos tenía registrados solo cuatro organizaciones con permiso para participar en los procesos electorales: el PRI, el PAN, el Partido Popular Socialista (una izquierda socialista oficial) y el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (militares que habían formado parte del estado mayor del presidente Venustiano Carranza).

Los tres partidos de oposición carecían de estructura, recursos y militancia como para disputar las altas posiciones de poder y se dio el caso durante varias elecciones presidenciales en que el PPS y el PARM participaron aliados al candidato presidencial del PRI. El único partido político de oposición real por representar una alternativa al modelo PRI fue el Partido Comunista Mexicano que operaba en la clandestinidad, tenía presencia en pocos sindicatos y se refugiaba en las universidades públicas. En 1978, el PCM obtuvo su registro legal como partido en el escenario de la reforma política del presidente López Portillo, un paso audaz que les significó un reconocimiento político, pero al mismo tiempo limitó su institucionalización popular por el miedo que representaba la palabra comunista en la identificación del partido.

En este escenario y refiriéndose al PAN, pero con argumento de valor para el PPS y el PARM, la politóloga Soledad Loaeza acuñó el concepto de oposición leal, es decir de grupos contrarios a la ideología oficial, pero sin la fuerza suficiente como para disputarle el poder real al PRI y con una participación institucional que legitimaba las decisiones de la mayoría priísta.

Casi en el mismo tiempo histórico la oposición leal y la prensa industrial pasaron a la condición de fuerzas opositoras, es decir, organizaciones definidas ya con proyectos alternativos al modelo priísta. Los partidos lograron una reforma electoral que facilitaba su funcionamiento con financiamiento público otorgado en función de los votos acumulados, en tanto que la prensa nunca pudo proponer una política presupuestal que garantizará su funcionamiento con fondos públicos debido a su papel social como parte fundamental de la estructura democrática.

La configuración de la prensa mexicana cambió en 1988, pero solo en algunos espacios de opinión editorial, porque como empresa que dependía de publicidad oficial hubo de subordinar su independencia como medio a compromisos gubernamentales. Los espacios críticos crecieron y disminuyeron en función de la capacidad de negociación política de sus dueños, intercambiando subordinación editorial de la primera plana por aceptación de pequeños espacios de crítica editorial.

El gobierno de Salinas desdeñó la prensa de papel impreso y los espacios críticos crecieron al calor de la ausencia de una verdadera política de comunicación social de la administración central. De manera paulatina, los medios fueron abriendo espacios editoriales ya no solo a periodistas profesionales críticos, a representantes de la oposición alternativa; inclusive, acicateados por la confrontación con el gobierno de Echeverría, agrupaciones empresariales o empresas en particular comenzaron a invertir en periódicos para construir desde ahí una corriente electoral de apoyo a la alternancia.

Por su trabajo crítico y con mecanismos decrecientes de control gubernamental, la prensa impresa fue adquiriendo autonomía relativa del gobierno, aunque el tono de su confrontación se quedaba solo en la crítica y en el apoyo a la pluralidad partidista. El modelo de entendimiento fue superado con la irrupción del periódico El Norte y Reforma a favor de una crítica al poder que apelaba a una alternancia en gubernaturas y la presidencia desde posiciones empresariales disidentes y de enfoques alternativos de poder político.

Como elemento importante de la alternancia en el 2000 habría que contabilizar el papel de la crítica periodística para minar las bases del PRI como el muro de Berlín del autoritarismo político y del presidencialismo como una estatua de Lenin de la antidemocracia. Sin el apoyo de la prensa crítica, la victoria de Vicente Fox hubiera sido más estrecha, aunque en el poder el primer presidente surgido del PAN se olvidó de la transición a la democracia y del papel de la prensa en la construcción de una crítica al régimen priísta y prefirió un acuerdo de gobernabilidad con el PRI y con los empresarios.

De manera paradójica, la prensa impresa contribuyo a la crítica al establishment priísta y se montó en el apoyo al líder disidente Andrés Manuel López Obrador en las elecciones presidenciales del 2006, 2012 y 2018, a la espera, sin decirlo, de una reforma del poder que consolidara el papel de la prensa como mecanismo de educación política para la democracia.

Las confrontaciones del presidente López Obrador con la prensa en el último año no han minado el activismo político crítico, disidente o alternativo de los medios impresos para plantear nuevas relaciones democráticas que pasen por el acotamiento de las facultades extra constitucionales del poder ejecutivo federal.

Lo que queda de esas confrontaciones prensa-presidente es la certeza de que los medios impresos y sus espacios editoriales serán protagonistas del debate sucesorio en Morena y jugarán un papel importante en la elección del próximo presidente de la república.

indicadorpolitico.mx

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