Un misil al corazón de la ONU

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La Organización de las Naciones Unidas (ONU) nació con una vocación pacifista: el 24 de octubre de 1945 como resultado de un gran esfuerzo multilateral por evitar que los demonios de la ambición terminasen dinamitando la paz mundial y convirtiendo al globo terráqueo en pasto de la devastación con guerras  de todo tipo de calibre.

Su finalidad mediadora entre los conflictos se ha visto socavada con el paso de los años, si bien empezó con mucho ímpetu en un mundo brioso, necesitado de curarse las heridas, tras la devastación provocada por la Segunda Guerra Mundial, más pronto que tarde se enfrentó con múltiples desavenencias –sobre todo fronterizas– que han terminado en nuevas guerras.

La gente ha seguido matándose por todo tipo de razones: religiosas, culturales, étnicas, por cuestiones de minorías, por pretextos limítrofes; y por apoderarse de los recursos naturales del otro, esgrimiendo tácticas defensivas o por equilibrio geopolítico.

No cumple ni cien años de existencia y a lo largo de ese tiempo –por lo menos– se han vivido 30  conflictos bélicos desde pequeños hasta más grandes; desde perpetuos, hasta hostiles, entre potencias nucleares como los de India y Pakistán;  o China e India.

En la quimera de nuestra ensoñación como seres humanos las nuevas generaciones creyeron que nunca más el mundo se pondría otra vez al borde de una catástrofe humanitaria como la provocada por la Segunda Guerra Mundial. Nadie creyó en 2022 que un día escucharía en directo al presidente de un país ordenar a su ministro de Defensa poner en alerta a sus fuerzas disuasorias nucleares, como lo hizo el dictador, Vladimir Putin hace unos días.

Nadie siquiera imaginó que, en plena pandemia, en medio de una guerra biológica escucharíamos al presidente estadounidense, Joe Biden, hablar de la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial.

Cuando veo en directo las bombas en Ucrania y el reguero de muertos, pienso que esa gente inició el mes de febrero haciendo su vida de siempre, cada uno tratando de resolver su problemática y que los chavales solo se dedicaban a estudiar y los mayores a trabajar. Un hombre ha destruido sus sueños.

Siempre me sacudió y me torturó la idea de que un solo hombre desatase tanta furia, maldad y destrucción hasta consumir, país tras país, como lo hizo Adolph Hilter y que no hubiese ninguna cadena de mando que impidiese que él se apropiase del Estado y se convirtiese en un tótem absolutista y que, nadie, nadie, absolutamente nadie a su alrededor le impidiese proseguir con la vorágine de la destrucción. No lo frenaron.

La ONU  fue creada para eso, para parar, para frenar, para evitar. Dice el Pentágono que desde el pasado 24 de febrero al 17 de marzo, Ucrania ha sido castigada con 900 misiles lanzados por las tropas rusas.

Se trata de casi 41 misiles diarios, de a dos misiles por hora cayendo en territorio ucranio, matando civiles, destruyendo infraestructura, convirtiendo en horror lo que hasta hace poco más de un mes era  una ciudad normal, un país normal, una vida normal con sus vicisitudes… pero una vida.

 

A  COLACIÓN

Esta invasión anunciada públicamente desde el 4 de diciembre pasado por The New York Times basada en servicios de Inteligencia estadounidenses, ha terminado por encajarle un misil hipersónico a la ONU que, agónica e incapaz, ve impotente cómo un émulo de Hitler, en pleno siglo XXI, desoye a las instituciones, a los organismos, atropella los órganos internacionales y apabulla los tratados y las leyes internacionales.

Putin ya se ganó un sitio en el basurero de la Historia al lado de otros magnicidas que como él se atrevieron a destruir las esperanzas de la gente; a aniquilar vidas, provocar dolor, muerte y un sufrimiento irracional. Porque la guerra es irracional, es estúpida, es Belzebuth y sus acólitos.

Es también prepotente porque destruye las instituciones, el dictador del Kremlin terminará por enterrar a la ONU ignorando sus  designios, desoyendo las recomendaciones de diálogo y cese del fuego declaradas no solo por António Guterres, cabeza de Naciones Unidas, sino avalada por 141 países. Una mayoría atónita porque Putin no para.

Este es quizá el problema actual que no debe repetirse en el futuro. Si de la pandemia se han sacado grandes lecciones para  prevenir, de la acción atroz de Putin debe igualmente obtenerse una lección en seco: la ONU debe tener capacidad para frenar un conflicto, los cascos azules deben ser una fuerza militar de paz capaz de terminar una guerra. No es funcional el Consejo de Seguridad tal y como  está concebido.

Hay que reformular los mecanismos de prevención, contención y de mantenimiento de la paz. Establecer un amplio criterio de sanciones en el que todos se unan, no únicamente unos cuantos países de Occidente y esto termine siendo  un mundo con dos visiones entre Occidente y los demás. Hay que evitar, por sobre todas las cosas, que un loco o un psicópata, terminen pulsando el botón nuclear. No puede el futuro de la Humanidad depender de un solo hombre eso es irracional.