La revocación de mandato debiera establecerse de manera constitucional para todos los niveles de funcionarios, electos o no, a fin de que los ciudadanos -y no sólo el pueblo- puedan definir sobre la permanencia o no en sus encargos. Pero hoy, la revocación emprendida por MORENA y sus gobiernos no tiene esa intención. Sólo busca reinstalar su imagen y sus posiciones políticas, a la mitad de un sexenio que se les ha pasado entre dificultades mayores como el T-MEC, que ya nos ha puesto en vilo frente a la amenaza de sanción por 10 mil millones de dólares por el incumplimiento en las áreas de energía principalmente.
Los rajones no son bien vistos, ni en los pueblos, ni en los gobiernos, ni en las escuelas. México firmó un protocolo que se revisó durante meses trilateralmente y hoy, sencillamente, nos queremos zafar tan solo para que el mapache y corrupto de Manuel Bartlett se salga con la suya.
Revocar es: ratificar o no, pero hoy hay reglas que elaboraron expertos, donde se determina el número de votantes por casilla, con normas que serán vinculantes únicamente si se cumple con un número mínimo de asistentes por parte de los electores. Será difícil dada la situación del actual gobierno que debiera estar en plena apoteosis y no cercano al frágil descalabro.
Igual le pasó a Luís Echeverría. Lo mismo vivió José López Portillo, porque el pueblo no perdona las demagogias. Estos dos expresidentes priistas terminaron en el basurero de la historia. Uno murió rápido entre frivolidades y escándalos artísticos, el otro aún vive con el peso de la losa del rechazo popular.
La revocación de mandato, tal como el gobierno la ha configurado, tiene la intención de mostrar a los ciudadanos -no al pueblo de México en lo general- que el actual gobierno no está en su peor momento, y que la posibilidad de una reelección como la que tuvieron Don Porfirio y Benito Juárez es un escenario posible de estos tiempos modernos.
Esta es una política del escándalo. Es una política de la presunción, y de una mañanera que sólo sirve para eructar la propia inquina y que se jacta de emplear métodos audiovisuales con gráficas manipuladas, mal diseñadas y peor leídas por una vocera analfabeta que defiende a ultranza una figura presidencial que es hoy ya indefendible.
¿De dónde sale el recurso para esta revocación de mentiritas? De planes truncos como la escuela de tiempo completo para marginados. Sale de la falta de medicamentos para los diabéticos, que mueren por montones. Sale del dolor de los niños con cáncer que están renunciando a la posibilidad de vivir porque el gobierno se niega a atenderlos. Se reducen recursos para universidades, para la investigación, y se usan los dineros para corrupciones de los funcionarios, que sólo así pueden mantenerse en la postura presidencial.
México ya cambió. Gracias al presidente Andrés Manuel López Obrador que nos ha convertido en críticos de su gobierno, cuando por decenas de años lo apoyamos para que llegara el tiempo de configurar un México nuevo. Hoy sólo se está regresando al México del Echeverrismo, del López Portillismo y en algunos casos, de quien fuera el peor presidente del país (nadie le quitará el mérito de haber sido el mejor candidato) Vicente Fox, que engañó a los mexicanos sacando al PRI de Los Pinos.
Hoy Los Pinos no existen más, pero sí hay un gobierno que ha sentado sus reales en el Palacio Nacional -que nada le pide al palacio de Versalles en sus excesos- donde gobernó Juárez, pero donde también rigió Maximiliano. Hoy, al invasor austriaco se le observan cualidades y hasta a la misma Mamá Carlota, por la orfandad política y ética en la que vivimos.
Tenemos que implementar una revocación de mandato con un diseño que permita juzgar a todos los funcionarios: desde un regidor hasta un presidente de la República, pero no con la trampa de hoy, que busca sólo ratificar a un gobierno en crisis, que confunde la derecha con la izquierda y la izquierda con el fascismo. El objeto fundamental de esta trampa no es sino ampliar el término del gobierno de AMLO y buscar una permanencia infinita para su persona y su camarilla.
Juárez nunca fue a las urnas y permaneció muchos años en el poder. Don Porfirio sí iba y nos recetó 30 años de gobierno, pero tuvo la dignidad de renunciar al puesto, dejar el país y vivir en una discreta medianía que el gobierno francés, al que derrotó en la batalla de Puebla, tenía que subvencionar. Cuando le entregaron la espada de Napoleón, le hicieron un reconocimiento al militar que venció al ejército más poderoso del mundo en esa época.
Vivimos tiempos complejos, de riesgo para el concepto de nación que hoy requiere insertarse en la globalidad de la interacción con el mundo, a partir de una sólida base democrática y de certidumbre en nuestras políticas internas. Lo demás sólo trae dolor, resquebrajamiento y polarización. No es un escenario bueno para México.