Las protestas de mujeres en contra de los feminicidios o de los familiares de desaparecidos o de niños con cáncer han recibido la misma respuesta: se trata de provocadores movidos por los conservadores. Esa es la realidad que nos han hecho creer tanto el propio presidente como sus defensores, en una dinámica que oculta un hecho que debería preocupar en Palacio Nacional: ¿por qué un presidente que afirma que todo va bien en su administración necesita tanta defensa?
El país de las maravillas
En redes sociales es común leer apasionadas defensas del presidente López Obrador, señalamientos de que quienes lo critican sólo buscan derrocarlo o que le vaya mal a un gobierno que ha logrado acabar con la corrupción… hasta que llega el tema de las “aportaciones” de Pío o los contratos de la primera prima de la nación, Felipa.
También lo defienden de los conservadores que organizan marchas por temas de seguridad pública o lo critican por el manejo de la Covid-19, hasta que llegan las cifras de asesinatos o fallecidos por el virus y el semáforo rojo vuelve a entidades como la Ciudad de México.
Les molesta que alguien le diga que no se debe usar la vacuna para fines electorales, aunque Mario Delgado utilice su llegada para hacer campaña a favor de Morena.
No toleran que periodistas den a conocer los errores de la administración federal y por eso repiten argumentos de que las críticas son porque perdieron su chayote, hasta que la prensa internacional encuentra más errores o sus propios funcionarios —como Carlos Urzúa, Germán Martínez o Jaime Cárdenas— se los vuelven a recordar.
Para los usuarios habituales de redes sociales, se ha convertido en una costumbre leer a alguien que defiende al presidente López Obrador.
Pero ¿qué tan cierto es esto de la necesidad de defensa de un líder que ha presumido hasta el cansancio que llegó gracias a 30 millones de votos, que está transformando al país y que es el más atacado desde Francisco I. Madero?
Desde el inicio del sexenio, se empezó a revelar la tendencia a defender a ultranza al presidente. Parte de esta estrategia descansó en el recorte a la publicidad oficial —lo que orilló al cierre de varios medios y al despido de personal—, la incorporación de columnistas afines en periódicos de circulación nacional, además de el inicio de varias emisiones en la televisión pública para el mismo fin, con el complemento de una legión de usuarios en redes sociales que buscan intervenir en la discusión pública para dicha defensa, aunque utilicen como únicos argumentos los insultos o frases trilladas.
La estrategia queda sellada con las conferencias mañaneras, en las que sobresalen las constantes afirmaciones de que se hace todo bien en su administración —pandemia, seguridad pública, economía, combate a la corrupción—, así como preguntas a modo para descalificar a sus críticos, incluso con burlas de por medio.
Pero todo esto no esconde una duda que recorre las conversaciones de muchos mexicanos: ¿el gobierno de López Obrador ha sido tan exitoso como nos quieren hacer creer? La respuesta es no.
A pesar de que los defensores buscan evadir el debate con supuestos argumentos como el de la popularidad, los 30 millones de votos o que el PRIAN robaba más, indicadores como las muertes derivadas de la violencia del crimen organizado o las provocadas por la Covid-19 nos indican que algo no marcha bien en el país de las maravillas que se ha querido construir desde las mañaneras.
Tampoco ayudan las cifras negativas de crecimiento económico o de desempleo, los casos de corrupción destapados en lo que va del sexenio —Conade, Felipa, por citar un par de botones de muestra— o las denuncias por desabasto de medicinas o las pérdidas de Pemex que no hacen sino crecer.
Pero eso poco importa a sus defensores, quienes buscan linchar a Victor Trujillo y su alter ego Brozo por señalar que no es Dios, que al poder se le cuestiona no se le aplaude y que no se debe lucrar políticamente con las vacunas.
Si Brozo fuera un líder de opinión tan importante como su presidente se tendrían que preocupar y buscar la manera de desacreditarlo, pero si no es más que un todólogo que opina sin bases y se disfraza de un payaso vagabundo, ¿por qué atacarlo hasta en la televisión pública dedicándole varios minutos?
No se entiende, tampoco, por qué hay que defender a un funcionario público que cada día desde su conferencia mañanera en Palacio Nacional señala continuamente que vamos bien, que hay buenos resultados y que ya se ha dejado atrás el pasado de corrupción y privilegios para unos cuantos.
No se entiende la razón por la que alguien se enoja, insulta y repite frases como “es que perdieron sus privilegios, su chayote” y otras similares ante un dato tan concreto como el que un millón de pequeños negocios tuvieron que cerrar ante la falta de apoyo gubernamental en medio de la pandemia.
Menos se entiende que piensen que somos tontos y que, como millones de mexicanos, nos demos cuenta de que la realidad para la mayoría de los que aquí estamos no es la misma que el presidente y sus defensores insisten en proyectar a través de sus mensajes.