Gerardo Lozada Morales
Cuando hablamos desde la ciudadanía existe el deber de estar conscientes que el tablero de ajedrez de lo político se define por la lucha y competencia por el poder por parte de élites económicas, grupos oligárquicos, intelectuales y más organizaciones que corresponden a la esfera civil. Empero, pese a que sea un concepto democrático idealizado por la ciencia política procedente de Robert Dahl en su afamado concepto de poliarquía, en el cual, se entiende que no todos los competidores dentro de la arena de poder tienen el mismo espectro de dominio unos sobre otros. Durante casi cuarenta años, el dominio político en México implicó la alianza de un sector minoritario: priista-panista y sectores empresariales nacionales e internacionales que lograron promover e instaurar un sistema político-económico acorde a las exigencias globales, tal y como fue el modelo neoliberal.
Dicho modelo implicó la supuesta apertura de la transición democrática en el país que no logró consolidarse, pese a que sí se haya podido dar numerosos triunfos democráticos. La elección presidencial del 2018 ha sido hasta el presente un parteaguas para entender que en sexenios anteriores la sociedad civil estuvo contenida por una serie de engranajes institucionales que simularon tomar en cuenta la participación ciudadana, solo fueron materializados hacia intereses completamente ajenos a la causa popular. Desde el mismo 2018, se ha podido vislumbrar que el actual presidente López Obrador no sólo ha contado con gran respaldo popular, sino que en los últimos meses lo ha incrementado al exponer de manera pública a las viejas estructuras institucionales, a grupos empresariales nacionales e internacionales y sectores de la oligarquía del país, los cuales operan en contra de la soberanía nacional y principalmente en contra de la ciudadanía. Para muestra se tuvo su negativa para realizar la revocación de mandato, el desapruebo a la reforma energética en materia eléctrica, y la actual propuesta de reforma político electoral que seguramente será rechazada y terminará siendo el ataúd de la misma oposición.
Si retomamos el ideal antes citado de Dahl, notaríamos algo que sí es preocupante, pues es la clave para tener un óptimo democrático en nuestro país. Por el contrario, pese a todos los defectos del actual gobierno, la oposición se ha vuelto una “quimera” alimentada por pseudoanalistas políticos que no dejan de vender golpes mediáticos, fakenews para persuadir a incautos, hasta generar problemas muchos mayores donde la violencia es el primer detonante; entre muchas más estrategias que siguen siendo un rotundo fracaso. Porque no entienden que la política global se está desarticulando y que el paradigma que rige nuestras dinámicas está cambiando totalmente, y que ya hay una exigencia a escala mundial de que muchos países se vuelquen a responsabilizarse de sí mismos a nivel de soberanía. Habría que preguntarle a Aguilar Camín, a Jorge Castañeda, o a Enrique Krauze, por ser los principales ideólogos y operadores de la oposición, ¿si es real que vivimos en una dictadura cuando la realidad ha dado muestra de lo contrario?, o si su discurso es un aullido desesperado para incautar a los grandes intereses económicos que ellos mismos mantienen. Porque los únicos responsables de que se desestabilice el tablero de ajedrez político con el dominio de MORENA, nos pueda conducir en próximos sexenios a un escenario donde no exista competencia democrática real. A sabiendas de que el mismo presidente ha expuesto que se irá en 2024, pero que el proyecto de la 4T seguirá en marcha.
¿Existirá en algún momento una ruptura en la polarización del PRI-PAN-PRD y MC que garantice una propuesta de nación alterna; honesta, democrática y que logre responder a las causas sociales así como a las exigencias globales? Este fenómeno debe ir más allá de suposiciones, porque dichos “ideólogos” no solo mienten, sino que están atentando en contra de un principio máximo que tiene la democracia contemporánea. Y únicamente dan evidencia de que no tienen con qué competir para futuras elecciones y mucho menos para la elección presidencial del 2024.
El autor es catedrático de la UDLAP y mimbro del Observatorio ciudadano de cultura y prácticas de un buen gobierno A. C.