Las conversaciones de Alito: Una buena excusa para tomarse dos copas

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Antonio López de la Iglesia

Se sabe que el tacto de la audacia consiste en calcular hasta dónde se puede dar un paso más sin meter la pata. O sin que nos lleve al borde del abismo. El presidente del PRI, Alito Moreno, al que en los últimos tiempos nadie puede acusar de ser reservado, y menos discreto, hasta el punto de que lo cuenta todo por teléfono, aparato del que nadie ignora que está lleno de pájaros que se encuentran haciendo piruetas en el alambre, ha demostrado precipitación.

Está usando el eufemismo de “defensor del pueblo y de las libertades” como quien hace uso de “la palabra de Dios en vano”, para defenderse de las barbaridades que dice el mismo en el paroxismo de su incontinencia verbal. Alito ha sido sorprendido con la “confesión y las manos en la caja” en unas grabaciones que no tienen desperdicio para ser el presidente de un partido político, el PRI.

Se asemejan más a un mercado persa, en el que todo se compra y se vende, que a una plática telefónica en un partido político que se supone trate de apuntalar a quienes son sus candidatos para las próximas elecciones. Alito se defiende denunciando las escuchas ilegales, obtenidas aparentemente de forma anónima, con otras escuchas en las que el reconoce ser el delincuente grabador. Un disparate.

Sería una buena excusa para tomar dos copas y brindar por el éxito que cree que se les avecina con esta maniobra disuasoria, pero es ahora cuando vienen los problemas y basta con una, a mi parecer. Aunque desde hace muchos años sigo el consejo de que una copa siempre debe ir seguida de otra. El asunto es que el PRI es un partido al borde de la extinción y con gente que ya está alistando sus maletas para cambiarse de formación política a diferentes partidos y corrientes que huyen del fracaso y buscan desesperadamente un hueso.

Y ya no hay tantos para repartir, ni tampoco se han acumulado los merecimientos suficientes porque el militante que se vaya a otra fuerza todavía no tiene recorrido para pedir nada y se tiene que poner a la cola. Por tanto es un albur el comportamiento de quienes no sean los elegidos, y eso es un riesgo que tiene prendidos los focos rojos del secretario Adán Augusto López Hernández, que se ha vuelto imprescindible en todo y es garantía de eficacia, a quien no se le envidia la tarea de tratar de convencer a Miguel Delgado, -que se cree el mandamás pero que cada día se le obedece menos-, para que logre la convergencia de todos, aunque no les toque nada a muchos.

No hay trabajo y la política es una salida estupenda para los que no saben vivir fuera del presupuesto. No sabemos si habitamos una nación y un estado de ricos poblada por menesterosos o un México y Tabasco de mendigos habitado por millonarios. Se mire por donde se mire, hay muchas cosas que no se pueden ver. El fausto convive con la miseria de una manera escandalosa y determina un doble exhibicionismo: el de los harapientos que muestran carteles donde se detallan sus penurias y el de los potentados -no siempre políticos en desuso como Alto Moreno- que acumulan síntomas externos de riqueza sin miedo ni a la voz de su conciencia que ya está enronquecida después de tantos discursos.

Pero volviendo a la tragedia de Alito, el asunto es que de tanto estirar el mecate para conseguir prebendas y cochupos que no llegaron, las tribus priistas están a punto de romperlo. Alito Moreno comenzó ejerciendo su cargo de presidente del PRI nombrando a dirigentes de su confianza, pero no para poder reordenar a ese partido político y prepararlo para el importante proceso electoral que tendrá lugar en junio, sino para poder hacer sus “enjuagues” personales rodeado de gente leal que le garantizara la inmunidad.

No solo es su deber, sino una necesidad urgente la que tienen los priistas de cerrar filas y pedirle a su dirigente nacional que dé explicaciones reales y satisfactorias, o que se vaya y deje de mercadear en su nombre con el dinero de todos los mexicanos.. De Alito se esperaba que mejor o peor, con más aciertos o desaciertos, hiciera lo que debía y hay que reconocer que a como se encontraba el tricolor no era una tarea fácil, ni grata, sino desgastante y conflictiva que muy poca gente se atrevía a hacer. Y de eso se aprovechó el dirigente priista arengando a la militancia con el cuento de que lo que necesita el partido es que sus militantes le apoyaran en esos aciagos momentos aunque no comulgaran con él o con el grupo que representa. No es hora de ahondar en las divisiones ni en los enfrentamientos y menos en las luchas de poder que a nada conducen porque después de este último despojo no hay casi nada que repartir. La “política sucia” que impera en el que algún día fue “el partidazo” es en lo único que se ve la continuidad priista…y ¡Qué sabe nadie!